PROVERBIOS 11:7
“Cuando muere el hombre impío, perece su esperanza, y la expectación de los malos perecerá”
El hombre impío no lo es
forzosamente la persona que abiertamente se declara atea. El hombre impío puede
muy bien ser una persona altamente religiosa. Los fariseos, los saduceos, los
sacerdotes lo eran. También pueden serlo las personas que dan abultados
donativos con el propósito de hacer méritos para su salvación. Persona impía lo
es la que se manifiesta abiertamente delincuente que sin escrúpulos de
conciencia mata a sangre fría, el que maltrata física o psíquicamente a su
cónyuge. Lo es el pederasta que abusa sexualmente de niños, lo es el violador,
el que asedia por internet. Persona impía lo es el político que a conciencia
dicta leyes que perjudican a los ciudadanos al proteger a los poderosos.
También lo es el legislador que promulga
leyes injustas y el magistrado que dicta sentencias por cohecho. En la
sociedad se encuentran multitud de personas “honradas” de las que solamente
Dios conoce sus corazones y las considera impías.
Todos nacemos impíos porque
desde el vientre de nuestras madres no hemos tenido conciencia de la existencia
de Dios. Tal vez se me considerará un desalmado al hacer esta afirmación. Pero
la Biblia nos dice que sin excepción alguna hemos sido concebidos en pecado y,
el pecado no perdonado separa al hombre de Dios. La persona a la que no le ha
sido perdonado el pecado, aún cuando digamos que los niños son inocentes o que
ciertos adultos son bellísimas personas, todos ellos a los ojos de Dios son
impíos y la esperanza de los tales se esfuma cuando la muerte los llama y el
aliento cesa de salir por sus narices.
Una esperanza sin Dios es
una pésima esperanza porque cuando se abren los ojos a la realidad post mortem
ya no existe posibilidad de hacer marcha atrás y rectificar la decisión
equivocada.
El hombre deja de ser impío
cuando a pesar de ser pecador reconoce tal condición y confiesa su pecado a
Jesús cuya sangre vertida en la cruz del Gólgota le limpia de todos sus
pecados. Tal persona, a pesar de que sigue siendo pecador lo cierto es que sus
ojos no están puestos en las cosas materiales, por legítimas que sean, sino en
el Señor Jesucristo que es su esperanza que no defrauda porque el Señor cumple
lo que promete. Todos, sin excepción, que confían en el Señor Jesucristo jamás
serán defraudados. La esperanza de los piadosos es la vida eterna, toda una
eternidad gozando de la presencia de Dios.
1 CORINTIOS 15:55
“¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro tu victoria?”
Las investigaciones médicas
desembocan en avances espectaculares en la curación de enfermedades incurables
hasta el presente. La cirugía no es menos activa y los quirófanos resuelven
problemas de salud impensables hasta el presente. Los progresos avanzan porque
la investigación no recula y los médicos no desisten en resolver las
dificultades que se les presentan en el camino. De todos los beneficios que se
recogen de la investigación médica debemos dar gracias a Dios porque Él concede
dones a los hombres para resolver los problemas sanitarios y así conseguir que
mejore la calidad de vida. A pesar de tal notorio progreso en todos los campos
de la medicina, la muerte no desaparecerá porque el salario del pecado es la
muerte y, como todos hemos pecado, todos sin excepción moriremos. Ningún
titular de prensa podrá anunciar con grandes letras: LA MUERTE HA SIDO
DESTRUIDA.
La Biblia, pero, proclama
que la muerte ha sido destruida para la persona que cree en Jesucristo: “Cuando
esto corruptible haya sido vestido de incorrupción, y esto mortal se haya
vestido de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el
aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado la ley. Mas gracias
sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo” (1 Corintios 15:54-57).
Esta buena noticia lo es
para cualquier persona que la reciba. De la misma manera que fue una buena noticia
para los pastores que Jesús había nacido en Belén, lo es para nosotros: “No
temáis porque os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os
ha nacido hoy, en la ciudad de David, el Salvador, que es Cristo el Señor”
Lucas 2:10,11).
El nacimiento de Jesús fue
el principio del fin de la muerte porque el aguijón de la muerte ha
desaparecido. Como muy bien enseña la Escritura, si antes no viene Cristo en su
gloria, todos moriremos. Los creyentes en Cristo también falleceremos pero lo
haremos con la esperanza de que cuando Cristo venga en su gloria en el día
final, cuando suene la trompeta: “los muertos serán resucitados incorruptibles,
y nosotros seremos transformados” (V.52).
La esperanza de la vida
eterna es motivo para celebrar la Navidad, no al estilo pagano como se festeja,
sino de manera espiritual. No sólo el 25 de diciembre, sino durante todos los
días del año porque recordar el nacimiento de Jesús refuerza nuestra esperanza
de que el aguijón de la muerte fue destruido en el Gólgota. Sin la Navidad no
hay derramamiento de la sangre de Jesús en el Gólgota y sin el derramamiento de la sangre de Jesús
no es posible el perdón de los pecados y, sin el perdón de Dios no hay vida
eterna.
http://octaviperenyacortina22.blogspot.com
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