diumenge, 30 de gener del 2022

 

JOB 31: 35

“¡Quién me diese que alguien me escuchase! He aquí que mi deseo sería que el Todopoderoso me respondiese”

La pandemia de la Covid-19 ha trastornado a la sociedad. Las restricciones que las autoridades sanitarias han impuesto a los ciudadanos en el intento de frenar la expansión de la epidemia causa graves trastornos emocionales. Sobre todo en los ancianos que viven solos. Los facultativos alertan de que el confinamiento al que se somete a los ancianos no es bueno para su salud mental. La soledad forzada no es un buen compañero de viaje. Se buscan maneras de endulzar las vidas de aquellos que se ven obligados al aislamiento, que no tienen con quien descargar las penas que les afligen.

El patriarca Job se encontraba en una situación de profunda soledad. En un solo día perdió su hacienda y murieron  sus hijos. No bastando esto, una grave enfermedad cutánea cubrió todo su cuerpo de dolorosas úlceras que desprendían un olor nauseabundo que hacía que las personas se alejasen de él. No siendo esto suficiente, como no había perdido la fe en Dios  su mujer le dijo: “¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete” (Job 2: 9).

Unos amigos al enterarse de la situación en que se encontraba Job vinieron a él para consolarlo. En vez de ello se limitaron a culpabilizarlo y a acusarle diciéndole que su sufrimiento se debía a su pecado. Según ellos, las personas justas no sufren sinsabores. Decían que las personas justas no padecen sufrimientos. Consideraban que los dolores que padecía Job se debía a pecados concretos. El dolor propio de la dolencia se veía acrecentado por las acusaciones de sus amigos que en vez de tranquilizarle echaban más leña en la hoguera. Encontrándose Job en una situación tan embarazosa pronuncia las palabras del texto que comentamos: “¡Quién me diese que alguien me escuchase! He aquí que mi deseo sería que el Todopoderoso me respondiese”. Si nos encontramos en una situación parecida a la de Job que en el dolor no tiene a nadie con quien compartirlo, que tenemos a nuestro lado personas que nos atienden y que su consuelo y buenas intenciones no llegan en lo íntimo de nuestra alma, que Dios nos otorgue el don de la fe en su Hijo Jesucristo y que por la mediación del Espíritu Santo escucha nuestras súplicas de socorro. Palabras que Jesús dice a los menesterosos: “La paz os dejo, mi paz os doy, yo no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14: 27).


 

GÉNESIS 25: 11

“Y oró Isaac por su mujer que era estéril, y la aceptó el Señor. Y concibió Rebeca su mujer”

Sara la mujer de Abraham era estéril. Rebeca la esposa de Isaac era estéril. Raquel la esposa de Jacob también lo era. La esterilidad de estas mujeres la causaba Dios. Así lo entendieron ellas y sus respectivos esposos. Suplicaron durante largos años para que la esterilidad diese paso a la fertilidad. Está claro que orar al Señor para exponerle nuestros problemas no lo hace todo el mundo. Solamente lo hacen quienes creen en Él. Lo que sucede es que la incredulidad en el Padre celestial lleva a confiar en sustitutos de invención humana. Puede ser que la invocación de falsos dioses detrás de los cuales se encuentra Satanás, se produzcan milagros (Apocalipsis 13: 13, 14). Los milagros de Satanás no son para bien de los beneficiarios, sino para engañarles con el propósito de que no crean en Jesús el Salvador. Al impedir el Maligno que los hombres crean en Cristo los conduce a la condenación eterna.

Cuando Dios no concede   la fertilidad debido a la infertilidad del marido o de la esposa no significa que se desentiende de ellos. Dios que es el Eterno sabe al dedillo el pasado, el presente y el futuro, si no concede lo que se le pide tal sea vez sea que el  hijo que no llega sería una fuente de quebrantos. Padre celestial te suplicamos que nos concedas un hijo pero que sea conforme a tu voluntad.

Se dan muchos matrimonios que se gastan fortunas para combatir la esterilidad, sea del marido o de la esposa. Los auténticos esposos cristianos ponen en las manos del Señor los anhelos de sus corazones. Esperan en Él y como dice el Padrenuestro: “Sea hecha tu voluntad  así en el cielo  como en la tierra”. No se desasosiegan. Viven confiados en que si no tienen hijos debe ser por algún motivo que ignoran. La carencia de hijos no los frustra. Guiados por el Señor canalizan sus energías por otros derroteros.

Elisabet,   la que fue madre de Juan el Bautista “concibió en su vejez”, cuando ya había perdido toda esperanza de ser madre. Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo es un Dios de imposibles. Padres pasan los años y no tenéis hijos. No desesperéis. Dejad que el Señor haga por vosotros lo que es más conveniente. No olvidéis: “Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre, mas el consejo del Señor se cumplirá” (Proverbios 19:21).

 

 

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