dilluns, 9 de març del 2015


PROVERBIOS 30:12


“Hay una generación limpia en sui propia opinión, si bien no se ha limpiado de su inmundicia”

La enseñanza generalizada que se imparte en las escuelas, los medios de comunicación, es que el hombre es bueno por naturaleza y que el comportamiento incorrecto que se ve por todas partes se debe a factores externos al ser humano. Cuando se pregunta cuáles son estos factores externos no saben que responder. No es este el concepto que David tiene de sí mismo.: “He  aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). La declaración de David nos transporta al paraíso cuando Adán comió del fruto que Dios le dijo que no comiese. A partir de la ingestión del fruto prohibido el pecado entró a formar parte de la condición humana y, como dice la declaración bíblica: “Todos hemos pecado. Esto significa que  todos  sin excepción hemos pecado y el pecado que forma parte de nuestra naturaleza es el que nos hace hacer las fechorías que se cometen en el mundo. La experiencia enseña que todos los seres humanos cometemos pecados de diversa intensidad de maldad. La mentira piadosa que consideramos inocua es una violación del mandamiento que dice: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”  (Éxodo 20:16). La mentira piadosa que no le prestamos atención  y que cometemos con tanta facilidad nos la miraríamos con otros ojos si tuviésemos en cuenta lo que nos dice Santiago: “Porque cualquiera que guarde toda la Ley, pero ofende en un punto, se hace culpable de todos” ((2:10).

Si alguien se da cuenta que la naturaleza humana está contaminada de pecado es la contribución más grande que se puede hacer para regenerar la sociedad que está contaminada por la injusticia y la corrupción  en todos los niveles sociales. Quien se reconoce pecador sabe que en primer lugar su pecados son ofensas cometidas a Dios . En líneas generales el verdadero creyente en Jesucristo sigue los pasos del salmista: “Ordena mis pasos con tu palabra, y ninguna iniquidad se enseñoree de mi” (Salmo 119:133). El salmista suspira porque su caminar diario se ajuste a los preceptos de Dios expuestos en la Biblia y no desea que ninguna iniquidad le domine. En otras palabras, desea andar en santidad porque sin ella no podrá seguir manteniendo intimidad con el Dios que le ha amado hasta el punto de ofrecer a su Hijo en sacrificio para borrar su pecado. ¿Cómo puede vivir en pecado alguien que aborrece el pecado?

En cambio, nuestra generación que se cree limpia en su propia opinión no se ha limpiado de su inmundicia y como generación inmunda se revuelca en su propia suciedad. No puede evitarlo. Su inclinación perversa  le pide hacer maldades. El árbol malo de manera espontánea de frutos malos. Nuestra generación  malvada, ¿cómo puede pretender hacer el bien si su naturaleza espiritual le inclina  a hacer el mal?


ROMANOS 5:18


“Así como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida”

Es curioso como nuestra sociedad que dispone de redes de distribución de agua potable que llega hasta nuestros hogares y que con un ligero movimiento del grifo salga un chorro de agua, se vean personas acarreando garrafas de agua embotellada. Justifican el esfuerzo diciendo que el agua embotellada es de mejor calidad que la que sale del grifo. Este tema del agua ilustra la enseñanza que nos da  el texto que comentamos.

El texto contrasta dos personas que no cita por nombre pero que revela su identidad.: Adán y Jesús.”Por la transgresión de uno (Adán)vino la condenación a todos los  hombres”.  La transgresión se refiere sin duda alguna a la desobediencia de Adán cuando comió del fruto del árbol que Dios le prohibió comer. Toda la humanidad estaba en los lomos de Adán, siendo por ello que su pecado ha sido traspasado a toda su posteridad. Esta es la causa de que la condenación  haya llegado a todos los seres humanos, de que no se encuentra ni tan siquiera un solo justo. El texto no nos deja en la condenación inexorable. Nos transmite una buena noticia. En un mundo saturado de malas noticias es de agradecer que se nos transmita una de buena: “De la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida”, clara referencia a la muerte de Jesús por el pecado del pueblo de Dios. Algunos dicen que deben hacerse obras meritorias, es decir que confíen méritos ante los ojos de Dios a quienes las hacen. Así obligan a Dios a salvar a quienes las realizan. Quienes así piensan se ponen al lado de aquellos que acarrean garrafas de agua embotellada porque la consideran de mejor calidad que la que sale del grifo. Quienes creen que deben añadir esfuerzos personales para conseguir la salvación que Dios ofrece gratuitamente, se equivocan. El pecado es una ofensa infinita infligida a Dios que no puede saldarse con una infinidad de obras meritorias manchadas de pecado. Debemos descartar la necedad de que nosotros pecadores  podemos aplacar la ira de Dios con nuestras buenas obras pecaminosas.

Ningún ser humano será justificado por sus obras meritorias. La enseñanza indiscutible de la Biblia es: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). La justicia de Cristo nos ha aportado la justificación de vida. No se precisa trajinar la pesada carga de obras meritorias que nos hunden en la ciénaga de la condenación eterna. El Justo (Cristo) muriendo por los injustos (el lector es uno) saca a quienes creen en Él del pozo de la condenación. La salvación en su totalidad es obra de Dios. Al pecador sólo le queda creer en lo que Dios en Jesús ha hecho por él.

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