SENTIDO POSITIVO DE LAS ENFERMEDADES
<b>La enfermedad compartida con Jesús
por la fe es una fuente de consuelo y de crecimiento espiritual<b>
A <b>Josep Tabernero</b> que
dirige el Valle de Hebrón Instituto de Oncología, el periodista <b>Josep
Corbella</b> le dice: - ¿Una
pregunta por la que no tenga respuesta? El doctor le responde: “La injusticia
de las enfermedades”.
¿Son injustas las enfermedades? Puede que nos
disgusten por los inconvenientes y sufrimientos que provocan. Injustas no,
porque son la consecuencia de un acto de nuestra voluntad libremente ejercido
cuando todavía estábamos en el seno de Adán. Me explicaré. La enfermedad no es
la consecuencia de un defecto de fabricación. “Y vio Dios todo lo que había
hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1: 31). Originalmente
el ser humano no enfermaba. Empezó a padecer la dolencia en el momento en que
desobedeció al Creador. Conservarse inmortal dependía de la obediencia a la
prohibición de no comer “del árbol del conocimiento del bien y del mal”
(Génesis 2.17). Gracias a la desobediencia de Adán se implantó en nuestro
corazón la raíz de la anarquía, la ausencia de autoridad. No queremos autoridad
alguna por encima de nosotros. Deseamos ir a nuestro aire sin que nadie
interfiera en lo que consideramos nuestra libertad. La situación es tal como es
y nuestra obstinación a no aceptar la realidad no hace más que perjudicarnos.
Comparemos al Creador con un fabricante. Junto
con el artículo comprado le acompaña un manual de instrucciones para que el
artilugio adquirido funcione bien. Volvamos al Edén. Adán y Eva gozaban del
idílico jardín donde disponían de todo excepto “el árbol del conocimiento del
bien y del mal” porque el día que comas de él ciertamente morirás. Adán no tuvo
en cuenta las instrucciones del manual: Adán murió y como cabeza de toda su
descendencia que estaba en él, ésta nace con el germen de la muerte instalado
en ella. Perdieron la vida eterna que gozaban y con su pérdida se implantó la
muerte y con ella la presencia de enfermedades que certifican nuestra finitud.
Discrepando del <b> Dr. Josep Tabernero</b> y de quienes con él consideran la enfermedad
una injusticia, creo que es una justicia. Como anarquistas que somos podemos rebelarnos
contra la autoridad de Dios y golpear nuestras cabezas contra una pared en
nuestra obcecación. Lo cierto es que Dios sigue sentado inmutable en su trono
riéndose de la insensatez humana.
Las leyes sirven para que el orden se mantenga
y así evitar la confusión y el caos social. Las leyes humanas por imperfectas
son mudables. Periódicamente deben revisarse y modificarse porque se han
quedado obsoletas con el paso del tiempo. La Ley de Dios es inmutable: “Porque
de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una
tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18). La Ley
de Dios no puede modificarse. No se puede poner ni sacar nada de ella. El
siguiente texto también forma parte de la Ley de Dios. “Porque la paga del
pecado es muerte, mas el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor
nuestro” (Romanos 6:23).
Tan pronto como Adán pecó se manifestó la
misericordia de Dios anunciando la venida del Mesías que destruiría el
descalabro realizado por el pecado. Los profetas anunciaron el poder curador del
Mesías: “Ciertamente llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores, y
nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas Él herido
fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, el castigo de nuestra
paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53: 4,5).
Llegado el cumplimiento del tiempo, en Belén, un pueblecito de Judea se encarnó
el Hijo de Dios en la persona de Jesús. Es pública y notoria la misericordia
que manifestó curando enfermos, expulsando demonios…y declarando que ofrecía
vida eterna a quienes creyesen en Él. En la cruz, Jesús, el Mesías “fue molido
por nuestros pecados. La restauración definitiva de los efectos de la muerte
iniciada en el Edén no será efectiva hasta el día de la resurrección. En tanto
no llegue este día hemos de lidiar con las enfermedades, consecuencia de
nuestra desobediencia estando en Adán.
Ante la situación trágica ocasionada por
nuestra mala cabeza, no estamos solos en medio de este desierto hostil en que
habitamos. Por el Espíritu Santo tenemos a nuestro alcance a Jesús
misericordioso. Una plegaria nos une a Él. Para que una oración sincera salga
de nuestros labios para implorar misericordia en el momento del dolor, es
preciso que creamos que Jesús es el Mesías escogido por Dios el Padre de
nuestro Señor Jesucristo para deshacer las obras del pecado y del diablo.
<b>Paul Cloel</b> expresa muy bien esta situación de espera en que
nos encontramos, cuando escribe: “Dios no ha venido para eliminar el sufrimiento,
ni para explicarlo. Ha venido para llenarlo, y darle sentido con su presencia”.
Rebelarse contra lo que se considera “la
injusticia de las enfermedades”, lo que se consigue es crear un infierno que
causa más dolor que la misma enfermedad. Gritar con odio y alzar los puños
hacia el cielo contra Dios porque se le
considera culpable de nuestro dolor, no resuelve el problema, lo empeora. Quien
tenga la experiencia del salmista, podrá decir con él: “Escucha, oh Dios, mi
oración, y no te escondas de mi súplica. Está atento, y respóndeme, clamo en mi
oración, y me conmuevo” (Salmo 55:1,2). El
salmista encuentra en Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo el consuelo en
los momentos difíciles y la seguridad de no estar desamparado. En Jesús, al
sufriente sólo le separa una oración de Dios.
Octavi
Pereña i Cortina
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada