dilluns, 24 de novembre del 2014


LA ISLA PERDIDA


<b>Las políticas de crecimiento ilimitado a la larga, ¿son beneficiosas para la ciudadanía?</b>

Nauru es la isla más pequeña del mundo y la república más aislada de solamente 21 Km2, es un trozo de arena y coral en medio del Pacífico a unos 4.000 kilómetros de Australia y a miles de kilómetros de la isla más cercana. Nauru generaba tanta riqueza que causaba la envidia de los jeques del petróleo. La prosperidad de la isla liliputiense la generaba el guano, el excremento de las aves que encontraban refugio en la isla y que se fue acumulando durante milenios. Su población fue una de las más ricas del mundo debido a la explotación del fosfato, el resultado de la fosilización del guano.

La sobreexplotación del fosfato ha creado angustiosos problemas para los isleños y un caso de estudio para ecologistas y antropólogos por lo fácil que es destruir un ecosistema y hacer desaparecer una cultura nativa. Centímetro a centímetro Nauru es la nación del mundo con un ecosistema más maltrecho debido a la explotación minera a cielo abierto del fosfato acumulado en su superficie. El problema empezó a producirse cuando los colonos alemanes y australianos descubrieron el fosfato que almacenaba la isla y empezaron a extraerlo, explotación que se siguió haciendo a partir del año 1968 cuando Nauru se independizó de Australia.

La consecuencia de la extracción del fosfato ha sido que se ha introducido en el subsuelo de coral convirtiéndolo en un paisaje lunar totalmente estéril e inútil para ser cultivado. El único suelo habitable es una estrecha franja costera. El 75% de la isla es inhabitable.

La extracción del fosfato ha afectado incluso al clima. Las olas de calor que son el resultado de la actividad minera han provocado una drástica disminución de lluvia lo cual ha ocasionado una persistente sequía que ha obligado a reducir drásticamente el suministro de agua. Cuando en el siglo XVIII llegaron los primeros marineros europeos que vieron la isla la denominaron <i>Isla Fantástica</i>. Hoy es un disparate decirlo, una broma de mal gusto.

<b>James Ainginea</b>, de 84 años, pastor de la Iglesia Congregacional de Nauru, expresa sus sentimientos: “Desearía que jamás se hubiese descubierto el fosfato. Preferiría que Nauru fuese como era antes. ¡Cuando era un niño era tan hermosa! Había árboles. Todo era verde y podíamos comer cocos y del árbol del pan. Ahora veo lo que ha pasado y tengo ganas de llorar”.

El alto nivel de vida alcanzado por los ciudadanos de Nauru ha conseguido que obtengan uno de los niveles más altos de obesidad, diabetes del tipo dos, tensión arterial elevada como consecuencia de una dieta de importación rica en grasas, consumo de alcohol y tabaco. Pocas son las personas que sobrepasen los 60 años. Otra consecuencia desfavorable debido a la opulencia exagerada ha sido que muchos de los isleños han abandonado  sus oficios y malgastado en juergas, fiestas lujosas, viajes y adquisición de coches de lujo. Este estilo de vida de alargar el brazo más que la manga los ha arruinado. Otro factor que ha contribuido a  la ruina de Nauru ha sido la mala política de inversiones que el Gobierno efectuó. <i>La prosperidad de los necios los destruye</i>. (Proverbios 1:32).

Aún cuando nosotros somos gigante comparados con la minúscula isla de Nauru, lo que ha llevado a la ruina a uno de los países con una renta por per más alta del mundo, las causas de su bancarrota son aplicables a nosotros. La contaminación y desertización del suelo y la sobreexplotación pesquera hace que disminuya la producción de alimentos y que sea obligado la importación de otros que no son de la calidad de los de proximidad. Esto contribuye a incrementar la presencia de enfermedades características del mundo occidental opulento y de los países emergentes. El estado de bienestar que favorece la riqueza contribuye a que se pierdan muchos empleos por considerarlos indignos de nosotros. El bienestar económico incita al consumo sin moderación de productos no esenciales que conduce al endeudamiento y a depender de los acreedores, dependencia de consecuencias nefasta porque se han convertido en sus esclavos. Los gobiernos invierten en obras faraónicas que no generan riqueza, todo lo contrario empobrecen a la población porque es dinero público que se lanza en los vertederos. El caso Nauru debería ser motivo de reflexión en las sociedades occidentales.

La enseñanza que se puede extraer de la ruina de Nauru es que debemos preocuparnos seriamente de mantener sano el ecosistema, que debemos ser sobrios y no alargar el brazo más que la manga. La sobriedad en todos los aspectos es una buena medicina para curar las enfermedades sociales que no se saben como solucionar. Los políticos en concreto deberían aplicar las políticas que convienen a los ciudadanos y no para conseguir votos que los perpetúen en el sillón. <i>Tú diste alegría a mi corazón, mayor que la de ellos cuando abundaba su grano y su mosto</i> (Salmo 4:7).

Octavi Pereña i Cortina

 

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