VIOLENCIA DE GÉNERO
<b>De la violencia contra la mujer únicamente se
conoce una ínfima parte</b>
El título de una noticia resume la condición en que se
encuentra hoy la mujer: <i>Acusado de pegar a su pareja después que un
vecino escuchase gritos de auxilio</i>. Es un síntoma de que “la sociedad
está enferma”, afirma <b>Miguel Llorente</b>, forense y profesor en
la Facultad de Medicina en la Universidad de Granada.
La agresión física contra la mujer es la punta del
iceberg. Apenas se tiene en cuenta la agresión sicológica que los machistas
ejercen contra la mujer. “La violencia doméstica que nos afecta a todos y tiene
suficiente alcance como para considerarla un problema de salud pública”, dice
la sicóloga <b>Rosa Porras</b>.
Existe un proverbio catalán que describe el concepto
peyorativo que los machista tienen de la mujer: “La mujer y la mula, el garrote
suele hacerla buena”. Quizás la primera manifestación machista en la historia
la encontremos en Lamec que manifiesta su espíritu violento cuando dice a sus
mujeres: “Ada y Zila, oíd mi voz, mujeres de Lamec, escuchad mi dicho: Que un
varón mataré por mi herida, y un joven por mi golpe” (Génesis 4: 23). Esta
advertencia de Lamec a sus mujeres denota la soberbia y despotismo que exige la
sumisión absoluta de sus mujeres a la autoridad del macho. No debe extrañarnos
que quien ha roto la monogamia, la ley divina del matrimonio poseyendo dos
mujeres, no tenga en cuenta “Dar honor a la mujer como vaso más frágil” (1
Pedro 3: 7).
Como vemos la violencia machista “no es un discurso
nuevo, es un discurso de hace siglos, propio de los hombres que ven a las
mujeres como un objeto sexual, que tienen que hacer lo que ellos digan para
satisfacerlos porque sus deseos prevalecen sobre los de ellas. Son machistas
elevados a la enésima potencia, la cara más dura y cruel de una ideología
mantenida en el tiempo” (Miguel Llorente).
El embrión de la violencia, en concreto contra la mujer,
es de índole espiritual, siendo la consecuencia de no tenerse en cuenta la regla
de oro: “El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel, el Señor nuestro Dios,
el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu
alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal
mandamiento. Y el segundo es semejante. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No
hay otro mandamiento mayor que estos” (Marcos
12: 29-31).
La falta del amor al prójimo, en concreto a la mujer,
hace que el macho considere a la hembra,
no solo como inferior, llegando incluso a negarle su condición humana,
asemejándola a los animales irracionales, con lo cual se consideran autorizados
a emplear con ella el garrote “para hacerla buena”.
La relación hombre-mujer ya es difícil de por si debido
al pecado que la afecta. La relación matrimonial o de pareja como se la llama
hoy, no está exenta. Se rompe fácilmente
provocando mucho dolor, en primer lugar a las parejas. Los hijos y los
familiares cercanos, no se escapan.
Para muchos Dios es el ausente en el escenario dejando a
los protagonistas que se las apañen como puedan. Eso no es verdad. Es una
mentira satánica con el propósito de imposibilitar que el ser humano sea feliz.
Analizaremos un texto bíblico que aporta luz
para poder salir del callejón sin salida que es el fracaso matrimonial.
El principio general que debe regir en las relaciones
humanas es: “Someteos los unos a los otros en el temor de Dios” (Efesios 5:
21). Pensar que uno es superior al otro dificulta las relaciones. El mismo
engreimiento lleva al fracaso de tantos matrimonios. Cuando la mujer lea. “Las
casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (v.22), no se
alarme. El apóstol Pablo aun no lo ha dicho todo. Sacar un texto de su contexto
es un pretexto. Lo que está claro es que
si el someterse el uno al otro no va precedido de someterse a Dios, el
resultado será el machismo.
“Porque el marido es la cabeza de la mujer, así como
Cristo es la cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y Él su Salvador” (v.
23). Es una referencia implícita de Adán y de éste la de Eva (Génesis 2:
21-24). Por creación el varón es cabeza de la mujer. Esta relación es el símil
de la relación existente ente Cristo y su iglesia. El hombre como cabeza de la mujer debe tratarla con el
amor que impulsó a Jesús a morir en la cruz para salvar a su iglesia. No es una
relación despótica, sino amorosa. ¡Qué lejos se está de que los maridos amen a
sus esposas y éstas a sus maridos como Cristo ama a su iglesia!
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a
la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (v. 25). ¡Qué cabeza tan
maravillosa sería el marido si lo que le impulsa a ser la cabeza de su esposa
fuese motivado por un amor parecido al que Cristo siente por su iglesia!
Entiendan bien las mujeres que Cristo no defiende el
machismo: “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su
mujer a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propio cuerpo, sino
que lo sustenta y lo cuida, como también Cristo a la iglesia” (vv. 28,29).
El tema del matrimonio el apóstol Pablo lo cierra con
estas palabras. “Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como
a sí mismo, y la mujer respete al marido” (v. 33).
¡Qué mujer no desearía ser amada por su esposo con un
amor parecido al que Cristo ama a su iglesia!
Octavi Pereña i Cortina
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