MATEO 15: 6
Ya no ha de honrar a su padre o asa su madre.
Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición”
En
cierta ocasión ciertos escribas y fariseos se acercan a Jesús para quejarse que
sus discípulos quebrantaban la tradición de los ancianos “porque no se lavan
las manos cuando comen pan”. Esto da lugar a que Jesús ponga sobre la mesa el
problema de las tradiciones religiosas.
Según
Jesús, las tradiciones religiosas de
piedad popular´, según nuestra manera de decir actual, “quebrantan el
mandamiento de Dios por vuestra tradición”. Esta denuncia de Jesús debería
hacer reflexionar a las jerarquías religiosas que las fomentan. A los que lo
hacen Jesús los culpa de falsos pastores
que en vez de pastorear a las ovejas por verdes prados y guiarlas a aguas
frescas y cristalinas las conducen al matadero para que mueran eternamente.
Santiago
es claro: “Cualquiera que guarde la Ley, pero ofende en un punto, se hace
culpable de todos” (2: 10). Los escribas y fariseos en esta ocasión estaban preocupados por la infracción que
cometían los discípulos por no lavarse las manos antes de comer pan. En otras
ocasiones, que fueron muchas, odiaban a muerte a Jesús porque quebrantaba el
descanso sabático ya que en sábado hacía curaciones. Para ellos, “amar a Dios
sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”, ni importaba. Lo
imprescindible antes que la Ley de Dios
era guardar las enseñanzas de los antiguos, que prevalecían por encima
de “honrar a tu padre y a tu madre”, con lo que invalidaban “el mandamiento de
Dios por vuestra tradición” (V.6).
Jesús a
los sacerdotes y fariseos que infringían la Ley de Dios con sus tradiciones,
les dice. “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías cuando dijo: “Este
pueblo de labios me honra, mas su corazón Está lejos de mí, pues en vano me
honran enseñando como doctrinas mandamientos de hombres” (VV. 7-9).
Los
católicos tienen muy señaladas tradiciones que marcan las vidas de muchas
personas. Los evangélicos no con tanta publicidad, también nos dejamos guiar
por las costumbres. Tal vez no lo tengamos claro. Tanto los unos como los otros
no podemos evitar ser tradicionalistas. Lo negamos, pero lo cierto que es así.
No tenemos que olvidar lo que Jesús dice a los tradicionalistas: “HIPÓCRITAS”.
Velemos que esta acusación de Jesús no siga vigente en el día de nuestra
muerte, pues, de no ser así, tal vez no tengamos entrada en el Reino de Dios.
SALMO 119: 136
“Ríos de agua descendieron de mis ojos,
porque no guardaban tu Ley”
El
salmista con estas palabras desmiente el concepto erróneo que
los fariseos tenían de sí mismos de ser fieles observantes de la Ley de Moisés,
que es la de Dios. La Ley de Dios utilizada legítimamente sirve para
engrandecer el pecado y conducirnos a Jesús que con su sangre derramada en la cruz
del Gólgota nos limpia todos nuestros pecados, si creemos en Él. Ello no
significa que nos haya hecho perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. Lo que hace es introducirnos en el
camino que nos lleva a alcanzarla en el día de la resurrección cuando el pecado
será exterminado del todo de nosotros. Hasta que esto no suceda, los ojos de
los hijos de Dios por adopción por la fe en Jesús, ríos de agua tienen que
descender de nuestros ojos por no guardar la Ley de Dios.
No
creamos aquellos que nos vienen con el cuento de que podemos ser hacedores de la Ley de Dios. Si
así fuera, el Hijo de Dios no habría tenido necesidad de encarnarse en la
Persona de Jesús para salvar a los hijos de Dios de sus pecados.
No
creamos aquellos que nos dicen que podemos ser hacedores de la Ley de Dios
porque nos quieren imponer una carga imposible de llevar. Pretenderlo nos lleva
la frustración ya que no garantiza la seguridad de la salvación.
Como
hijos de Dios tal vez no seamos adúlteros como David. Dios en el profeta Natán
como instrumento, le hizo ver la
enormidad de su pecado, y escribió el Salmo 51. Entre otras cosas
dice: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto
dentro de mí” (v.10).
Tal vez
el lector dirá que no ha cometido pecado tan horroroso, pero sí en su corazón
ha cometido adulterio y todos los
pecados que denuncia el Decálogo. Además debemos recordar el consentido “pecado
venial”, según los católicos, cometerlo tiene el poder de infringir toda la
Ley. No existen excusas para que nuestros ojos no derramen ríos de lágrimas por
haber infringido la Ley de Dios.
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