GÉNESIS 15.
“No temas,
Abram, yo soy tu escudo, y tu recompensa será sobremanera grande”
Hagamos una
pequeña variación a este texto. Sustituyamos el nombre Abram por el del lector.
“No temas (el nombre del lector), yo soy tu escudo y tu
recompensa será sobremanera grande”. Es una promesa maravillosa la que el Señor nos hace. El Señor es
fiel y por tanto se cumple. Las promesas del Señor en el tiempo por Él
determinado se cumplen inexorablemente.
Poco después de
separarse Abram de su sobrino Lot, el señor le dijo al patriarca: “Porque toda la tierra que ves, la daré para ti y a tus
descendientes para siempre”
(Génesis 13.15). Abram rondaba los cien años y Sarai su esposa había perdido la
costumbre de las mujeres. Humanamente hablando era totalmente imposible que
Abram pudiese tener el hijo de la promesa. En circunstancias tan desfavorables
el Señor le dice a Abram: “No temas, Abram, yo soy tu
escudo, y tu recompensa será sobremanera grande”. Abram es conocido como el padre de la fe. Los
verdaderos creyentes en Cristo de todos los tiempos han tenido la fe de
Abraham. Somos hijos de Abraham porque por la fe en nuestro Señor Jesucristo
tenemos el mismo Padre celestial.
Al igual que
Abraham nuestra fe es deficiente y nos movemos en un mundo de incertidumbre. Se
presentan circunstancias que nos atemorizan. Los hijos de Dios no nos movemos
en un ambiente estéril. Nuestro entorno está contaminado por el pecado y sobre
toda la tierra pesa la maldición de Dios debido al pecado de Adán. Satanás, el
dios de este mundo, con la autorización de Dios posee una cierta libertad para
hacer que las circunstancias estén en contra nuestra. Job no sabía lo que le
sucedía, nosotros que conocemos todo el
relato hasta el final, sabemos que sus
quebrantos se debían a las artimañas del diablo.
Podemos vernos
sacudidos por la adversidad. Cada uno sabe las situaciones gravosas por las que
atraviesa. María Rosa Buxarrais, presidenta del Teléfono de la Esperanza, dice.
“Mucha gente no tienen a nadie con quien
hablar. A nadie”. Nosotros los cristianos que tenemos la fe de Abraham tenemos
en el cielo a un Padre que se inclina hacia la tierra para ver todo lo que les
sucede a los hijos de Adán y con más precisión a sus hijos. Porque no pierde
detalle de todo lo que nos sucede puede decirnos: “No
temas, yo soy tu escudo”.
Yo soy tu escudo. Yo te protejo en todas las circunstancias. Siempre estoy a tu lado. Los dardos de fuego que el Maligno
lanza contra ti no te dañarán porque yo soy tu escudo. Es cierto que sufres, la tribulación
que yo permito que padezcas no te daña más de lo que puedes resistir. Es el
fuego de tu santificación. El sufrimiento te libera de las escorias que afean
tu fe. El resultado de tu dolor compartido conmigo es una fe más firme y una
santidad más evidente. “Tu recompensa será
sobremanera grande”,
habitar en la Jerusalén celestial en donde se encuentra el trono de Dios y
poder contemplar su rostro glorioso por toda la eternidad.
SALMO 105: 17-19
“Envió un varón
delante de ellos, a José que fue vendido como esclavo, afligieron sus pies con
grillos, en la cárcel fue puesta su persona. Hasta la hora que se cumplió su
palabra, la palabra el señor lo refinó”
Los misterios
del Señor durante un tiempo son irresolubles. Poco a poco se nos van
clarificando. El Señor le dice a Abram que su descendencia heredará la tierra
que pisan sus pies. Le asegura que su descendencia morará en tierra ajena, en
donde será esclavizada y oprimida durante cuatrocientos años. Pero a la nación
que servirán yo la juzgaré. Después saldrán con gran riqueza. Nosotros que
conocemos toda la historia lo vemos muy claro, pero la perplejidad debió llenar
el corazón de Abram.
Abram, pero era
un hombre de fe y por la fe anduvo como viendo al Invisible. Se acerca el
cumplimiento de la profecía y nos encontramos con Jacob y sus doce hijos. De
entre ellos sobresale el orgulloso José que irrita a sus hermanos hasta
despertar el odio hacia él, lo cual motiva que al presentárseles la oportunidad
lo vendan como esclavo a unos mercaderes que a su vez lo venden al egipcio Potifar.
José en Egipto sufre toda suerte de humillaciones hasta el momento en que
haciendo uso del don de interpretación de sueños desvela al copero del faraón
el significado del sueño que le inquieta. El copero se olvida e José hasta el
día que el faraón tiene un preocupante sueño que sus adivinos no pueden
interpretar. Entonces, el copero desmemoriado se acuerda de José y le habla al
faraón de un hebreo que interpreta
sueños. El destino de José cambia por completo: de sr un esclavo encarcelado
por una falsa acusación de asedio sexual se convierte en la persona más
importante d Egipto por debajo del faraón.
¿Por qué esta
rápida ojeada a la vida de José? Sencillamente porque José es un eslabón en la
cadena de situaciones que deben presentarse para que la promesa que el Señor le
hizo a Abraham se cumpla. Además, el texto que comentamos nos ilustra que los
instrumentos humanos que el Señor utiliza en el proceso deben reunir
determinadas condiciones. En el caso de José tuvo que ser refinado, es decir,
la semejanza de Jesús debía reflejarse en él. Durante el proceso José ignoraba
que el Señor trabajaba en él con el propósito de refinarlo.
Antes de
blasfemar el Nombre del Señor en la adversidad preguntémonos, ¿Cuál es el
propósito de Dios para con nosotros? ¿Cómo está mi santidad? ¿Se refleja en mí
la imagen de Jesús que llevo dentro? Si no crecemos en santidad significa que
algo anda mal en nuestro interior. Necesitamos ser refinados. Se precisa que el
Señor nos haga pasar por el fuego de la purificación para apartar las escorias
que impiden que el oro que somos por ser hijos de Dios brille con todo su
esplendor. Démosle gracias al Señor que se preocupe de nuestra santificación
pues sin ella no veremos al Señor en su gloria.
Octaviperenyacotina22.blogspot.com
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