diumenge, 26 de juliol del 2020


ISAÍAS 42. 8

“Yo, el Señor, este es mi Nombre, y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas”
¡Con cuanta claridad el Señor condena la idolatría! “Yo el Señor, este es mi Nombre, y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas”. Los hombres en su necedad se hacen becerros de oro, imágenes labradas cubiertas de vestiduras con filigranas de oro y piedras preciosas, pensando que con semejantes majaderías podrán conseguir que el Invisible escuche sus peticiones. El Dios tres veces santo no puede dar su gloria ni su alabanza a los ídolos que fabrican los hombres en el vano intento de relacionarse con Él. La Biblia está salpicada de múltiples referencias que ponen en conocimiento nuestro que Dios no se complace con los adoradores de imágenes. ¡Que el Señor nos haga comprender la insensatez que es postrarnos ante una imagen fabricada con nuestras manos y que la obra tallada artísticamente pueda tener más poder que las manos que la han esculpida.
Dado que el pecado impide que el hombre pueda presentarse ante el Dios tres veces santo, la idolatría es un sustituto de los vestidos que Adán y Eva cosieron con hojas de higuera para esconder su desnudez. La artimaña no funcionó y Dios tuvo que sacrificar unos animales con las pieles de los cuales cubrió su desnudez. Sin el derramamiento de sangre, la de Jesús, no hay perdón de los pecados y, sin este sacrificio una brecha insondable nos separa de Dios.
Con los vestidos cosidos con hojas de higuera Adán y Eva creyeron que no tendrían que dar cuenta a dios de sus pecados. La idolatría no anula la inmundicia humana y tampoco sirve para que podamos prescindir de arrepentirnos de nuestros pecados y confesarlos a Jesús para que nos los perdone. La idolatría es una huida de la realidad.
Los adoradores de imágenes creen en un dios inexistente y en unos mediadores que no sirven para acercarlos al Dios único y verdadero. La idolatría es un engaño satánico que los idólatras descubrirán cuando abran los ojos en la eternidad y se encuentren en el infierno sufriendo los horrores del fuego eterno. Será inútil suplicar a un amigo o familiar que sepan que goza de la salvación eterna, que moje la punta de un dedo en agua para que moje sus labios resecos por el ardor. Será demasiado tarde para implorar misericordia
Hoy, todavía está el lector a tiempo de arrepentirse del pecado de la idolatría y pedirle al Señor perdón de sus pecados, el de la idolatría en concreto,  para empezar a gozar ahora las primicias de la vida eterna.


JUAN 16. 32

“He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por un lado, y me dejaréis solo, mas no estoy solo porque el Padre está conmigo”
Se acerca la hora en que Jesús como el Buen Pastor que es, dé su vida por las ovejas. Por un lado su muerte en la cruz pone al descubierto la maldad de los hombres que para poder conservar sus privilegios terrenales están dispuestos a matar a un hombre con una muerte tan terrible como lo es morir crucificado. Pero todavía es más terrible si el crucificado es el Hijo de Dios encarnado. Pero  la muerte de Jesús no debe convertirse en un espectáculo supersticioso como ocurre manifiestamente durante la llamada Semana Santa con los pasos de Jesús yaciente, rodeado de legionarios que marcan el paso, de penitentes arrastrando pesadas  cadenas o flagelándose las espaldas. La muerte de Jesús se ha convertido en un espectáculo que produce cuantiosos beneficios, que es lo importante. De coincidir la Semana santa con el confinamiento debido al corona virus y la imposibilidad de celebrar las procesiones con la asistencia de muchedumbres sin guardar la distancia de seguridad, todo sería lamentaciones porque los negocios se habrían quedado  sin ingresos. Es decir, lo que verdaderamente importa no es la muerte de Jesús para perdón de los pecados, sino “celebrarla” (?) como negocio.
El verdadero creyente en Cristo recuerda  la muerte de Jesús siguiendo las indicaciones que el Señor impartió en la última cena con sus discípulos y que el apóstol Pablo de manera muy entendedora imparte instrucciones para su correcto recordatorio. (1 Corintios 11: 23-33).
La muerte de Jesús no es un motivo de tristeza para el creyente porque el abandono al que lo sometieron sus discípulos es una fuente de bendición porque sin su muerte y resurrección  es la respuesta a su oración al Padre de darnos “otro Consolador, para que esté con nosotros para siempre… No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros” (Juan 15: 20).
En el texto que comentamos Jesús dijo a sus discípulos que lo abandonarían dejándolo solo, pero les dice que “el Padre está conmigo”. Pero clavado en la cruz, dirigiéndose a su Padre, le dice. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15. 34). En el momento crucial de producirse el perdón de los pecados del pueblo de Dios, porque esto es lo que significa en Nombre Jesús (Mateo 1:21), Jesús tenía que estar solo. La salvación del pueblo de Dios era una labor exclusivamente suya.
Antes de la resurrección de Jesús el conocimiento que los discípulos tenían era muy limitado y difuso. No entendían las Escrituras. Con la muerte y resurrección de Jesús  y con la recepción del Espíritu Santo, los apóstoles y el resto de los discípulos experimentaron un cambio: Estaban en condiciones de interpretar correctamente las Sagradas Escrituras.
Jesús dijo a la samaritana: “la hora viene, y ahora es cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4: 23).



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