ISAÍAS 42. 8
“Yo, el Señor, este es mi Nombre, y a otro no
daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas”
¡Con
cuanta claridad el Señor condena la idolatría! “Yo el Señor, este es mi Nombre,
y a otro no daré mi gloria, ni mi
alabanza a esculturas”. Los hombres en su necedad se hacen becerros de oro,
imágenes labradas cubiertas de vestiduras con filigranas de oro y piedras
preciosas, pensando que con semejantes majaderías podrán conseguir que el
Invisible escuche sus peticiones. El Dios tres veces santo no puede dar su
gloria ni su alabanza a los ídolos que fabrican los hombres en el vano intento
de relacionarse con Él. La Biblia está salpicada de múltiples referencias que
ponen en conocimiento nuestro que Dios no se complace con los adoradores de imágenes.
¡Que el Señor nos haga comprender la insensatez que es postrarnos ante una
imagen fabricada con nuestras manos y que la obra tallada artísticamente pueda
tener más poder que las manos que la han esculpida.
Dado
que el pecado impide que el hombre pueda presentarse ante el Dios tres veces
santo, la idolatría es un sustituto de los vestidos que Adán y Eva cosieron con
hojas de higuera para esconder su desnudez. La artimaña no funcionó y Dios tuvo
que sacrificar unos animales con las pieles de los cuales cubrió su desnudez.
Sin el derramamiento de sangre, la de Jesús, no hay perdón de los pecados y,
sin este sacrificio una brecha insondable nos separa de Dios.
Con los
vestidos cosidos con hojas de higuera Adán y Eva creyeron que no tendrían que
dar cuenta a dios de sus pecados. La idolatría no anula la inmundicia humana y
tampoco sirve para que podamos prescindir de arrepentirnos de nuestros pecados
y confesarlos a Jesús para que nos los perdone. La idolatría es una huida de la
realidad.
Los
adoradores de imágenes creen en un dios inexistente y en unos mediadores que no
sirven para acercarlos al Dios único y verdadero. La idolatría es un engaño
satánico que los idólatras descubrirán cuando abran los ojos en la eternidad y
se encuentren en el infierno sufriendo los horrores del fuego eterno. Será
inútil suplicar a un amigo o familiar que sepan que goza de la salvación
eterna, que moje la punta de un dedo en agua para que moje sus labios resecos
por el ardor. Será demasiado tarde para implorar misericordia
Hoy,
todavía está el lector a tiempo de arrepentirse del pecado de la idolatría y
pedirle al Señor perdón de sus pecados, el de la idolatría en concreto, para empezar a gozar ahora las primicias de
la vida eterna.
JUAN 16. 32
“He aquí la hora viene, y ha venido ya, en
que seréis esparcidos cada uno por un lado, y me dejaréis solo, mas no estoy
solo porque el Padre está conmigo”
Se
acerca la hora en que Jesús como el Buen Pastor que es, dé su vida por las
ovejas. Por un lado su muerte en la cruz pone al descubierto la maldad de los
hombres que para poder conservar sus privilegios terrenales están dispuestos a
matar a un hombre con una muerte tan terrible como lo es morir crucificado.
Pero todavía es más terrible si el crucificado es el Hijo de Dios encarnado.
Pero la muerte de Jesús no debe
convertirse en un espectáculo supersticioso como ocurre manifiestamente durante
la llamada Semana Santa con los pasos de Jesús yaciente, rodeado de legionarios
que marcan el paso, de penitentes arrastrando pesadas cadenas o flagelándose las espaldas. La
muerte de Jesús se ha convertido en un espectáculo que produce cuantiosos
beneficios, que es lo importante. De coincidir la Semana santa con el
confinamiento debido al corona virus y la imposibilidad de celebrar las procesiones
con la asistencia de muchedumbres sin guardar la distancia de seguridad, todo
sería lamentaciones porque los negocios se habrían quedado sin ingresos. Es decir, lo que verdaderamente
importa no es la muerte de Jesús para perdón de los pecados, sino “celebrarla”
(?) como negocio.
El
verdadero creyente en Cristo recuerda la
muerte de Jesús siguiendo las indicaciones que el Señor impartió en la última
cena con sus discípulos y que el apóstol Pablo de manera muy entendedora
imparte instrucciones para su correcto recordatorio. (1 Corintios 11: 23-33).
La
muerte de Jesús no es un motivo de tristeza para el creyente porque el abandono
al que lo sometieron sus discípulos es una fuente de bendición porque sin su
muerte y resurrección es la respuesta a
su oración al Padre de darnos “otro Consolador, para que esté con nosotros para
siempre… No os dejaré huérfanos, vendré a vosotros” (Juan 15: 20).
En el
texto que comentamos Jesús dijo a sus discípulos que lo abandonarían dejándolo
solo, pero les dice que “el Padre está conmigo”. Pero clavado en la cruz,
dirigiéndose a su Padre, le dice. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?” (Marcos 15. 34). En el momento crucial de producirse el perdón de
los pecados del pueblo de Dios, porque esto es lo que significa en Nombre Jesús
(Mateo 1:21), Jesús tenía que estar solo. La salvación del pueblo de Dios era
una labor exclusivamente suya.
Antes
de la resurrección de Jesús el conocimiento que los discípulos tenían era muy
limitado y difuso. No entendían las Escrituras. Con la muerte y resurrección de
Jesús y con la recepción del Espíritu
Santo, los apóstoles y el resto de los discípulos experimentaron un cambio:
Estaban en condiciones de interpretar correctamente las Sagradas Escrituras.
Jesús
dijo a la samaritana: “la hora viene, y ahora es cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre tales
adoradores busca que le adoren” (Juan 4: 23).
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