dilluns, 3 d’octubre del 2016

GÉNESIS 15.

“No temas, Abram, yo soy tu escudo, y tu recompensa será sobremanera grande”
Hagamos una pequeña variación a este texto. Sustituyamos el nombre Abram por el del lector. “No temas (el nombre del lector), yo soy tu escudo y tu recompensa será sobremanera grande”. Es una promesa maravillosa la que el Señor nos hace. El Señor es fiel y por tanto se cumple. Las promesas del Señor en el tiempo por Él determinado se cumplen inexorablemente.
Poco después de separarse Abram de su sobrino Lot, el señor le dijo al patriarca: “Porque toda la tierra que ves, la daré para ti y a tus descendientes para siempre” (Génesis 13.15). Abram rondaba los cien años y Sarai su esposa había perdido la costumbre de las mujeres. Humanamente hablando era totalmente imposible que Abram pudiese tener el hijo de la promesa. En circunstancias tan desfavorables el Señor le dice a Abram: “No temas, Abram, yo soy tu escudo, y tu recompensa será sobremanera grande”. Abram es conocido como el padre de la fe. Los verdaderos creyentes en Cristo de todos los tiempos han tenido la fe de Abraham. Somos hijos de Abraham porque por la fe en nuestro Señor Jesucristo tenemos el mismo Padre celestial.
Al igual que Abraham nuestra fe es deficiente y nos movemos en un mundo de incertidumbre. Se presentan circunstancias que nos atemorizan. Los hijos de Dios no nos movemos en un ambiente estéril. Nuestro entorno está contaminado por el pecado y sobre toda la tierra pesa la maldición de Dios debido al pecado de Adán. Satanás, el dios de este mundo, con la autorización de Dios posee una cierta libertad para hacer que las circunstancias estén en contra nuestra. Job no sabía lo que le sucedía, nosotros que conocemos  todo el relato hasta el final, sabemos que  sus quebrantos se debían a las artimañas del diablo.
Podemos vernos sacudidos por la adversidad. Cada uno sabe las situaciones gravosas por las que atraviesa. María Rosa Buxarrais, presidenta del Teléfono de la Esperanza, dice. “Mucha gente no tienen a nadie  con quien hablar. A nadie”. Nosotros los cristianos que tenemos la fe de Abraham tenemos en el cielo a un Padre que se inclina hacia la tierra para ver todo lo que les sucede a los hijos de Adán y con más precisión a sus hijos. Porque no pierde detalle de todo lo que nos sucede puede decirnos: “No temas, yo soy tu escudo”. Yo soy tu escudo. Yo te protejo en todas las circunstancias. Siempre estoy  a tu lado. Los dardos de fuego que el Maligno lanza contra ti no te dañarán porque yo soy tu escudo. Es cierto que sufres, la tribulación que yo permito que padezcas no te daña más de lo que puedes resistir. Es el fuego de tu santificación. El sufrimiento te libera de las escorias que afean tu fe. El resultado de tu dolor compartido conmigo es una fe más firme y una santidad más evidente. “Tu recompensa será sobremanera grande”, habitar en la Jerusalén celestial en donde se encuentra el trono de Dios y poder contemplar su rostro glorioso por toda la eternidad.


SALMO 105: 17-19

“Envió un varón delante de ellos, a José que fue vendido como esclavo, afligieron sus pies con grillos, en la cárcel fue puesta su persona. Hasta la hora que se cumplió su palabra, la palabra el señor lo refinó”
Los misterios del Señor durante un tiempo son irresolubles. Poco a poco se nos van clarificando. El Señor le dice a Abram que su descendencia heredará la tierra que pisan sus pies. Le asegura que su descendencia morará en tierra ajena, en donde será esclavizada y oprimida durante cuatrocientos años. Pero a la nación que servirán yo la juzgaré. Después saldrán con gran riqueza. Nosotros que conocemos toda la historia lo vemos muy claro, pero la perplejidad debió llenar el corazón de Abram.
Abram, pero era un hombre de fe y por la fe anduvo como viendo al Invisible. Se acerca el cumplimiento de la profecía y nos encontramos con Jacob y sus doce hijos. De entre ellos sobresale el orgulloso José que irrita a sus hermanos hasta despertar el odio hacia él, lo cual motiva que al presentárseles la oportunidad lo vendan como esclavo a unos mercaderes que a su vez lo venden al egipcio Potifar. José en Egipto sufre toda suerte de humillaciones hasta el momento en que haciendo uso del don de interpretación de sueños desvela al copero del faraón el significado del sueño que le inquieta. El copero se olvida e José hasta el día que el faraón tiene un preocupante sueño que sus adivinos no pueden interpretar. Entonces, el copero desmemoriado se acuerda de José y le habla al faraón  de un hebreo que interpreta sueños. El destino de José cambia por completo: de sr un esclavo encarcelado por una falsa acusación de asedio sexual se convierte en la persona más importante d Egipto por debajo del faraón.
¿Por qué esta rápida ojeada a la vida de José? Sencillamente porque José es un eslabón en la cadena de situaciones que deben presentarse para que la promesa que el Señor le hizo a Abraham se cumpla. Además, el texto que comentamos nos ilustra que los instrumentos humanos que el Señor utiliza en el proceso deben reunir determinadas condiciones. En el caso de José tuvo que ser refinado, es decir, la semejanza de Jesús debía reflejarse en él. Durante el proceso José ignoraba que el Señor trabajaba en él con el propósito de refinarlo.
Antes de blasfemar el Nombre del Señor en la adversidad preguntémonos, ¿Cuál es el propósito de Dios para con nosotros? ¿Cómo está mi santidad? ¿Se refleja en mí la imagen de Jesús que llevo dentro? Si no crecemos en santidad significa que algo anda mal en nuestro interior. Necesitamos ser refinados. Se precisa que el Señor nos haga pasar por el fuego de la purificación para apartar las escorias que impiden que el oro que somos por ser hijos de Dios brille con todo su esplendor. Démosle gracias al Señor que se preocupe de nuestra santificación pues sin ella no veremos al Señor en su gloria.
Octaviperenyacotina22.blogspot.com



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