diumenge, 23 d’octubre del 2022

 

EZEQUIEL 8: 6

“Y me dijo entonces: Hijo del hombre, ¿no ves lo que estos hacen, las grandes abominaciones que la casa de Israel hace aquí para alejarme de mi santuario? Pero vuélvete aún, y verás abominaciones mayores”

El profeta Ezequiel se encuentra exilado en Babilonia. El siervo de Dios tiene una visión del Señor: “Y el Espíritu me alzó entre el cielo y la tierra, y me llevó en visiones de Dios a Jerusalén” (v. 3). El profeta contempla lo que ocurre en el interior del templo. Mientras miraba, el Señor le dice: “Hijo de hombre ¿no ves lo que estos hacen, las grandes abominaciones que la casa de Israel hace para alejarme de mi santuario? Pero vuélvete aún, y verás abominaciones mayores” (v. 5).

Durante la visión el Señor le dice al profeta: “Hijo de hombre, ¿has visto las cosas que los ancianos de la casa de Israel hacen en tinieblas, cada uno en sus cámaras pintadas de imágenes? Porque ellos dicen: No nos ve el Señor, el Señor ha abandonado la tierra” (v. 12). Estos representantes del pueblo de Israel cometían todas las abominaciones que describe Ezequiel porque creían que Dios no los veía. Pensaban que podían cometer con toda impunidad los actos abominables que irritaban los ojos del Señor. Se equivocaban.

“Pues yo, el Señor, procederé con furor, no perdonará mi ojo, ni tendré misericordia, y gritarás a mis oídos con gran voz, y no los oiré” (v.18).

La revelación que Jesucristo le hace al apóstol Juan que estaba recluido en la isla de Patmos. El Señor Jesucristo le redacta unas cartas que tiene que escribir a las siete iglesias de Asia, hoy Turquía. A todas ellas les dice: “Yo conozco tus obras”. Jesucristo observa en medio de los candeleros” (Apocalipsis 1: 13). Para  que no quede ninguna duda del significado de los candeleros, especifica: “Y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias” (v. 20). De la misma manera que los ancianos de Israel decían: “No nos ve el Señor, el Señor ha abandonado la tierra”, en las iglesias cristianas anda muy arraigada esta misma creencia. Nos equivocamos en el diagnóstico. El Señor contempla en tiempo real todo lo que ocurre en ellas. Pienso que se tendría que tener presente, porque todavía queda tiempo para rectificar,lo que el Señor le dice a la iglesia de Laodicea: “Yo conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente. Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (3: 16). El pasotismo conduce a que el Señor aborrezca al indiferente.


 

SALMO 143: 11, 12

“Por el honor de tu Nombre, Señor, hazme revivir, en tu justicia saca mi alma de la angustia. Y por tu misericordia acaba con mis enemigos, y destruye a todos los enemigos de mi alma, porque soy tu siervo”

Yendo por la calle oí a dos mujeres que iban andando delante de mí. Una de ellas, más o menos le dice a la otra: Ya tengo bastantes problemas como para atender a los de otra. Es  bueno y saludable tener a alguien con quien compartir las penas, pero es mucho más beneficioso compartirla con el Señor Jesucristo, pues a fin de cuentas, el Padre cargó en el Hijo “el pecado de todos nosotros” (Isaías 53: 6) que muriendo en la cruz ocupando el lugar que nosotros teníamos que ocupar, su sangre derramada limpias todos los pecados de las personas que creen en Él. La plena redención no será efectiva hasta el día de la resurrección cuando Jesús en su gloria venga  a buscar a su pueblo. En tanto no llegue este día estamos obligados a acarrear el peso del pecado que nos asedia.

No hace falta acudir al médico para que nos recete unas pastillas para combatir l ansiedad, el insomnio, el estrés, la fatiga laboral…La publicidad televisiva suplanta al médico y nos receta el producto X que nos aliviará del peso que agobia a nuestra alma. Las pastillas sedan, pero no curan.

El salmista nos lleva a Jesús, el verdadero Médico que entra en las profundidades del alma para curar sus dolencias. Apela al honor del Nombre del Señor para que le haga revivir en su justicia. El pecado, si no se le trata con la sangre de Jesús, marchita el alma. La convierte en un desierto estéril. El Nombre  de Jesús la hace revivir. Jesús que es el agua viva, si riega el alma, convierte el desierto estéril en un jardín lozano. Elimina la angustia del alma y la llena de la paz de Dios que excede al conocimiento humano.

El salmo 143 lo escribió el rey David. Como soldado que era su autor emplea términos militares para describir el estado de su alma. Amparándose en la misericordia del Señor, le dice: “Acaba con mis enemigos, y destruye a todos los enemigos de mi alma”. Puede hacer esta súplica “porque soy tu siervo”. El Señor feudal estaba obligado a defender a sus súbditos de sus enemigos. La Biblia ilustra esta obligación señorial con Josué yendo a proteger a sus siervos gabaonitas. David como siervo del Señor que es  acude a Él para que le libere de los enemigos que dañan su alma. Si el lector todavía no considera que Jesús sea su Señor, siga el ejemplo de los gabaonitas que en tiempo de peligro acudieron a Josué para que los protegiera de sus enemigos. Si el lector acude humildemente al Señor Jesús, diciéndole: “Señor, ten piedad de mí pecador”, Él como Señor de tu persona te concederá la protección de los enemigos de tu alma, librándote de tus temores. “La paz de Dios que excede la comprensión humana”, llenará tu alma de gozo.

 

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