RENOVACIÓN ECLESIAL
<b>Debido
a la marginación que se hace del Buen Pastor la iglesia ha perdido el norte y
camina desorientada sin saber como salir del atolladero en que se halla
metida</b>
No
existe la más mínima duda de que la
cristiandad en general se encuentra en crisis. Los templos están vacíos. Los
fieles que asisten a los actos litúrgicos son pocos y además mayoritariamente
son ancianos. Pocos jóvenes hacen acto
de presencia. Los dirigentes eclesiásticos rumian qué pueden hacer para
invertir el decrecimiento y conseguir que los bancos vuelvan a llenarse de
fieles, no tradicionalistas, sino de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos que
desborden genuina espiritualidad.
Cuando
el apóstol Pedro finalizó su primera predicación pública después que la iglesia
reunida en Jerusalén recibiese el don del Espíritu Santo, discurso por cierto
centrado en la persona de Jesús, los oyentes “se compungieron de corazón y
dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” La
respuesta que recibieron de Pedro fue clara y sencilla: “Arrepentios, y
conviértase cada uno de vosotros en el Nombre de Jesucristo y recibiréis el don
del Espíritu Santo”. Quienes hicieron caso de la enseñanza apostólica se
unieron a la incipiente iglesia de Jerusalén
“y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con
otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos2:37,38,42). Una
peculiaridad de las palabras de Pedro es que la respuesta que da a las personas
que se dirigieron a ellos en busca de consejo fue que vayan a Jesús en busca
del perdón de sus pecados. El resultado de seguir dicho consejo fue que la
iglesia hacía impacto en la sociedad y crecía en número.
La
solución que el papa Francisco I propone para evitar que siga el proceso de vaciado
de las parroquias consiste en recuperar la práctica del sacramento de la
penitencia, hoy en desuso, diciendo: “El cristiano está unido a Cristo, y
Cristo está unido a la Iglesia, y para nosotros cristianos, hay una regla más y
un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial”. El
arzobispo de Barcelona Lluís Martínez Sistach en su escrito <i>Somos
pecadores</i> dice: “”¿Qué es lo que hace que siempre, y hoy todavía más,
nos cueste tanto acercarnos al sacramento de la penitencia para conseguir la
gracia de Dios y reconciliarnos con Él?”. Ambos jerarcas de la Iglesia católica
siguen fielmente la doctrina proclamada en el Concilio de Trento que enseña que
es preciso confesarse a un sacerdote para que sean perdonados los pecados. Quienes
no crean en ella <i>sean excomulgados<(i>.
El
Concilio de Trento fue el resultado de la reacción que se produjo ante la
predicación de Lutero y de los otros reformadores de la doctrina bíblica que
enseña que <i>el justo vivirá por la fe</i>. La consecuencia de
creer esta doctrina es que el pecador que confiesa que Jesús es el Salvador,
Dios “es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda
injusticia” /1 Juan 1:9). Si no basta con esta declaración, he aquí otra del
mismo apóstol ”La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de
<b>todo</b> pecado” (1 Juan 1:7).
La
doctrina bíblica de la salvación única y exclusivamente por la fe en Jesucristo
libera al pecador de la servidumbre de la iglesia como institución humana. El
ex sacerdote Herman Hegger, afirma :Mi segunda función importante como
sacerdote era administrar el sacramento de la confesión. La confesión ocupa un
lugar muy importante en la estructura del poder de Roma. Para Roma es una base
estratégica de la mayor importancia. Enfatiza la sujeción del laico al clérigo.
En el confesionario, el sacerdote está sentado en el banco del juez. El
penitente confiesa su debilidad. Divulga
secretos que no revelaría a nadie. Y depende del sacerdote si el penitente debe
ser absuelto de sus pecados. El sacerdote decide por él entre el cielo y el
infierno”.
El
papa Francisco I para promocionar el uso del confesionario dice:”Incluso el
papa se confiesa cada quince días, porque el papa también es un pecador. El
confesor escucha lo que yo le digo, me aconseja y me perdona, porque todos
tenemos necesidad de este perdón”.
En
nombre del Señor escribe el profeta Jeremías: “Así dice el Señor: Maldito el
varón que confía en el hombre, y pone por su brazo, y su corazón se aparta del
Señor. Será como un desterrado en el desierto, y no verá cuando viene el bien,
sino que morará en los sequedales del desierto, en tierra despoblada y
deshabitada” (17: 5,6).
Ya
en la vejez, el apóstol Pedro escribiendo “a los extranjeros de la diáspora”,
les aconseja: “Acercándoos a Él (Jesucristo) piedra viva, desechada ciertamente
de los hombres, mas para Dios escogida y preciosa”, después edificando sobre
Cristo la piedra viva, les dice:“vosotros también, como piedras vivas, sed edificadas como casa
espiritual…” (1 Pedro 2:4-10). El vitalismo de la iglesia no pasa por la
practica más asidua de la confesión auricular a un sacerdote, sino en edificar
los fieles sus vidas sobre Cristo, la piedra escogida por Dios que da soporte
como piedras vivas que son. Los creyentes que edifican sus vidas sobre la Roca
eterna, de la cual beben el agua viva. El resultado es que ríos de agua viva brotan de sus corazones que pueden
hacer que las personas que los observan les pregunten: Hermanos, ¿qué hemos de
hacer para ser salvos?
Octavi Pereña i Cortina
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