dissabte, 19 de juny del 2021

 

1 TESALONICENSES 4. 13

Tampoco queremos hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza”

El apóstol Pablo afronta el tema de la muerte. Es un tema tabú del que no se desea hablar, como si el silencio hiciese desaparecer su presencia amenazadora, porque está envuelta de oscuridad. Desconocer lo que realmente se esconde en el más allá, inquieta. En lugar de desear descubrir lo que hay, puede quitarse el velo, se decide envolverse la cabeza con una manta y pensar: que sea lo que Dios quiera. La ignorancia no lo hará desaparecer.

El apóstol escribe a creyentes que tienen ciertas dudas. Los incrédulos no tienen esperanza. Pero vosotros que creéis, dice el apóstol, no debéis entristeceros. Os voy a mostrar lo que hay después de la muerte. “Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron con Él” (v.14). Pablo recuerda a los tesalonicenses que Jesús ya había dicho a los suyos que tenía que morir y resucitar con el propósito de ir a preparar en el cielo un lugar para ellos. Esta separación se sería de duración indefinida. En el momento de la ascensión de Jesús, los espectadores boquiabiertos contemplan como Jesús desaparece de la vista envuelto en una nube. Encontrándose en un estado de éxtasis “se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1: 10,11).

Si los cristianos no deseamos “entristecernos como los otros que no tienen esperanza”, tenemos que tener presente que cuando Jesús vuelva en su gloria lo hará acompañado de “los que durmieron en Él” (v.14). ¿Qué significa esto? Que los creyentes que murieron en Cristo, las almas de los cuales se fueron a la presencia de Dios y sus cuerpos dormidos en el sepulcro, formarán el séquito triunfal que acompañará al Jesús glorioso que viene   a buscar a los suyos que están en la tierra. Saber esto, que no es una fábula, sino un hecho real, borrará toda pizca de desasosiego por lo que les ocurrirá a los difuntos que han muerto en la fe en Jesús.

Un recordatorio para los que vivan cuando Jesús regrese a buscar a su pueblo: “Nosotros los que vivimos (los que son de la fe en Jesús), los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (v.17).

Desde que Adán pecó y la tierra fue maldecida por Dios el hombre ha vivido siempre envuelto de incertidumbre con respecto a lo que hay después de la muerte. Saber de antemano, porque Dios lo ha revelado, cómo será el final de la película, nos ayudará a no entristecernos como los otros que no tienen esperanza.


 

SALMO 18: 3

“Invocaré al Señor, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos”

Para poder invocar el Nombre del Señor es preciso creer en él desde lo profundo del corazón. Se tiene que dejar de ser un creyente pasivo, dicho con otras palabras, un “calienta bancos” en la iglesia. El creyente no debe limitarse a guardar las formas. Tiene que tener un corazón ardiente  por la presencia del Espíritu Santo que le impulsa a pronunciar plegarias que nacen de un corazón deseoso de agradar a Dios. El cristianismo no es una religión de reglas impuestas desde fuera, sino de vida, la vida de Dios en Jesús que fluye por los poros.

El poeta comienza el salmo escribiendo “Te amo oh Señor, fortaleza mía. Señor, roca mía y castillo mío, y mi libertador, Dios mío, en Él confiaré, mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio” (vv. 1,2). En este texto el salmista emplea la expresión mi libertador al dirigirse a Dios. Si considera que Dios es su libertador significa que es consciente que ha sido liberado del pecado que le esclaviza. Desde el inicio de la historia, tan pronto como Adán pecó, Dios ha provisto de un Salvador para que el hombre descarriado como oveja que no tiene pastor, pueda volver al redil que había abandonado (Génesis 3: 15, 21). Si no se tiene la certeza de que la sangre de Jesús ha limpiado todos sus pecados, jamás podrá decir con convencimiento: “Te amo, oh Señor, fortaleza mía”.

Los doctores que la Iglesia Católica tiene, colegio cardenalicio presidido por el Papa, si tuviesen la fe del salmista, no desviarían la invocación a Jesús que es el único Nombre que merece ser implorado, hacia la criatura humana, en María y los santos, día sí y otro también. El salmista escribe: “Invocaré al Señor, quien es digno de ser alabado”. Puede decirlo con tanta vehemencia  porque está seguro que Jesús es “la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza  del ángulo. Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro Nombre bajo el cielo, dado a los hombres, que podamos ser salvos” (Hechos 4: 11, 12). Recuérdese que este texto lo pronunció el apóstol Pedro ante un numeroso auditorio.

El salmista relata su experiencia liberadora: “Me rodearon ligaduras de muerte, y torrentes de perversidad me atemorizaron. Ligaduras del sepulcro me rodearon, me tendieron lazos de muerte” (vv, 4,5). Sigue escribiendo el salmista: “En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a Dios. El oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de Él, a sus oídos (v. 6).

En la actualidad la humanidad debido a la pandemia sufre. El obispo de Tarragona Joan Planellas, escribe: “En este mes de mayo, fomentemos esta genuina devoción a María. Y, además, en este año invoquémosla especialmente para que se termine la pandemia”. ¡Cuánta insensatez en quienes  presumiendo de ser representantes de Cristo desvían la invocación de su Nombre que es el único Nombre que proporciona salvación, hacia el nombre  de una mujer que es nada más que una criatura humana, pecadora como el resto de los humanos, como ella bien  lo expresa: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1: 46,47).

 

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada