SOLEDAD
<b>La
soledad espanta pero si se sabe escogerla es el remedio para una vida
gratificante y merecedora de ser vivida</b>
“Silencio
y soledad son dos nombres del siglo XX. Se adecuan a la era victoriana de la
punta y zapatos con botones y lámparas de petróleo más que a nuestra época de
la televisión y el video y personas que hacen footing empalmadas a unos
audífonos. Nos hemos convertido en personas que aborrecen la soledad y nos
encontramos mal estando solos”, ha escrito <b>Jean Fleming</b>.
Se
dan dos tipos de soledad: la ordinaria y la del ser. La ordinaria la escogemos
voluntariamente en momentos puntuales: cuando deseamos hacer un trabajo que
requiere silencio y aislamiento porque
necesitamos concentrarnos en una tarea determinada. En el momento de redactar
el borrador de este escrito estoy solo. No oigo ningún ruido que me distraiga.
Nos aislamos cuando deseamos leer algo que requiera concentración. Es muy
difícil coger y leer un libro que requiera atención total rodeados de criaturas
que no se están quietas y no paran de gritar o con la radio o el televisor
funcionando. En situaciones puntuales que exigen evitar distracciones escogemos
la soledad. Después volvemos al sarao de la vida diaria. No podemos vivir
recluidos permanentemente en una ermita el la cima de una montaña.
La
soledad que verdaderamente nos interesa no es la ordinaria que escogemos a
conveniencia, es la del ser, la existencial, la del alma, aquella que no
debería estar presente en nuestro interior, que no desaparece ni estando en
compañía de personas amadas con las que podemos mantener conversaciones sobre
temas interesantes: filosóficos, religiosos, políticos o intranscendentes como
el fútbol, el glamour de Hollywood o las intimidades de los famosos que se
divulgan en las tertulias televisivas. Un maestro indio dijo: “mil personas
andando por un camino, mil soledades andando juntas”. Es una buena descripción de la sociedad actual:
multitudes caminando empalmadas a unos audífonos o distraídas por las calles
tecleando sus móviles. Muchas personas lo primero que hacen al despertar por la
mañana es encender la radio o el televisor. Sus oídos que no pueden soportar la
soledad interior intentan mitigarla oyendo voces que no escuchan. Los sonidos
les hacen sentir acompañados, sólo aparentemente. Se dan personas que para huir
de la soledad interior que las incomoda incorporan en sus vidas el yoga y otras
técnicas de meditación importadas de Oriente, sin conseguirlo.
La
soledad del alma no la puede llenar nada que sea de carácter material aún
cuando se lo bautice de espiritualidad oriental o cristiana porque al fin y al
cabo consiste en reglas que se deben cumplir inexorablemente y que afectan a la
psique pero no al alma. Para eliminar la soledad del ser solamente puede
conseguirse manteniendo una relación íntima con el Señor Jesucristo que
garantiza a sus discípulos que no se quedarán huérfanos cuando los deje al irse
con el Padre. Les asegura que les enviará al Espíritu Santo que morará en sus
corazones y que les recordará todas las palabras que les dijo cuando enseñaba a
sus seguidores durante su transito por las regiones de Israel. Jesús,
espiritualmente estará con los suyos en todo momento. Quienes creen en Él jamás
se sentirán solos. La presencia espiritual de Jesús en sus almas los animará en
las dificultades y encontrarán en Él el amigo que aliviará sus angustias al
compartirla con Él.
La
promesa de Jesús de no dejar huérfanos a sus discípulos no es una oferta
generalizada a todas las personas, está limitada a los que creen en Él ya que
es la única posibilidad de recuperar la intimidad con Dios perdida en el
paraíso debido al pecado de Adán, nuestro primer padre. “Yo soy el camino”,
dijo Jesús, “que conduce al Padre”. La soledad del alma es la consecuencia de
haber perdido la amistad con el Padre de Jesucristo. Creyendo en Jesús se
recupera la amistad perdida con Dios. Fruto de la amistad recuperada se inicia
una relación íntima que se va profundizando con el tiempo. La amistad con Dios
recuperada se perfecciona con el aislamiento voluntario en momentos puntuales
del día, alejándose del mundanal ruido perturbador para dedicarlos a la lectura
de la Biblia y en la soledad escogida escuchar la voz de Dios que de manera
suave habla en el espíritu de la letra leída. Durante el recogimiento se reflexiona
en lo que se lee y se abre el corazón para que la presencia espiritual del
Señor libere de las angustias que acompañan el hecho de ser pecadores que viven
en un mundo manchado por el pecado. Restablecida la amistad con Dios por la fe
en Jesucristo que es el remedio contra la soledad existencial que erosiona al
alma, Dios deja de ser un concepto
filosófico para ser debatido en las tertulias de sabios para convertirse en una
relación de tú a tú con el Creador y Salvador”.
Octavi Pereña i Cortina
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