dilluns, 28 d’abril del 2014


SED DE JUSTICIA


<b>El deseo de justicia no puede satisfacerse en un mundo en el que todos los habitantes son injustos</b>

El problema de la justicia preocupa mucho a los ciudadanos porque descubren muchas ambigüedades en su funcionamiento. El articulo 14 de la vigente Constitución declara: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que  pueda prevalecer discriminación  alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Hecha la Constitución hecha la trampa porque fácilmente se violan sus principios con argucias legales.

El Gobierno central anuncia que incluirá  en la condición de aforados ante el Tribunal Supremo a la reina y a los príncipes de Asturias. Eso significa que en la lista de aforados que como mínimo incluye a diputados y ministros, se alarga. El aforamiento según palabras del ministro Ruiz-Gallardón es un instrumento que sirve para <i>aumentar la seguridad jurídica sobre personas que el legislador y la misma Constitución entienden que deben ser objeto de una tutela  en razón de las funciones que se les encomienda</i>. El ministro afirma que el aforamiento no es un <i>privilegio</i>.  ¿Qué es sino un privilegio  el hecho de que algunas personas se beneficien de una jurisdicción privilegiada que es lo que significa aforamiento? ¿No es una contradicción que el rey en una alocución de Año Nuevo dijese que todos los españoles son iguales ante la ley y que “la persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad” según el articulo 56.3 de la Constitución?

La letra de la ley y su aplicación es injusta porque los legisladores y los administradores son injustos: “No hay justo, ni aún uno” (Romanos 3:10). Eso no significa que debamos permanecer con los brazos cruzados permitiendo que el mal campe a sus anchas y que vaya minando a la democracia hasta convertirla en papel mojado. Se debe denunciar el incumplimiento de la ley para que sea respetada y si existen leyes injustas cambiarlas lo antes posible, sin tardanza.

La democracia injusta permite el pataleo y poco más. Muchos que se consideran demócratas son poco transparentes y muchas decisiones y acciones que se toman se mantienen bajo “secreto de sumario”. Entonces los políticos se quejan de que los ciudadanos pasen de la política. A pesar de que cuando se aproximan las elecciones invitan a participar en los comicios, las urnas manifiestan poca participación. Finalizado el recuento y visto el fracaso en participación todo son promesas de enmienda para que todo siga igual. Luego se espantan porque en el escenario político aparezcan partidos populistas que amenazan cercenar a las mayorías hasta el presente existentes que dominan el pastel de la política.

Incluso los imputados en graves casos de corrupción pueden eludir a la justicia porque ésta es lenta y a menudo permite que los casos prescriban o porque los jueces sometidos a presiones políticas dictan sentencias que no se ajustan a la gravedad de los casos, o porque el legislador dicta leyes que hacen legal el delito. Se afirma que dada la condición humana siempre existirá un cierto grado de injusticia. Estoy de acuerdo con ello, pero se debe procurar que toda injusticia debe ser castigada según la gravedad del delito cometido. La legislación debe dejar bien claro lo que es punible para que no se puedan hacer tejemanejes que impidan la  ejecución de la justicia.

Se dan evidencias de que los grandes corruptores gozan de un cierto grado de aforamiento porque se dictan leyes que reducen los impuestos que sus empresas deben pagar. Con ello se comete un agravio comparativo respecto a los pequeños empresarios que no gozan de dichos privilegios legales. Las grandes fortunas en el pasado se amasaron con la esclavitud. Ahora se amontonan instalando las fábricas en países en los que no existen derechos de ninguna clase, favoreciendo a los gobiernos corruptos a la vez que se pagan sueldos de miseria y, no bastando con eso se explota a la infancia exigiéndoles jornadas de larga duración a cambio de salarios de hambre. Los ciudadanos de a pie nos encontramos indefensos ante los abusos de los poderosos.

A pesar de que la justicia aquí en la tierra sólo lo es de nombre, llegará el día en que Cristo, el Juez supremo, se sentará en su trono de gloria. Reunirá ante si a todos los pueblos en dos grupos. A los que pondrá a su izquierda les dirá: “Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y a sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber,  fui extranjero y no me acogisteis, estaba desnudo y no me vestisteis, estuve enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Los condenados intentarán justificarse diciendo que nunca le habían visto en esas circunstancias de necesidad. Pero el Señor desmontará sus alegaciones de manera irresistible, diciéndoles: “De cierto os digo que cuando no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mi lo hicisteis. E irán estos al castigo eterno”                     (Mateo 25: 31-46). La justicia que nunca ha sido vista aquí en la tierra a partir del pecado de Adán, será implantada con todo su esplendor en el reino eterno de Dios en el que no existirá el pecado y Satanás será lanzado en las profundidades del infierno quedando totalmente incapacitado para seguir haciendo fechorías. Los creyentes en Cristo, finalmente verán satisfechos sus anhelos de justicia porque el Juez supremo dará a cada uno lo que se merece. En la Audiencia celestial no existirán los aforados que reciban tratos privilegiados.

Octavi Pereña i Cortina

 

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