SALMO 37:1
“No te impacientes a causa de los malignos,
ni tengas envidia de los que hacen iniquidad”
Bendición A veces confundimos prosperidad como
señal de bendición divina. En ocasiones lo es, pero no siempre. El texto que
comentamos nos dice que la prosperidad de los impíos no es señal de que los
tales reciban el favor de Dios. No desees la prosperidad de los impíos nos dice
David porque su duración es efímera. “Porque como hierba serán pronto cortados,
y como la hierba verde se secarán” (v.2). El
esplendor de los impíos es efímero. Dan la impresión de que son alguien
y de repente desaparecen de nuestra vista.
El hombre rico de la parábola almacenó muchos bienes, despreocupándose
de la salud de su alma. Todo su empeño estaba volcado a darse la buena vida que
su dinero le facilitaba. Para él, el alma no existía porque no la podía tocar.
Su cuerpo sí que lo podía palpar y podía experimentar el placer que le producía
satisfacer sus exigencias. Pero desde el cielo le llegó un mensaje que le dijo:
“Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma, y todo lo que has provisto, ¿de
quién será? La reflexión de Jesús: “Así es el que hace para sí tesoro, y no es
rico para con Dios” (Lucas 12: 21,22). Las riquezas de los potentados se hacen
alas y desaparecen de su vida dejándolos desnudos. Si la existencia se acabase
con la muerte podríamos decir que los amasadores de fortunas han sido muy
afortunados y que han disfrutado de la vida. ¿Qué le ocurrió al rico cuando
abrió los ojos en la eternidad y se encontró con la realidad del infierno que
menospreció en vida? Clamó: “Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro
para que moje la punta de su dedo en agua y refresque la lengua, porque estoy
atormentado en esta llama” (Lucas 16: 14). ¡Toda la eternidad suplicando que
alguien moje la punta de su dedo para refrescar la lengua ardiente! ¡Menuda
recompensa proporciona una vida de placeres en este mundo!
No nos
dejemos deslumbrar por el oropel de los ricos y no deseemos poseer sus riquezas
que se desvanecen. En este tiempo presente podremos pasar estrecheces, pero
“encomienda al Señor tu camino, y espera en Él, y Él hará. Exhibirá tu justicia
como la luz, y tu derecho como el mediodía. Guarda silencio ante el Señor y
espera en Él. No te alteres con motivo del que prospera en su camino, por el
hombre que hace maldades” (vv.5-7).
¡Merece
la pena una temporada de placeres a cambio de una eternidad de sufrimiento!
MATEO 5: 5
“Bienaventurados los mansos, porque ellos
recibirán la tierra por heredad”
¿Quiénes
son los mansos? Creo que la mejor respuesta que pueda darse es el concepto que
Jesús tiene de sí mismo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). Cuando Jesús en el Sermón de la
Montaña dice que los mansos heredarán la tierra por heredad se está refiriendo
a aquellas personas que se asemejan a Jesús. Ello requiere la previa conversión
a Jesús sin la cual nadie podrá entrar en el Reino de los cielos. Con la
conversión a Jesús se recibe al Espíritu Santo, con lo que el creyente se
convierte en templo de Dios. El Espíritu Santo pone en marcha el espíritu de
santificación con lo cual la semejanza a Jesús se va perfeccionando a cada día
que transcurre. Este proceso culminará con la muerte y se completará en el día
de la resurrección cuando la muerte será sorbida por la victoria, y, el
creyente íntegro, es decir, su cuerpo y su alma totalmente despojados de pecado
podrá contemplar la gloria de Dios. La calidad de manso no es una meta
alcanzada sino un objetivo a alcanzar con plena seguridad. Con la conversión a
Jesús se empieza a andar en el camino de la humildad hasta alcanzarla
plenamente en el día de la resurrección. Hoy los mansos tienen los ojos puestos
en la meta.
Hoy,
los mansos no viven en una sociedad perfecta. El salmista hace la distinción
cuando escribe: “Los malignos serán destrozados, pero los que esperan en el
Señor (los mansos) heredarán la tierra” (Salmo 37: 9).
El
mismo salmista nos dice que el hombre todavía no ha cumplido el mandato de Dios
de dominar la tierra, cuando escribe: “Espera en el Señor, y guarda tu camino,
y Él te exaltará para heredar la tierra” (v. 34). No desfallezcamos cuando
brotes de mal genio aparezcan por nuestra condición de pecadores.
Reconozcámosla. No permitamos que el pecado tome posesión de nuestro cuerpo y
esperemos el momento de ser exaltados para tomar posesión de la heredad que el
Señor nos ha prometido.
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