dilluns, 29 d’abril del 2019


JEREMIAS 4:3

“Porque así dice el Señor a todo varón de Judá y de Jerusalén: Arad camino para vosotros, y no sembréis entre espinos”
Un encargo que el profeta Jeremías transmite a quienes están interesados en crecer espiritualmente. Para quienes desean permanecer tal como están. Quienes no quieren luchar porque consideran muy peligroso emprender una guerra espiritual, que no sigan leyendo. Quienes no estén satisfechos con su condición actual con la colaboración del Espíritu Santo, la lectura de este comentario es posible que les ayude a crecer espiritualmente.
El profeta nos presenta un panorama agrícola y nos ofrece un trabajo a realizar: Arar. Un objetivo. No sembrar entre espinos. Debido a la maldición que cayó sobre la tierra por el pecado de Adán, arar es un trabajo fatigoso que produce sudor. Arar es un trabajo que  exige esfuerzo. Quien no dese esforzarse y sudar que se quede en casa tumbado en el sofá viendo la televisión. Quienes no estén satisfechos con su estado espiritual actual y deseen cambiarlo, que cojan el arado y emprendan la labor de arar en su corazón para no sembrar entre espinos. Debido a que Satanás, el enemigo de nuestra alma no duerme nunca, cuando nosotros dormimos se encarga de sembrar simiente de malas hierbas en nuestro corazón. La tarea de labrar no se hace una sola vez al año, debe repetirse cada día. Debe empezarse de madrugada confesando nuestros pecados a Jesús para que su sangre derramada en la cruz del Gólgota los borre todos, con lo que se consigue eliminar las malas semillas que el maligno ha esparcido en nuestro corazón. Leer la Biblia y meditar en la lectura realizada es un buen desayuno que nos dará fuerzas para emprender la jornada sin desfallecer emprendiendo las tareas previstas y las imprevistas que se presenten.
¿Por qué es tan importante arar para no sembrar entre espinos? Cuando Jesús narra la parábola del sembrador dice que “parte (de la simiente) cayó entre espinos y los espinos crecieron y la ahogaron” (Mateo 13:7). Jesús explica el significado: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra y se hace infructuosa” (v.22). He ahí la importancia de arar el corazón para no sembrar la palabra de Dios entre espinos. Ello nos liberará del afán de este siglo y del engaño de las riquezas que son el veneno que destruye al hombre que no cuida como se merece mantener limpio el corazón de espinos.


JUAN 8:8

“Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros, y quedó sólo Jesús y la mujer que estaba en medio”
Los hombres que llevaron ante Jesús a la mujer sorprendida en adulterio lo hicieron como jueces injustos, ¿Dónde se encontraba   el hombre que estaba con la mujer cuando fue sorprendida en adulterio? La mujer culpable. ¿El hombre no?
¿Quiénes eran los hombres que trajeron a la adúltera ante Jesús? Escribas y fariseos. Personas que se consideraban estrictos cumplidores de la Ley de Moisés. Eran de aquellos que no querían tener contacto con pecadores para no contaminarse. ¡Este celo no les impide coger a la mujer pecadora para llevarla ante Jesús para que la condene!
Los cristianos no somos ciegos que guían a ciegos para que todos caigan en el hoyo. Éramos ciegos como Bartimeo y los otros ciegos a quienes Jesús les devolvió la vista. Lo ha hecho y vemos. Vemos la realidad tal como es realmente. Sin deformarla por no tener ningún defecto de visión. La realidad nos hace ver que, aun cuando Jesús nos ha perdonado y su sangre derramada nos ha limpiado todos nuestros pecados, la verdad es que seguimos siendo pecadores y que no debemos comportarnos como fariseos que ven la mota en el ojo del vecino e incapaces de ver la biga en el propio.
Como Jesús nos ha devuelto la vista vemos los muchos adulterios que se cometen a nuestro alrededor, pero no podemos ser ultra ortodoxos porque esta actitud nos convertiría en cristianos fariseos. Jesús pone el adulterio en el lugar que le corresponde cuando afirma que se comete adulterio con solo mirar a una mujer para desearla. ¿Dónde se encuentra el hombre que en su corazón jamás haya puesto los ojos en la mujer ajena para codiciarla? Este hombre no existe. En este sentido Jesús tiene que decir a los fariseos cristianos lo mismo que dijo a los escribas y fariseos que le presentaron a la mujer sorprendida en adulterio para que la condenase: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Es una acusación que traspasa el alma  que puede producir dos efectos. El uno es el que produjo en los escribas y fariseos del relato  que acusados por su conciencia abandonaron el escenario, avergonzados sí, pero no arrepentidos, como tampoco lo fue Judas que abandonó el cenáculo de noche poseído por Satanás. El otro efecto es el que nos hace exclamar: ¡Señor, ten piedad de mí que soy un pecador! Esta postura convierte a los jueces en médicos que buscan la salvación de los adúlteros de nuestros días. ¡Cuántos médicos no se necesitan!



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