dilluns, 2 de febrer del 2015


SALMO 36:1,2


“La iniquidad del impío me dice al corazón: No hay temor de Dios delante de sus ojos. Se lisonjea, por tanto, en sus propios ojos, de que su iniquidad no será hallada y aborrecida”

Se dan vueltas y más vueltas alrededor de la violencia que azota a nuestro mundo, sin saberle dar solución. Las leyes no la eliminan. La educación no cambia las actitudes. En todo caso las hace más sutiles. No está en la mano del hombre erradicar la violencia que tantos estragos comete en todas las esferas sociales. Los gobiernos pretenden erradicarla combatiendo las manifestaciones violentas sin desarraigar las causas. En su no saber que hacer pretenden luchar contra ella con dura represión.

El salmista va al fondo de la cuestión al decir que “no hay temor de Dios  delante de los ojos” del impío. Las iniquidades (violencia) del impío no causan remordimiento por los actos vandálicos  que comete. Todo lo contrario, se lisonjea, se deleita en ellos. Se recrea en ellos y en la soledad de la cama piensa como perfeccionar los hechos delictivos con el propósito de incrementar el dolor de sus víctimas.

“No hay temor de Dios delante de sus ojos”. Por lo tanto, no hay Juez justo que juzgue sus acciones perversas. A los jueces humanos se los puede comprar para que consideren culpables a las víctimas e inocentes a los delincuentes. A los impíos les cuesta dinero ser absueltos de sus crímenes. Se congratulan, pero, de que puedan seguir delinquiendo impunemente. Se equivocan. Dios existe y la iniquidad del impío la verá y será aborrecida porque Dios desde lo alto observa todo lo que ocurre  en la Tierra y contempla las iniquidades de los impíos y dará a cada uno de ellos según sus actos, llegado el momento.

El gran error que comete el hombre en general es creer que no existe Dios. Su orgullo le impide poder leer en el libro de la Creación el mensaje que Dios quiere transmitir a los humanos. Es una mala decisión decir que Dios no existe. Su posicionamiento se convertirá en desilusión llegado el momento en que los impíos deberán comparecer ante el tribunal de Cristo, será Cristo quien los juzgará, y los penetrantes ojos del Señor pondrán al descubierto la maldad que han almacenado sus corazones. Será demasiado tarde para el arrepentimiento y corregir  sus caminos tortuosos. Está establecido que los hombres mueran una sola vez y después el juicio. Será terrible escuchar de los labios de Jesús la sentencia irrevocable: “Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de fuera, allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 22:13).


PROVERBIOS 24: 19,20


“No te irrites por causa de los malignos, ni tengas envidia de los impíos porque para el malo no habrá buen fin, y la lámpara de los impíos se apagará”

El espectáculo que dan políticos, banqueros, economistas…nos irrita por su impiedad. Nos molestan los malignos porque nos damos cuenta de su comportamiento injusto. Los poderosos eluden la justicia porque poderoso caballero es don dinero.

La prosperidad de los ricos nos provoca envidia porque percibimos la buena vida que se dan y nosotros tenemos que ceñirnos el cinturón para  poder llegar a fin de mes.  Pero la Palabra nos dice: “Para el malo no habrá buen fin y que la lámpara de los impíos se apagará”. No debe preocuparnos la prosperidad temporal de los impíos ni debe despertarnos envidia  su bienestar  porque a la hora de la verdad todo lo que han almacenado, ¿de quién será? Las riquezas tienen alas. Pronto desaparecen. A pesar de lo injusta que es la justicia humana, así y todo vemos como afloran casos de corrupción que son aireados en los tribunales para vergüenza de quienes los han cometido.

El fin de los impíos es almacenar cuanto más mejor, hoy vienen a buscar su alma, ¿de que les servirá llenar hasta rebosar los graneros si llegado el momento deberán dejarlo todo para tener que enfrontarse con el Juez supremo que dictará sentencia de condenación eterna? Si no hubiese más allá con los dos destinos eternos: salvación y condenación , podríamos decir que la prosperidad de los impíos es injusta. Sabiendo que la existencia no finaliza en el sepulcro sino que continua más allá de la muerte física y que al abrir los ojos en la eternidad se encontrarán con el Juez supremos que les pasará cuentas, nos reconforta saber que al final se hará justicia y que cada uno recibirá según hayan sido sus obras.

Cuando alguien deja este mundo  y abandona todos los bienes materiales almacenados su paso por este mundo ha sido una necedad porque como dice la sabiduría popular: “ha trabajado para el diablo”.

El diablo engaña a los impíos para que amasen bienes materiales. El Señor dice a los suyos que se hagan tesoros en los cielos porque estos bienes espirituales se los llevan consigo en las moradas eternas. Los impíos se esfuerzan para nada. Para los creyentes en Cristo el esfuerzo que realizan para agradar a su Señor, aunque no lo parezca, llegado el momento oportuno  oirán de los labios del Señor estas palabras de bienvenido en el Reino de los cielos: “Entra en el gozo de tu Señor”

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