dimarts, 23 d’abril del 2019


SALMO 69:6

“No sean avergonzados por causa mía los que en ti confían, oh Señor Dios de los ejércitos, no sean confundidos por mí los que te buscan, oh Dios de Israel”
Este texto pone de manifiesto la responsabilidad que tienen los cristianos de vivir en santidad. Sabemos que los descendientes de Adán cuando nacen lo hacen infectados por el pecado y siendo hijos del diablo y como tales enemigos de Dios. Dicha prole podrá ser religiosa porque a pesar de haber perdido la imagen de Dios no se ha borrado del todo, todavía le queda un anhelo de Dios aun cuando sea buscarle por caminos equivocados. Son responsables de ser seguidores del diablo y de querer hacer su voluntad. Jamás por propia voluntad desearán librarse de la red que los retiene cautivos del diablo.
El texto que comentamos debería motivarnos a no desear ser causa de que algún pecador no busque al Señor debido a nuestro comportamiento impropio de un hijo de Dios. Ya sé que los verdaderos cristianos son pecadores cuyos pecados han sido lavados por la sangre de Cristo. A pesar de ello seguimos siendo pecadores. Antes de nuestra conversión a Cristo amábamos el pecado y nos complacíamos en él. No podíamos hacer  otra cosa pues nuestra naturaleza nos impulsaba a ello. Ahora que estamos en Cristo la cadena que nos unía al diablo se ha roto. La presión que ejercía sobre nosotros se ha quebrado. Nuestra voluntad ha sido liberada y podemos decidir entre el bien o el mal. Nuestra decisión debería ser siempre a favor del bien, pero…no siempre es así. El apóstol Pablo luchó contra este problema. (Romanos 7: 14-23). El apóstol acaba su descripción de la lucha contra el pecado que a un permanece en él con este cántico de victoria: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo con la mene sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (vv.24, 25). Si en el interior del alma persiste esta lucha espiritual el resultado será el crecimiento en santidad. Si nos encontramos en punto muerto significa que no hay lucha con lo que crece la comodidad y disminuye el buen testimonio que tenemos que dar. Con ello se consigue que los incrédulos blasfemen el Nombre de Dios por nuestra causa. De ello somos responsables y tendremos que dar cuenta a Dios cuando nos presentemos ante su presencia para dar cuenta del bien y del mal que hagamos cometido estando en la carne.


PROVERBIOS 17: 22

“El corazón alegre constituye buen remedio, mas el espíritu triste seca los huesos”
La sociedad actual se caracteriza por el incremento de enfermedades mentales que podríamos resumir en una sola palabra: Estrés. La forma de vida actual, valga la redundancia es muy estresante, es decir, se vive sometidos  a una fuerte presión que si no se disminuye acaba con hacer añicos el sistema nervioso.
Indudablemente la causa de la pandemia mental que comentamos se debe a que la sociedad se ha hecho atea. Permanecen restos de un pasado religioso intenso que ha desaparecido. Permanece el envoltorio de este pasado religioso pero sin  el espíritu que lo hizo fuerte. Permanecen tradiciones  lúdicas que se consideran culturales pero carentes de la esencia que les dio vida. Un signo de esta decadencia espiritual tal vez lo podría ser el incendio de la emblemática Notre Dame de París convertida en una máquina de hacer euros con la afluencia de turistas que la visitan. La vacuidad de los templos emblemáticos como los sencillos se han convertido en edificios carentes de alma.
La religiosidad folclórica es otro síntoma de que la religión aunque se diga que está viva lo cierto es que se encuentra en un avanzado estado de descomposición. La evidencia de tal hecho es el domingo, un día entre siete para descansar y buscar a Dios ha perdido su razón de ser. El día del Señor en vez de ser una jornada dedicada al recogimiento y a la reunión con otras personas para escuchar la predicación de la Palabra de Dios que es el pan y agua que necesita el alma se ha convertido en un frenesí en busca de nuevas sensaciones que lo que hacen es reforzar las tensiones de los seis días laborables.
“Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz dijo mi Dios, para los impíos” Isaías 57: 20, 21). Tal vez nos sean más familiares las palabras de Jesús: “La paz os dejo, mi paz o doy, yo no s la doy como el mundo la da” (Juan 14: 27). Fuera de Jesús no hay descanso para el alma. Como dice el profeta, sin la paz de Dios el alma es como el mar en tempestad. En vez de ir a Jesús para que calme la tempestad del alma como aquietó las embravecidas aguas del Mar de Galilea, se refugian en las pastillas que receta el médico que en  vez de resolver el problema lo agravan porque se busca el remedio fuera de Jesús que es el único que puede calmar el alma turbulenta.



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