MATEO 26:41
“Velad y orad, para que no
entréis en tentación, el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es
débil”
Jesús se encontraba ante la
puerta de la crucifixión para salvar al pueblo de Dios. Se acercaba el momento
crucial de la encarnación del Hijo de Dios. Las últimas horas de Jesús antes de
afrontar el cruel sacrificio de morir en la cruz ponen de manifiesto su genuina
humanidad. Jesús es consciente del terrible dolor que se le avecina: dolor
físico, dolor espiritual por asumir la carga del pecado del pueblo de Dios
incrementado por el hecho de tener que sentirse solo ante el abandono del
Padre. Jesús tiene que afrontar con la más absoluta soledad el precio de tener
que redimir al pueblo de Dios de su pecado.
En su momento Jesús pronunció estas palabras: “Porque ejemplo os he
dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13:15).
Jesús es nuestro modelo en todo. Por tanto también debe serlo en lo que atañe a
la oración. Finalizada la cena pascual Jesús acompañado de los once discípulos
se dirigen hacia Getsemaní. Llegados a destino Jesús dice a sus discípulos: “Sentaos
aquí, entre tanto que voy allí y oro” (v.36). Premeditadamente Jesús se
separa de sus discípulos para estar a solas con su Padre: “Comenzó a
entristecerse y a angustiarse en gran manera” (v.37). A Pedro y a los hijos de Zebedeo que
separó del grupo les dice: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte,
quedaos aquí y velad conmigo” (v.
38). El dolor que lacera el corazón de Jesús es tan intenso que no existe
persona que pueda consolarlo. Se aparta de ellos para orar intensamente. Se
acerca a los discípulos privilegiados y los encuentra durmiendo. Le dice a
Pedro: ”¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para
que no entréis en tentación, el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la
carne es débil” (vv. 40,41). En dos ocasiones sucesivas Jesús se acerca a
sus discípulos para encontrarlos durmiendo. Jesús no pudo ser confortado por
sus discípulos en un momento de gran sufrimiento. Pero deja un mensaje claro
para nosotros: “Velad y orad, para que no entréis en tentación, el espíritu
a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”. En el mundo infectado
por el pecado el sufrimiento es inevitable. La carne es débil.
Precisamente porque somos paja zarandeada por el viento debemos orar. Tal vez
nos dormimos mientras oramos. En nuestra debilidad debemos orar. Jesús fue
abandonado por su Padre cuando colgaba en la cruz.. La soledad absoluta fue el
precio que pagó para no dejarnos huérfanos y, entretanto está sentado a la
diestra de su Padre intercediendo por nosotros.
“Ejemplo os he dado” dijo Jesús. Imitémosle orando intensamente
en todo tiempo. Nuestra debilidad lo exige.
MATEO 26:75
“Entonces Pedro se acordó de las
palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo me negarás tres
veces. Y saliendo fuera lloró amargamente”
La triple negación de Pedro diciendo que conocía a Jesús fue precedida
por el orgullo que manifestó cuando le dijo que lo haría: “Aunque me sea
necesario morir contigo, no te negaré” (v.35). Se le da mucha importancia a
la triple negación de Pedro, que la tiene. Pero el versículo en el que Pedro
afirma que estaría dispuesto a morir antes que negar al Señor, finaliza así: “Y
todos los discípulos dijeron lo mismo”. ¿Qué hubiese ocurrido si en vez de
ser Pedro el autor de la triple negación, hubiese sido uno cualquiera de los
otros diez? Dado que se escondían en la madriguera “por miedo a los judíos” ,
en el caso de que uno de ellos hubiese estado calentándose en el fuego
encendido en le patio del palacio del sumo sacerdote, habrían hecho lo mismo.
El orgullo no es un pecado periférico que podamos mirarlo con
indiferencia. El orgullo estaba latente en los corazones de Adán y Eva que se
manifestó cuando atendieron al engaño de la serpiente que les dijo que si
comían del árbol del conocimiento del bien y del mal serían como Dios. Comieron
y se vieron desnudos. El orgullo los mató. Si el orgullo estaba latente en Adán
antes de pecar, ¿cómo no lo va a estar en
nosotros que hemos sido
concebidos en pecado?
Jesús dijo a sus discípulos: “Aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón” (Mateo 11: 29). El aprendizaje de la humildad que debe
caracterizar a los cristianos no se consigue leyendo libros que tratan del pecado
del orgullo. La teoría no convierte en humilde a las personas. No es el
pensamiento positivo lo que nos hace humildes. Ni tan siquiera se consigue la lectura de la Biblia, cuyo
contenido debe ser el pan de cada día. Es la presencia del Espíritu Santo en el
creyente lo que hará que el orgullo vaya desapareciendo para dar paso a la
humildad que nos asemejará a Jesús. Con ella se dará gloria a Dios.
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