LOS DEDOS DE DIOS
<b>La pregunta que la Ciencia no
sabe dar razón, la Biblia la responde: “En el principio creó Dios los cielos y
la Tierra” (Génesis 1:1</b>
Auguste Compte se le puede considerar el
padre del radicalismo científico basado en una fe ciega en la capacidad de la
ciencia para responder a todas las preguntas y resolver todos los problemas, y
constituido como una nueva religión. Compte divide la historia en tres
estadios: el teológico, en que se postulan dioses invisibles que explican los
acontecimientos; el metafísico, en que los dioses se convierten en
abstracciones para explicar el origen de las cosas; y el científico, en que se
busca la descripción y el control de la Naturaleza, y donde <i>la
religión de la humanidad</i> suplanta al cristianismo…El origen del
Cosmos sigue tan lejos de ser explicado como en tiempos de Ptolomeo. Lo que se
está investigando no es el origen de la nada, sino el proceso que va desde el
Big Bang hasta la actualidad. El origen está antes, y las preguntas esenciales
nada tienen que ver con leptones, borlones o bosones, que se están
descubriendo, son preguntas más simples: ¿¿Qué o quién desencadenó el Big Bang?
¿Con qué propósito?” <b>Miguel Ángel Munárriz Casajús, doctor ingeniero
del ICAI). Es precisamente estas cuestiones a las que no llega la ciencia son
de las que se ocupa la Biblia para darles respuesta: “En el principio creó Dios
los cielos y la Tierra” (Génesis 1:1).
Una vez la Tierra estuvo lista para recibir al hombre: “Entonces dijo Dios:
Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (v.26).
<b>Miguel Ángel Munárriz
Casajús</b> se pregunta: “¿Qué o
quién desencadenó el Big Bng? “¿Con qué propósito? La Ciencia responde con el
silencio.
“Alzando la cabeza hacia la cúpula
celeste y nos admiramos de su belleza natural como si fuese un espectáculo
preparado especialmente para placer de nuestra especie. La noche estrellada
siempre es magnífica. Millones de personas se gozan en estos meses estivales
del hemisferio norte. Con los Perseidos se añade un nuevo aliciente y este año
la noche será más intensa…Durante el verano el Observatorio Fabra organiza
cenas bajo las estrellas…Los comensales pueden subir hasta la cúpula del
edificio en donde se guarda el telescopio que apunta a Saturno. Dicen que cuando
la gente pone el ojo en el visor del telescopio, suele musitar: ¡Dios mío, Dios
mío!” La verdad de nuestra fragilidad cósmica se hace evidente con una ojeada
al universo por medio de una lente de aumento. Tanta inmensidad nos hace
humildes, no somos el centro del universo, ni tan sólo es la nuestra la única
galaxia…” (<b>Carina Farreras</b>.
Ni con la ayuda del telescopio que acerca
la inmensidad sideral el ser humano es capaz de darse cuenta que no está solo
en el espacio infinito. Tiene ojos para ver pero ni con la ayuda del telescopio
puede darse cuenta que detrás del cielo estrellado que tanto excita sus
sentidos se encuentra el Creador que por medio de la creación revela “las cosas
invisibles de Él, su poder eterno y su divinidad” (Romanos 1:20). Es una
lástima porque se pierde la oportunidad de disfrutar de un gozo que trasciende
el tiempo. Ver la creación desde la perspectiva exclusivamente material crea
sensaciones de corta duración que deben irse renovando periódicamente para que
las “buenas vibraciones” no se pierdan. Creo que de aquí nace el frenesí por la
investigación espacial que no da respuesta a las preguntas existenciales que se
hace el hombre.
El salmista que sin la ayuda del visor de
un telescopio, con el ojo desnudo contempla en la noche estrellada la
inmensidad del Cosmos en miniatura pero intuyendo por la fe su infinitud,
exclama: “Cuando veo tus cielos obra de tus dedos, la luna y las estrellas que
tu formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo
del hombre para que lo visites?” (Salmo 8: 3,4).
Una de las finalidades de la exploración
espacial es averiguar si existen vestigios de vida en algún remoto rincón del
Cosmos. Se gastan miles de millones de dólares para intentar descubrir si los
hay. Este descubrimiento hasta el presente no se ha conseguido. En caso de que
algún día se llegase a revelar huella de
vida, este encuentro no aportaría luz sobre su origen. Los asistentes a las
cenas estivales bajo las estrellas que organiza el Observatorio Fabra consigue
que quienes ponen el ojo en el visor del telescopio, admirados por la dimensión
de la visión celeste, digan: “¡Dios mío, Dios mío!” Esta no es una declaración
de fe. En el fondo de la incredulidad persiste viva la creencia de la
existencia de Dios. La mirada de fe del salmista le permite dirigirse al
Creador con la humildad que exige la distancia existente entre la magnitud del
Creador y la insignificancia de la criatura: “¿Qué es el hombre para que tengas
de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?” Detrás de la creación
no hay nada, sino el propósito de su existencia: “Los cielos cuentan la gloria
de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1).
Quien tiene ojos para ver la realidad de
la creación descubre la existencia de un Dios personal que además de Creador,
por las exigencias del pecado también es Salvador. El hombre no se encuentra
solo en medio de la infinitud sideral. Tiene la posibilidad de conversar con el
Creador-Salvador que es Jesús. El salmista por la fe que es un regalo de Dios
pone de manifiesto que es posible relacionarse con el Creador. La fe es la
ventana por la que llega la respuesta a las preguntas que plantea
<b>Miguel Ángel Munárriz Casajús</b>: “¿Qué o quién desencadenó el
Big Bang? ¿Con qué propósito?”
Octavi
Pereña i Cortina
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