dilluns, 30 de març del 2015


MUERTES SÚBITAS


La periodista Mónica Ribes en su programa matinal diario se sube al tren de los comentarios que se hacen con respecto al accidente aéreo que sucedió el pasado 23 de marzo  haciéndose esta pregunta: <i>¿Por qué han muerto estas personas y no otrs?</i>¿Por qué la persona que tenía que viajar en el avión accidentado canceló a última hora el vuelo debido a que la reunión a la que debía asistir en Alemania se cambió por otro día? La Escritura da respuesta al dilema:”Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer y tiempo de morir” (Eclesiastés 3:1,2). Quien marca la hora no es el azar sino Dios que promueve los acontecimientos según su voluntad. Todo sucede según sus propósitos que evidentemente ahora no entendemos. A pesar de que sabemos que hay un tiempo de morir a menudo  la muerte nos coge por sorpresa cuando nos afecta directamente. En cierta ocasión a Jesús se le hizo saber “acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos…Y aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre de Siloé y los mató” (Lucas 13:1-5). La respuesta que les dio Jesús fue: “¿Pensáis que eran más culpables que todos los hombres que había en Jerusalén?, dando a entender que la gente creía que aquellas personas  que murieron de manera inesperada expiaron debido a sus pecados. Pero Jesús que es un buen pedagogo aprovecha la oportunidad para intentar hacer reflexionar a sus oyentes, diciéndoles: “¿Pensáis que estas (personas), porque padecieron tales cosas, eran más pecadoras que todas las (personas) ¿ Os digo: No, antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Las muertes violentas ocurridas en estos accidentes fueron un recordatorio para las otras que no expiraron. Dios les otorgaba un margen de tiempo para que reflexionaran y se arrepintiesen y así pudiesen alcanzar la vida eterna.

Moisés en su plegaria dice: “Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira, acabamos nuestros años como un pensamiento. Los días de nuestra edad son setenta años, y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan y volamos…Enseñamos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:9,10,12). Una vez olvidado los efectos de la tragedia y los medios de comunicación la arrinconen porque ya no es noticia, las banderas de los municipios ondeen a media asta durante los tres días que establece el protocolo, recuperada la posición normal porque algunos de sus ciudadanos han fallecido en el accidente, ¿habremos aprendido a contar nuestros días para que aporten sabiduría al corazón? Pienso que no. Seguiremos viviendo de la misma manera como lo hemos ido haciendo hasta el momento de la catástrofe: ocupaciones laborales, diversiones, viajes como más alejados y exóticos mejor, visitas a los clubes de alterne…Ni los accidentes, ni los actos terroristas, ni la naturaleza descontrolada, una vez pasado el efecto del impacto emocional no sirven para enseñarnos a contar nuestros días para que nos traigan sabiduría al corazón. No queremos saber que hay un tiempo de morir.

Escribía Blaise Pascal: “Una de las cuestiones clave a las que debemos enfrentarnos es de si nuestras vidas se acaban con la muerte. La creencia o no en la eternidad  determina nuestros actos. Por lo tanto, es crucial determinar qué hay de mortal en nosotros, qué hay de eterno, y que atesoremos la parte eterna. La mayoría de las personas hacen precisamente todo lo contrario”. Vivimos como si nunca tengamos que morir. Nos preocupamos excesivamente por las cosas materiales y no percibimos que si no es por un robo o una catástrofe de la índole que sea que nos deje sin nada, entraremos en la eternidad con los bolsillos vacíos. Un texto de El Talmud es muy adecuado. “Un hombre llega a este mundo con las manos convertidas en puños, como si quisiese decir: <i>Todo este mundo es mío</i>. Un hombre abandona este mundo con las manos abiertas. Como se quisiese decir: <i>Mirad, no me llevo nada</i>. El orgullo acompaña al nacimiento, el desengaño con la muerte. Tanto Blaise Pascal como los pensadores judíos que contribuyeron a la redacción de El Talmud fueron personas que creyeron que la existencia continua en otra dimensión más allá de la muerte.

Volviendo a las muertes imprevistas con que hemos empezado este escrito, podríamos seguir con nuestra reflexión con un texto de Eclesiastés: “Porque el hombre tampoco conoce su tiempo, como los peces que son presos en la red traidora, y como las aves que se enredan en el lazo, así son enlazados los hijos de los hombres en los días malos, cuando cae de repente sobre ellos” (9:12). Nuestra manera de vivir se parece a la del rico insensato de la parábola que dijo: “Esto haré, derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años, repósate, come, bebe, regocíjate”. Pero Dios a quien el insensato arrojó a la papelera  como inservible, le dijo: “Necio, esta noche vienen a buscar tu alma, y lo que has almacenado, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12:18-21).

El salmista compara el hombre que vive en el esplendor pero que carece de entendimiento con las bestias que desaparecen (49:20). A pesar de la crisis que nos azota nadamos en relativa abundancia, ¿desearemos vivir sin entendimiento para que Dios nos compare a las bestias que perecen?

Octavi Pereña i Cortina

 

 

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