LA IMAGEN DE DIOS
<b>Algunos evolucionistas en su
necedad se imaginan a Dios como un mono que gruñe y que ha evolucionado a lo
largo de millones de años hasta hacerse inteligente</b>
El periodista <b>Josep
Corbella</b> entrevista a <b>Palmira Saladié</b>, entre otras
cosas le pregunta: ¿Qué piensa que es cierto aún cuando no pueda demostrarlo?
La respuesta fue: “Que los australopitecos, antecesores de los humanos, eran
capaces de cazar y de hacer herramientas”. Los australopitecos, según los
evolucionistas fueron un género de primates homínidos que vivieron en
África entre cuatro a dos millones de
años. La <b>Palmira</b> se merece un elogio porque dice que no pude
demostrar lo que hacían los “antecesores de los humanos”.
No puedo elogiar a <b>Emilia Cerezo Moedano</b>,
autora de los libros <i> ¿Evolución? Sí, para
todos</i> y <i>Darwin preescolar</i> porque afirma cosas sobre Dios que no puede demostrar. El periodista que la
entrevista hace este comentario: “Un libro donde lleva al límite el darwinismo
y no sólo afirma que el hombre viene del mono, sino que Dios también procede de
un dios mono anterior”. A lo largo de la entrevista publicada en El País
Semanal (26/06/2016) <b>Emilia Cerezo</b> dice alguna cosas sobre
Dios que ignoro cómo puede decirlas una persona culta pero que Dios asegura que
se debe a su necedad. Distinguiéndose de <b>Palmira Saladié</b> que
no puede demostrar lo que sucedió entre cuatro y dos millones de años,
<b>Emilia Cerezo</b> afirma con rotundidad lo que sucedió hace
millones y millones de años: Dios “viene de un dios mono anterior que se
comunicaba gruñendo y estaba completamente cubierto de pelo. Dios es el
producto de una evolución constante durante millones de años…Sí (Dios creó el
universo), pero tardó muchísimo. Evolucionó durante millones de años…Dios
empezó a ser inteligente al cabo de muchísimo tiempo. Al principio tenía un
cerebro del tamaño de un cacahuete…” Refiriéndose a Jesús dice: “Le diré que lo
primero que hicieron los monos al desarrollar un pulgar oponible fue agarrar
unas piedras y unos palos y crucificar al mesías mono para expiar nuestros
pecados de mono…”. Si Dios es como se lo imagina <b>Emilia
Cerezo</b> y que no aporta pruebas para demostrar su proceso evolutivo,
no debe extrañarnos que el hombre llegue al extremo de barbarie como la del
llamado Estado Islámico o de los Estados que se consideran civilizados. Estas
tropelías son el resultado de que el hombre ha abandonado al Creador con lo que
se ha inclinado a la idolatría. Estas fechorías nada tienen que ver con la
evolución, sino con el pecado.
El Dios eterno e inmutable no se parece
en nada con el dios que <b>Emilia Cerezo</b> describe con tanto
detalle. El Dios de la Biblia no lo ha visto ningún mortal. Es el Invisible.
Algunos mortales vieron una teofanía, una manifestación sensible de la
Divinidad. Cuando Moisés le pidió a Dios: “Te ruego que me manifiestes tu
gloria” (Éxodo 33:18). La respuesta que recibió fue: “No podrás ver mi rostro,
porque no me verá hombre y vivirá. Y dijo aún el Señor: He aquí un lugar junto
a mí, y tú estarás sobre la peña, y cuando pase mi gloria, yo te pondré en una
hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después
apartaré mi mano y verás mis espaldas,
pero no se verá mi rostro” (vv. 20-23). Por esto el mandamiento: “No te harás
ninguna imagen…” (Éxodo 20:4). El apóstol Pablo explica como <b>Emilia
Cerezo</b>puede llegar a convertir al Dios invisible en la semejanza de
un mono “que se comunicaba gruñendo y estaba totalmente cubierto de pelo”,
cuando escribe: “Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad se
hicieron claramente visibles desde la creación del mundo” (Romanos 1:20).
Quienes no desean ver las cosas invisibles de Él, manifiestas en la creación,
“profesando ser sabios se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios
incorruptible en semejanza de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de
reptiles” (vv, 22,23).
Jesús antes de dejar este mundo anuncia a
sus discípulos que se va a preparar un lugar para ellos: “Para que donde yo
estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:13). Los discípulos que todavía no
habían recibido el Espíritu Santo encontraron muy extrañas dichas palabras
porque no las entendían. Es cierto que conocían a Jesús pero no con la claridad
con que lo harían a parir de Pentecostés cuando se convirtieron en morada del
Espíritu Santo. Durante la conversación que mantuvo Jesús con sus discípulos se
produjo un diálogo muy interesante: “Si me conocieseis, también a mi Padre
conoceríais, y desde ahora le conocéis y le habéis visto. Felipe le dijo:
Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo que estoy
con vosotros y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al
Padre: ¿Cómo, pues dices tú: muéstranos el Padre?” (Juan 14:7-9).
Jesús “que es el esplendor de su gloria
(de Dios) y la expresión de su esencia” (Hebreos 1:3), descubre al Dios
invisible que se muestra en la obra de la creación (Romanos 1: 19,20). Siendo
Jesús “la expresión exacta de la esencia de Dios” nos muestra la ternura y el
amor infinito que el Padre siente por sus criaturas que en su necedad le
convierten en un mono gruñón cubierto de
pelo, imagen grosera de Dios que amando de tal manera al mundo ha dado a su
Hijo unigénito para que cualquiera que crea en Él no se pierda mas tenga vida
eterna (Juan 3:16).
Octavi
Pereña i Cortina
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