SED DE JUSTICIA
<b>El
deseo de justicia no puede satisfacerse en un mundo en el que todos los
habitantes son injustos</b>
El
problema de la justicia preocupa mucho a los ciudadanos porque descubren muchas
ambigüedades en su funcionamiento. El articulo 14 de la vigente Constitución
declara: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo,
religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o
social”. Hecha la Constitución hecha la trampa porque fácilmente se violan sus
principios con argucias legales.
El
Gobierno central anuncia que incluirá en
la condición de aforados ante el Tribunal Supremo a la reina y a los príncipes
de Asturias. Eso significa que en la lista de aforados que como mínimo incluye
a diputados y ministros, se alarga. El aforamiento según palabras del ministro
Ruiz-Gallardón es un instrumento que sirve para <i>aumentar la seguridad
jurídica sobre personas que el legislador y la misma Constitución entienden que
deben ser objeto de una tutela en razón
de las funciones que se les encomienda</i>. El ministro afirma que el
aforamiento no es un <i>privilegio</i>. ¿Qué es sino un privilegio el hecho de que algunas personas se
beneficien de una jurisdicción privilegiada que es lo que significa
aforamiento? ¿No es una contradicción que el rey en una alocución de Año Nuevo
dijese que todos los españoles son iguales ante la ley y que “la persona del
rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad” según el articulo 56.3 de
la Constitución?
La
letra de la ley y su aplicación es injusta porque los legisladores y los
administradores son injustos: “No hay justo, ni aún uno” (Romanos 3:10). Eso no
significa que debamos permanecer con los brazos cruzados permitiendo que el mal
campe a sus anchas y que vaya minando a la democracia hasta convertirla en
papel mojado. Se debe denunciar el incumplimiento de la ley para que sea
respetada y si existen leyes injustas cambiarlas lo antes posible, sin
tardanza.
La
democracia injusta permite el pataleo y poco más. Muchos que se consideran
demócratas son poco transparentes y muchas decisiones y acciones que se toman
se mantienen bajo “secreto de sumario”. Entonces los políticos se quejan de que
los ciudadanos pasen de la política. A pesar de que cuando se aproximan las
elecciones invitan a participar en los comicios, las urnas manifiestan poca
participación. Finalizado el recuento y visto el fracaso en participación todo
son promesas de enmienda para que todo siga igual. Luego se espantan porque en
el escenario político aparezcan partidos populistas que amenazan cercenar a las
mayorías hasta el presente existentes que dominan el pastel de la política.
Incluso
los imputados en graves casos de corrupción pueden eludir a la justicia porque
ésta es lenta y a menudo permite que los casos prescriban o porque los jueces
sometidos a presiones políticas dictan sentencias que no se ajustan a la
gravedad de los casos, o porque el legislador dicta leyes que hacen legal el
delito. Se afirma que dada la condición humana siempre existirá un cierto grado
de injusticia. Estoy de acuerdo con ello, pero se debe procurar que toda
injusticia debe ser castigada según la gravedad del delito cometido. La
legislación debe dejar bien claro lo que es punible para que no se puedan hacer
tejemanejes que impidan la ejecución de
la justicia.
Se
dan evidencias de que los grandes corruptores gozan de un cierto grado de
aforamiento porque se dictan leyes que reducen los impuestos que sus empresas
deben pagar. Con ello se comete un agravio comparativo respecto a los pequeños
empresarios que no gozan de dichos privilegios legales. Las grandes fortunas en
el pasado se amasaron con la esclavitud. Ahora se amontonan instalando las
fábricas en países en los que no existen derechos de ninguna clase,
favoreciendo a los gobiernos corruptos a la vez que se pagan sueldos de miseria
y, no bastando con eso se explota a la infancia exigiéndoles jornadas de larga
duración a cambio de salarios de hambre. Los ciudadanos de a pie nos
encontramos indefensos ante los abusos de los poderosos.
A
pesar de que la justicia aquí en la tierra sólo lo es de nombre, llegará el día
en que Cristo, el Juez supremo, se sentará en su trono de gloria. Reunirá ante
si a todos los pueblos en dos grupos. A los que pondrá a su izquierda les dirá:
“Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y a sus
ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis
de beber, fui extranjero y no me
acogisteis, estaba desnudo y no me vestisteis, estuve enfermo y en la cárcel y
no me visitasteis”. Los condenados intentarán justificarse diciendo que nunca
le habían visto en esas circunstancias de necesidad. Pero el Señor desmontará
sus alegaciones de manera irresistible, diciéndoles: “De cierto os digo que
cuando no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mi lo hicisteis.
E irán estos al castigo eterno” (Mateo 25: 31-46). La
justicia que nunca ha sido vista aquí en la tierra a partir del pecado de Adán,
será implantada con todo su esplendor en el reino eterno de Dios en el que no
existirá el pecado y Satanás será lanzado en las profundidades del infierno
quedando totalmente incapacitado para seguir haciendo fechorías. Los creyentes
en Cristo, finalmente verán satisfechos sus anhelos de justicia porque el Juez
supremo dará a cada uno lo que se merece. En la Audiencia celestial no
existirán los aforados que reciban tratos privilegiados.
Octavi Pereña i Cortina
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