MUERTES SÚBITAS
La
periodista Mónica Ribes en su programa matinal diario se sube al tren de los
comentarios que se hacen con respecto al accidente aéreo que sucedió el pasado
23 de marzo haciéndose esta pregunta:
<i>¿Por qué han muerto estas personas y no otrs?</i>¿Por qué la
persona que tenía que viajar en el avión accidentado canceló a última hora el
vuelo debido a que la reunión a la que debía asistir en Alemania se cambió por
otro día? La Escritura da respuesta al dilema:”Todo tiene su tiempo, y todo lo
que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer y tiempo de
morir” (Eclesiastés 3:1,2). Quien marca la hora no es el azar sino Dios que
promueve los acontecimientos según su voluntad. Todo sucede según sus
propósitos que evidentemente ahora no entendemos. A pesar de que sabemos que
hay un tiempo de morir a menudo la
muerte nos coge por sorpresa cuando nos afecta directamente. En cierta ocasión
a Jesús se le hizo saber “acerca de los galileos cuya sangre Pilato había
mezclado con los sacrificios de ellos…Y aquellos dieciocho sobre los cuales
cayó la torre de Siloé y los mató” (Lucas 13:1-5). La respuesta que les dio
Jesús fue: “¿Pensáis que eran más culpables que todos los hombres que había en
Jerusalén?, dando a entender que la gente creía que aquellas personas que murieron de manera inesperada expiaron
debido a sus pecados. Pero Jesús que es un buen pedagogo aprovecha la
oportunidad para intentar hacer reflexionar a sus oyentes, diciéndoles:
“¿Pensáis que estas (personas), porque padecieron tales cosas, eran más
pecadoras que todas las (personas) ¿ Os digo: No, antes si no os arrepentís,
todos pereceréis igualmente”. Las muertes violentas ocurridas en estos
accidentes fueron un recordatorio para las otras que no expiraron. Dios les
otorgaba un margen de tiempo para que reflexionaran y se arrepintiesen y así
pudiesen alcanzar la vida eterna.
Moisés
en su plegaria dice: “Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira,
acabamos nuestros años como un pensamiento. Los días de nuestra edad son
setenta años, y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza
es molestia y trabajo, porque pronto pasan y volamos…Enseñamos de tal modo a
contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:9,10,12).
Una vez olvidado los efectos de la tragedia y los medios de comunicación la
arrinconen porque ya no es noticia, las banderas de los municipios ondeen a
media asta durante los tres días que establece el protocolo, recuperada la
posición normal porque algunos de sus ciudadanos han fallecido en el accidente,
¿habremos aprendido a contar nuestros días para que aporten sabiduría al
corazón? Pienso que no. Seguiremos viviendo de la misma manera como lo hemos
ido haciendo hasta el momento de la catástrofe: ocupaciones laborales, diversiones,
viajes como más alejados y exóticos mejor, visitas a los clubes de alterne…Ni
los accidentes, ni los actos terroristas, ni la naturaleza descontrolada, una
vez pasado el efecto del impacto emocional no sirven para enseñarnos a contar
nuestros días para que nos traigan sabiduría al corazón. No queremos saber que
hay un tiempo de morir.
Escribía
Blaise Pascal: “Una de las cuestiones clave a las que debemos enfrentarnos es
de si nuestras vidas se acaban con la muerte. La creencia o no en la eternidad determina nuestros actos. Por lo tanto, es
crucial determinar qué hay de mortal en nosotros, qué hay de eterno, y que
atesoremos la parte eterna. La mayoría de las personas hacen precisamente todo
lo contrario”. Vivimos como si nunca tengamos que morir. Nos preocupamos
excesivamente por las cosas materiales y no percibimos que si no es por un robo
o una catástrofe de la índole que sea que nos deje sin nada, entraremos en la
eternidad con los bolsillos vacíos. Un texto de El Talmud es muy adecuado. “Un
hombre llega a este mundo con las manos convertidas en puños, como si quisiese
decir: <i>Todo este mundo es mío</i>. Un hombre abandona este mundo
con las manos abiertas. Como se quisiese decir: <i>Mirad, no me llevo
nada</i>. El orgullo acompaña al nacimiento, el desengaño con la muerte.
Tanto Blaise Pascal como los pensadores judíos que contribuyeron a la redacción
de El Talmud fueron personas que creyeron que la existencia continua en otra
dimensión más allá de la muerte.
Volviendo
a las muertes imprevistas con que hemos empezado este escrito, podríamos seguir
con nuestra reflexión con un texto de Eclesiastés: “Porque el hombre tampoco
conoce su tiempo, como los peces que son presos en la red traidora, y como las
aves que se enredan en el lazo, así son enlazados los hijos de los hombres en
los días malos, cuando cae de repente sobre ellos” (9:12). Nuestra manera de
vivir se parece a la del rico insensato de la parábola que dijo: “Esto haré,
derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis
frutos y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados
para muchos años, repósate, come, bebe, regocíjate”. Pero Dios a quien el
insensato arrojó a la papelera como
inservible, le dijo: “Necio, esta noche vienen a buscar tu alma, y lo que has
almacenado, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico
para con Dios” (Lucas 12:18-21).
El
salmista compara el hombre que vive en el esplendor pero que carece de
entendimiento con las bestias que desaparecen (49:20). A pesar de la crisis que
nos azota nadamos en relativa abundancia, ¿desearemos vivir sin entendimiento
para que Dios nos compare a las bestias que perecen?
Octavi Pereña i Cortina
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