dilluns, 29 de desembre del 2014


PROVERBIOS 11:7


“Cuando muere el hombre impío, perece su esperanza, y la expectación de los malos perecerá”


El hombre impío no lo es forzosamente la persona que abiertamente se declara atea. El hombre impío puede muy bien ser una persona altamente religiosa. Los fariseos, los saduceos, los sacerdotes lo eran. También pueden serlo las personas que dan abultados donativos con el propósito de hacer méritos para su salvación. Persona impía lo es la que se manifiesta abiertamente delincuente que sin escrúpulos de conciencia mata a sangre fría, el que maltrata física o psíquicamente a su cónyuge. Lo es el pederasta que abusa sexualmente de niños, lo es el violador, el que asedia por internet. Persona impía lo es el político que a conciencia dicta leyes que perjudican a los ciudadanos al proteger a los poderosos. También lo es el legislador que promulga  leyes injustas y el magistrado que dicta sentencias por cohecho. En la sociedad se encuentran multitud de personas “honradas” de las que solamente Dios conoce sus corazones y las considera impías.

Todos nacemos impíos porque desde el vientre de nuestras madres no hemos tenido conciencia de la existencia de Dios. Tal vez se me considerará un desalmado al hacer esta afirmación. Pero la Biblia nos dice que sin excepción alguna hemos sido concebidos en pecado y, el pecado no perdonado separa al hombre de Dios. La persona a la que no le ha sido perdonado el pecado, aún cuando digamos que los niños son inocentes o que ciertos adultos son bellísimas personas, todos ellos a los ojos de Dios son impíos y la esperanza de los tales se esfuma cuando la muerte los llama y el aliento cesa de salir por sus narices.

Una esperanza sin Dios es una pésima esperanza porque cuando se abren los ojos a la realidad post mortem ya no existe posibilidad de hacer marcha atrás y rectificar la decisión equivocada.

El hombre deja de ser impío cuando a pesar de ser pecador reconoce tal condición y confiesa su pecado a Jesús cuya sangre vertida en la cruz del Gólgota le limpia de todos sus pecados. Tal persona, a pesar de que sigue siendo pecador lo cierto es que sus ojos no están puestos en las cosas materiales, por legítimas que sean, sino en el Señor Jesucristo que es su esperanza que no defrauda porque el Señor cumple lo que promete. Todos, sin excepción, que confían en el Señor Jesucristo jamás serán defraudados. La esperanza de los piadosos es la vida eterna, toda una eternidad gozando de la presencia de Dios.



1 CORINTIOS 15:55


“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro tu victoria?”

Las investigaciones médicas desembocan en avances espectaculares en la curación de enfermedades incurables hasta el presente. La cirugía no es menos activa y los quirófanos resuelven problemas de salud impensables hasta el presente. Los progresos avanzan porque la investigación no recula y los médicos no desisten en resolver las dificultades que se les presentan en el camino. De todos los beneficios que se recogen de la investigación médica debemos dar gracias a Dios porque Él concede dones a los hombres para resolver los problemas sanitarios y así conseguir que mejore la calidad de vida. A pesar de tal notorio progreso en todos los campos de la medicina, la muerte no desaparecerá porque el salario del pecado es la muerte y, como todos hemos pecado, todos sin excepción moriremos. Ningún titular de prensa podrá anunciar con grandes letras: LA MUERTE HA SIDO DESTRUIDA.

La Biblia, pero, proclama que la muerte ha sido destruida para la persona que cree en Jesucristo: “Cuando esto corruptible haya sido vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad,  entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:54-57).

Esta buena noticia lo es para cualquier persona que la reciba. De la misma manera que fue una buena noticia para los pastores que Jesús había nacido en Belén, lo es para nosotros: “No temáis porque os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, el Salvador, que es Cristo el Señor” Lucas 2:10,11).

El nacimiento de Jesús fue el principio del fin de la muerte porque el aguijón de la muerte ha desaparecido. Como muy bien enseña la Escritura, si antes no viene Cristo en su gloria, todos moriremos. Los creyentes en Cristo también falleceremos pero lo haremos con la esperanza de que cuando Cristo venga en su gloria en el día final, cuando suene la trompeta: “los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (V.52).

La esperanza de la vida eterna es motivo para celebrar la Navidad, no al estilo pagano como se festeja, sino de manera espiritual. No sólo el 25 de diciembre, sino durante todos los días del año porque recordar el nacimiento de Jesús refuerza nuestra esperanza de que el aguijón de la muerte fue destruido en el Gólgota. Sin la Navidad no hay derramamiento de la sangre de Jesús en el Gólgota  y sin el derramamiento de la sangre de Jesús no es posible el perdón de los pecados y, sin el perdón de Dios no hay vida eterna.

http://octaviperenyacortina22.blogspot.com

 

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