SALMO 36:1,2
“La iniquidad del impío me dice
al corazón: No hay temor de Dios delante de sus ojos. Se lisonjea, por tanto,
en sus propios ojos, de que su iniquidad no será hallada y aborrecida”
Se dan vueltas y más vueltas
alrededor de la violencia que azota a nuestro mundo, sin saberle dar solución.
Las leyes no la eliminan. La educación no cambia las actitudes. En todo caso
las hace más sutiles. No está en la mano del hombre erradicar la violencia que
tantos estragos comete en todas las esferas sociales. Los gobiernos pretenden
erradicarla combatiendo las manifestaciones violentas sin desarraigar las
causas. En su no saber que hacer pretenden luchar contra ella con dura
represión.
El salmista va al fondo de
la cuestión al decir que “no hay temor de Dios delante de los ojos” del impío. Las
iniquidades (violencia) del impío no causan remordimiento por los actos
vandálicos que comete. Todo lo
contrario, se lisonjea, se deleita en ellos. Se recrea en ellos y en la soledad
de la cama piensa como perfeccionar los hechos delictivos con el propósito de
incrementar el dolor de sus víctimas.
“No hay temor de Dios
delante de sus ojos”. Por lo tanto, no hay Juez justo que juzgue sus
acciones perversas. A los jueces humanos se los puede comprar para que
consideren culpables a las víctimas e inocentes a los delincuentes. A los
impíos les cuesta dinero ser absueltos de sus crímenes. Se congratulan, pero,
de que puedan seguir delinquiendo impunemente. Se equivocan. Dios existe y la
iniquidad del impío la verá y será aborrecida porque Dios desde lo alto observa
todo lo que ocurre en la Tierra y
contempla las iniquidades de los impíos y dará a cada uno de ellos según sus
actos, llegado el momento.
El gran error que comete el
hombre en general es creer que no existe Dios. Su orgullo le impide poder leer
en el libro de la Creación el mensaje que Dios quiere transmitir a los humanos.
Es una mala decisión decir que Dios no existe. Su posicionamiento se convertirá
en desilusión llegado el momento en que los impíos deberán comparecer ante el
tribunal de Cristo, será Cristo quien los juzgará, y los penetrantes ojos del
Señor pondrán al descubierto la maldad que han almacenado sus corazones. Será
demasiado tarde para el arrepentimiento y corregir sus caminos tortuosos. Está establecido que
los hombres mueran una sola vez y después el juicio. Será terrible escuchar de
los labios de Jesús la sentencia irrevocable: “Atadle de pies y manos, y
echadle en las tinieblas de fuera, allí será el lloro y el crujir de dientes”
(Mateo 22:13).
PROVERBIOS 24: 19,20
“No te irrites por causa de los
malignos, ni tengas envidia de los impíos porque para el malo no habrá buen
fin, y la lámpara de los impíos se apagará”
El espectáculo que dan políticos,
banqueros, economistas…nos irrita por su impiedad. Nos molestan los malignos
porque nos damos cuenta de su comportamiento injusto. Los poderosos eluden la
justicia porque poderoso caballero es don dinero.
La prosperidad de los ricos
nos provoca envidia porque percibimos la buena vida que se dan y nosotros tenemos
que ceñirnos el cinturón para poder
llegar a fin de mes. Pero la Palabra nos
dice: “Para el malo no habrá buen fin y que la lámpara de los impíos se
apagará”. No debe preocuparnos la prosperidad temporal de los impíos ni
debe despertarnos envidia su
bienestar porque a la hora de la verdad
todo lo que han almacenado, ¿de quién será? Las riquezas tienen alas. Pronto
desaparecen. A pesar de lo injusta que es la justicia humana, así y todo vemos
como afloran casos de corrupción que son aireados en los tribunales para
vergüenza de quienes los han cometido.
El fin de los impíos es
almacenar cuanto más mejor, hoy vienen a buscar su alma, ¿de que les servirá
llenar hasta rebosar los graneros si llegado el momento deberán dejarlo todo
para tener que enfrontarse con el Juez supremo que dictará sentencia de
condenación eterna? Si no hubiese más allá con los dos destinos eternos:
salvación y condenación , podríamos decir que la prosperidad de los impíos es
injusta. Sabiendo que la existencia no finaliza en el sepulcro sino que
continua más allá de la muerte física y que al abrir los ojos en la eternidad
se encontrarán con el Juez supremos que les pasará cuentas, nos reconforta
saber que al final se hará justicia y que cada uno recibirá según hayan sido
sus obras.
Cuando alguien deja este
mundo y abandona todos los bienes
materiales almacenados su paso por este mundo ha sido una necedad porque como
dice la sabiduría popular: “ha trabajado para el diablo”.
El diablo engaña a los
impíos para que amasen bienes materiales. El Señor dice a los suyos que se
hagan tesoros en los cielos porque estos bienes espirituales se los llevan
consigo en las moradas eternas. Los impíos se esfuerzan para nada. Para los
creyentes en Cristo el esfuerzo que realizan para agradar a su Señor, aunque no
lo parezca, llegado el momento oportuno
oirán de los labios del Señor estas palabras de bienvenido en el Reino
de los cielos: “Entra en el gozo de tu Señor”
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