dilluns, 7 d’abril del 2014


SALMO 90:3


“Haces volver al hombre al polvo, y dices: convertios hijos de los hombres”

El salmo 90 comienza con un reconocimiento de la grandeza y del poder de Dios para pasar a la pequeñez del hombre. Los seres humanos invertimos los factores cuando nos creemos grandes y hacemos pequeño a Dios. Cuando esto ocurre y, desgraciadamente este error está muy extendido, la existencia es un fracaso. Mirando con un poco de atención lo que sucede a nuestro alrededor pronto percibimos que las personas que contemplan nuestros ojos son un perfecto desastre. La causa de todas estas vidas arruinadas se debe a que han empequeñecido a Dios y ellas se han subido al pedestal.

Analicemos brevemente el salmo 90: “Señor, tus nos  has sido refugio…Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo hasta el siglo, tú eres Dios”. Con el avance de la ciencia y con  los medios que dispone el hombre para adentrarse en las profundidades siderales y poder contemplar de cerca su inmensidad, en vez de reconocer el poder del Dios eterno, le niegan su autoridad, lo hacen desaparecer del mapa y la obra de la creación se convierte en un accidente que ocurrió hace millones de años.

Aunque el hombre niegue la existencia de Dios  éste sigue existiendo y ejerciendo su poder creador sosteniendo la obra de sus manos con la autoridad de su palabra. Aunque las personas lo consideren muerto Dios vive.

Volvamos al hombre y fijémonos el concepto que tiene Dios de nuestra grandeza: “Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira, acabamos nuestros años como un pensamiento. Los días de nuestra edad son setenta años, y en los más robustos son ochenta años, con todo su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan y volamos”

El progreso de la ciencia médica puede hacernos creer que un día seremos inmortales. Pero no, es una ilusión vana. La paga del pecado es la muerte y, como todos hemos pecado todos moriremos. La ciencia médica, una mejor alimentación, mejores condiciones laborales, pueden alargar unos pocos años nuestra presencia sobre la tierra. Inevitablemente, la muerte llega y, después ¿qué?

“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”, dice el salmista. Sí, Señor, enséñanos a contar nuestros días para prepararnos para el buen morir. Un buen morir no significa que en caso de sufrimiento te inyecten una sustancia y se cierren los ojos dulcemente. Que el Señor ilumine nuestro entendimiento para que podamos entender que por la fe en el Señor Jesucristo que murió por nuestros pecados y resucitó para darnos vida eterna, la muerte es la puerta de entrada al reino eterno de Dios, en donde la muerte no existe, el sufrimiento lo hemos dejado atrás, las lagrimas se han secado, porque el pecado allí no existe.


JUDAS 24,25


“Y a Aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén”

“Así ha dicho el Señor: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Señor. Será como la zarza en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada”  (Jeremías 17:5,6). El ser humano en su necedad cree que puede emanciparse de Dios y prescindir de su Ley. Babel es un ejemplo claro de la insensatez de querer ser fuertes sin Dios. La crisis actual que tanto perjudica se la atribuye exclusivamente a factores económicos. Detrás de ella se esconde  la falta de ética de gobernantes y gobernados. Detrás de la falta de ética se encuentra la ausencia de Dios que es el Autor de la ética que hace prosperar a los pueblos, a las familias, a las personas.

El mundo está en crisis. La iglesia también lo está porque confía en doctrinas de hombres que no resisten la prueba del algodón que certifica su autenticidad. Los falsos profetas de Israel condujeron a la bancarrota al Israel nacional. Hoy ocurre lo mismo. No todos los que hablan en nombre de Dios son hombres de Dios. Utilizan, sí, un lenguaje bíblico que es un barniz que esconde la herejía que se amaga en sus corazones.

Judas, en la doxología con que termina su breve carta a los “santificado en Dios Padre, y guardados en Jesucristo”, insta a sus lectores a apartar la mirada del hombre y ponerla en Dios Padre y el Señor Jesucristo. Hacerlo reviste de poder a la debilidad humana porque ”es poderoso para guardarnos sin caída”. El verdadero creyente en Cristo aunque santificado por la sangre de Jesucristo que lo limpia de todos sus pecados, sigue siendo pecador. Ello puede hacer que nos sintamos indignos de Él, pero Aquel que es poderoso puede “presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran alegría”. Nada inmundo puede presentarse ante la gloria del Dios eterno, pero el santificado por la sangre de Cristo puede hacerlo, no con miedo, sino “con alegría” porque quien lo presenta ante el Padre es Jesús, el Camino que nos lleva a Él.

No soy digno de ser llamado cristiano, “pero por la gracia de Dios soy lo que soy”, una nueva criatura en Cristo Jesús a quien le está permitido presentarse ante el trono de Dios ensalzando el nombre de Jesús el Redentor, el Cordero de Dios que con su sangre le limpió de todo pecado.

 

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