dilluns, 7 d’abril del 2014


RENOVACIÓN ECLESIAL


<b>Debido a la marginación que se hace del Buen Pastor la iglesia ha perdido el norte y camina desorientada sin saber como salir del atolladero en que se halla metida</b>

No existe  la más mínima duda de que la cristiandad en general se encuentra en crisis. Los templos están vacíos. Los fieles que asisten a los actos litúrgicos son pocos y además mayoritariamente son  ancianos. Pocos jóvenes hacen acto de presencia. Los dirigentes eclesiásticos rumian qué pueden hacer para invertir el decrecimiento y conseguir que los bancos vuelvan a llenarse de fieles, no tradicionalistas, sino de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos que desborden genuina espiritualidad.

Cuando el apóstol Pedro finalizó su primera predicación pública después que la iglesia reunida en Jerusalén recibiese el don del Espíritu Santo, discurso por cierto centrado en la persona de Jesús, los oyentes “se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” La respuesta que recibieron de Pedro fue clara y sencilla: “Arrepentios, y conviértase cada uno de vosotros en el Nombre de Jesucristo y recibiréis el don del Espíritu Santo”. Quienes hicieron caso de la enseñanza apostólica se unieron a la incipiente iglesia de Jerusalén  “y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos2:37,38,42). Una peculiaridad de las palabras de Pedro es que la respuesta que da a las personas que se dirigieron a ellos en busca de consejo fue que vayan a Jesús en busca del perdón de sus pecados. El resultado de seguir dicho consejo fue que la iglesia hacía impacto en la sociedad y crecía en número.

La solución que el papa Francisco I propone para evitar que siga el proceso de vaciado de las parroquias consiste en recuperar la práctica del sacramento de la penitencia, hoy en desuso, diciendo: “El cristiano está unido a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia, y para nosotros cristianos, hay una regla más y un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial”. El arzobispo de Barcelona Lluís Martínez Sistach en su escrito <i>Somos pecadores</i> dice: “”¿Qué es lo que hace que siempre, y hoy todavía más, nos cueste tanto acercarnos al sacramento de la penitencia para conseguir la gracia de Dios y reconciliarnos con Él?”. Ambos jerarcas de la Iglesia católica siguen fielmente la doctrina proclamada en el Concilio de Trento que enseña que es preciso confesarse a un sacerdote para que sean perdonados los pecados. Quienes no crean en ella <i>sean excomulgados<(i>.

El Concilio de Trento fue el resultado de la reacción que se produjo ante la predicación de Lutero y de los otros reformadores de la doctrina bíblica que enseña que <i>el justo vivirá por la fe</i>. La consecuencia de creer esta doctrina es que el pecador que confiesa que Jesús es el Salvador, Dios “es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda injusticia” /1 Juan 1:9). Si no basta con esta declaración, he aquí otra del mismo apóstol ”La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de <b>todo</b> pecado” (1 Juan 1:7).

La doctrina bíblica de la salvación única y exclusivamente por la fe en Jesucristo libera al pecador de la servidumbre de la iglesia como institución humana. El ex sacerdote Herman Hegger, afirma :Mi segunda función importante como sacerdote era administrar el sacramento de la confesión. La confesión ocupa un lugar muy importante en la estructura del poder de Roma. Para Roma es una base estratégica de la mayor importancia. Enfatiza la sujeción del laico al clérigo. En el confesionario, el sacerdote está sentado en el banco del juez. El penitente  confiesa su debilidad. Divulga secretos que no revelaría a nadie. Y depende del sacerdote si el penitente debe ser absuelto de sus pecados. El sacerdote decide por él entre el cielo y el infierno”.

El papa Francisco I para promocionar el uso del confesionario dice:”Incluso el papa se confiesa cada quince días, porque el papa también es un pecador. El confesor escucha lo que yo le digo, me aconseja y me perdona, porque todos tenemos necesidad de este perdón”.

En nombre del Señor escribe el profeta Jeremías: “Así dice el Señor: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone por su brazo, y su corazón se aparta del Señor. Será como un desterrado en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales del desierto, en tierra despoblada y deshabitada” (17: 5,6).

Ya en la vejez, el apóstol Pedro escribiendo “a los extranjeros de la diáspora”, les aconseja: “Acercándoos a Él (Jesucristo) piedra viva, desechada ciertamente de los hombres, mas para Dios escogida y preciosa”, después edificando sobre Cristo la piedra viva, les dice:“vosotros también,  como piedras vivas, sed edificadas como casa espiritual…” (1 Pedro 2:4-10). El vitalismo de la iglesia no pasa por la practica más asidua de la confesión auricular a un sacerdote, sino en edificar los fieles sus vidas sobre Cristo, la piedra escogida por Dios que da soporte como piedras vivas que son. Los creyentes que edifican sus vidas sobre la Roca eterna, de la cual beben el agua viva. El resultado es que ríos de  agua viva brotan de sus corazones que pueden hacer que las personas que los observan les pregunten: Hermanos, ¿qué hemos de hacer para ser salvos?

Octavi Pereña i Cortina

 

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