dilluns, 16 de febrer del 2015


ZACARIAS 13:9


“Y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. Él invocará mi Nombre, y yo le oiré, y diré: pueblo mío, y el dirá: El Señor es mi Dios”

El profeta Zacarías anuncia a Israel que “habrá un manantial abierto…para la purificación del pecado y de la inmundicia”. Está anunciando una época durante la cual  los nombres de las imágenes no serán recordados y hará desaparecer los profetas que hablan por el espíritu de inmundicia. ¿Cómo se efectuará la purificación? El profeta lo expone con toda claridad: el sufrimiento será el medio que el Señor usará para purificar a su pueblo. Utiliza el profeta el símil del artesano que funde metales: oro y plata, para separar las escorias que los hacen inservibles para la orfebrería. Para realizar el proceso de separar lo inservible pone el metal en bruto en el crisol. Prende fuego y al fundirse el metal le es posible separar las escorias del precioso metal que necesita para fabricar las bellas joyas que le han encargado.

Dios, para sacar a su pueblo de la inmundicia de este mundo lo primero que hace es darle la fe que le permite creer que Jesús es el Salvador. Le infunde vida que le estimula a buscar a Dios. Pero el nuevo creyente no es puro. Es oro, sí, pero cargado de impurezas que lo afean. Debe pasar por el crisol de la aflicción para que se desprenda de lo indeseable. El Señor nos llama a ser perfectos  como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mateo 5:48). Si somos sinceros deberemos afirmar que tal perfección todavía no la hemos alcanzado. Seguimos teniendo manchas y arrugas que nos afean. Todavía no ha llegado el momento en que el Señor nos pueda presentar ante sí mismo “santos y sin mancha”. Para irnos preparando para tal maravilloso evento es imprescindible que Dios nos discipline.

Disciplina, palabra tabú que nunca queremos oír hablar de ella, pero Dios no puede prescindir de aquello que aborrecemos para poder conseguir su objetivo de poder presentarnos ante sí mimo “santos y sin mancha”.

“Y habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por Él, porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo…Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza, pero después da fruto apetecible de justicia a los que han sido ejercitados” (Hebreos 12:5-11).

¿Quieres ser santo y sin mancha?, no menosprecies la disciplina del Señor. ella es la garantía de que el Padre celestial es tu Padre.


2 PEDRO 3:16


“Casi en todas sus epístolas” (el apóstol Pablo), “hablando en ellas de estas cosas, entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen como también las otras escrituras, para su propia perdición”

El apóstol Pedro con la sabiduría que le proporciona el Espíritu Santo hace diana cuando escribe que los indoctos e inconstantes tuercen las Escrituras difíciles de entender redactadas por el apóstol Pablo así como las otras que son más fáciles de comprender. ¿Quiénes son los indoctos e inconstantes que cambian el sentido de la Escrituras? El apóstol no se refiere a personas de pocas luces, carentes de formación académica, sino a personas con un amplio bagaje cultural y de formación teológica que cometen el error de interpretar racionalmente las Escrituras. Afirmo que tales personas se equivocan en la interpretación de las Escrituras porque cometen el error de querer interpretarlas racionalmente. Aseguro que la interpretación que se haga del Libro Sagrado con una mente no regenerada no podrá descubrir el verdadero sentido que tiene la letra de las Biblia. Si como afirma el apóstol Pablo “toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16), la conclusión lógica es que la interpretación de las Escrituras debe hacerse bajo la dirección del Espíritu Santo que ayuda a entender correctamente el sentido del texto que Él mismo inspiró a los hombre escogidos con el propósito de escribir el texto.

El apóstol Pedro es suficiente claro al decir que el verdadero Autor de la Biblia no fueron los amanuenses que escribieron al dictado de lo que el Espíritu Santo les decía, sino que es Dios: “Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura no es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1: 20,21). Es lógico suponer que únicamente personas a las que el Espíritu Santo les ha dado el don de la fe no son las personas indoctas e inconstantes que tuercen las Escrituras para su propia perdición. La tales personas son plenamente conscientes de la gran responsabilidad que recae sobre ellas a la hora de interpretar el Libro de Dios. Son conscientes de que su trabajo es superior a sus capacidades racionales, descubrimiento que los induce a buscar constantemente la dirección del Espíritu Santo para no torcerle significado de la Biblia, no solamente para no interpretarla mal para su propia perdición, sino también para salvaguardar a las personas con las que comparten la interpretación que hagan. Una gran dosis de humildad debe llenar el corazón de quien abre la cubierta del Libro de Dios para investigar lo que el Espíritu Santo dice para salvación de todos los hombres.

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