dilluns, 22 d’agost del 2016

SALMO 36:1,2

“La iniquidad del impío me dice al corazón: No hay temor de Dios delante de sus ojos. Se lisonjea por tanto, en sus propios ojos, de que su iniquidad no será hallada, aborrecida”
El salmista es un hombre de Dios y expresa el sentimiento que le produce ver el comportamiento de los impíos. El sentimiento que le produce tal actitud no es superficial: le habla a su corazón. ¿Qué le dice el mensaje que recibe del comportamiento de los impíos: “No hay temor de Dios delante de sus ojos”. Cuando el temor de Dios no es presente en el ser humano éste llega a producir toda clase de atrocidades. Las autoridades están preocupadas por el incivismo ciudadano, por la violencia callejera, por la pornografía infantil, por los crímenes que se cometen en Nombre de Dios, por la esclavitud sexual a la que se ven sometidas muchas mujeres, no olvidemos la esclavitud laboral, no solo en países del Tercer Mundo, sino incluso en Occidente.…
Se busca poner remedio a tantos desafueros, sin conseguirlo. Todo lo contrario va en aumento como lo prueban las estadísticas. El remedio a tantos males no es la educación. Hay que ir a buscarlo en el temor de Dios.
Los impíos, que no hay temor de Dios en ellos se lisonjean en sus propios ojos de su iniquidad. El temor de Dios es el freno a la iniquidad en sus diversas manifestaciones. Si el temor de Dos no existe, las leyes que se legislen para frenar la delincuencia en general no sirven para ponerle coto. Hecha la ley hecha la trampa. Los hacedores del mal presumen de sus actos. La falta del temor de Dios es un estímulo para cometer actos vandálicos todavía más crueles.
El impío, en quien no hay temor de Dios delante de sus ojos piensa “que su iniquidad no será hallada y aborrecida”. El necio, el impío, a pesar de que diga: “No hay Dios”, su negación no borra a Dios del mapa. Dios sigue existiendo y contemplando desde los cielos a los hombres y a sus obras. “Brame el mar y su plenitud, el mundo y los que en él habita, los ríos batan las manos, los montes todos hagan regocijo delante del Señor, porque vino a juzgar la tierra. Juzgará el mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud”  (Salmo 98:7-9). “El hombre necio no sabe, y el insensato no entiende esto. Cuando brotan los impíos como la hierba, y florecen todos los que hacen iniquidad, es para ser destruidos eternamente. Mas tú, Señor, para siempre eres Altísimo. Porque he aquí, tus enemigos, oh Señor, porque he aquí, perecerán tus enemigos, serán esparcidos todos los que hacen iniquidad” (Salmo 92:6-9).
Pero todavía hay esperanza de huir de la ira que ha de venir: Impíos, arrepentíos de vuestros pecados y creed en el Señor Jesucristo, vuestros pecados os serán perdonados y recibiréis el regalo de la vida eterna.


SALMO 66:3

“En el día que tengo miedo, yo en ti confío”
“El miedo es la emoción más antigua y fuerte de la humanidad” escribió el novelista de historias de terror H. P. Lovecraft. Desconozco si el novelista conocía el relato de Génesis en el que se describe la reacción de Adán ante la presencia de Dios. El miedo es la consecuencia del pecado que separa el hombre de Dios. Ante el pecado cometido a Adán y Eva no se les ocurrió otra cosa que coserse unos delantales con un material tan precario como lo es la  hoja de higuera. Adán y Eva fueron los primeros diseñadores de moda. Si no hubiesen pecado una industria tan lucrativa como lo  ha sido la de la moda a lo largo de los siglos, no hubiese existido.
Volvamos a Adán en quien estábamos en él y en él pecamos. El pecado hizo que cosiese el delantal con el propósito de salvarse por medio de la primera obra de justicia propia. Esfuerzo inútil porque el pecado seguía agazapado en lo profundo de su alma con el agravante que de ser amigo de Dios pasó a ser su enemigo. Adán y Eva estaban satisfechos con sus prendas de diseño..
La primera obra de justicia propia, ¿sirvió para que Adán y Eva recuperaran la amistad con Dios perdida? Veamos cual fue el resultado. Da la impresión de que antes de la Caída Adán y Eva paseaban juntos con Dios por el bello jardín en el que no crecían malas hierbas que lo afeasen. Dios, a pesar de que se había introducido la enemistad con el hombre no abandona la costumbre de pasear por el jardín en compañía de Adán y Eva. Pero la obra de justicia propia de Adán no funcionó. “Y oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba en el huerto al aire del día, y el hombre y la mujer se escondieron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del huerto” (Génesis 3:8). ¿Por qué se escondieron si hasta bien poco se habían paseado juntos fraternalmente? Cuando el Señor le pregunta a Adán: “¿Dónde estás tú?” (v.9). La respuesta al llamado de Dios fue: “Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo y me escondí” (v.10). La obra de justicia propia realizada por Adán no sirvió para hacer desaparecer el miedo. Había dejado de amar a Dios y tal carencia había introducido el miedo en su corazón. El amor a Dios hace desaparecer el miedo: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan 4:18). Si tenemos miedo es porque “el perfecto amor” no está arraigado en nuestro corazón. Sería bueno que pudiésemos decir con el salmista: “En el día que tengo miedo en Ti confío”. La justicia de Cristo aplica al pecador restable el amor a Dios que se había perdido con el pecado.




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