dilluns, 14 d’abril del 2014


SALMO 91:14,15


“Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré, le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi Nombre. Me invocará y yo le responderé, con él estaré yo en la angustia”

¿Dónde puede el ser humano encontrar consuelo? Debido al pecado, la tierra se ha convertido en un territorio hostil. Emergen enemigos por doquier: enfermedades, dificultades económicas, rupturas familiares, incomprensiones, violencias sexuales…Toda esta hostilidad que siempre está al acecho para descargar sus garras sobre nosotros tiene una causa que no debemos ir a buscarla fuera de nosotros, sino que está en nosotros. Forma parte de nuestra naturaleza individual y colectiva. Se llama pecado.

Mientras no llegue el mañana cuando Dios creará un cielo nuevo y una tierra nueva en los que el pecado habrá sido barrido del todo y Satanás ya no podrá tentarnos a hacer el mal y por lo tanto existirá la justicia sin ninguna sombra de injusticia, debemos peregrina por este mundo al que Dios ha maldecido por causa del pecado de Adán de desobedecer la orden de Dios que le prohibía comer del árbol de la ciencia del bien y del mal.

A pesar de la desobediencia, Dios no deja desamparado al hombre. En su misericordia sacrifica unos animales y con sus pieles cubre la desnudez de Adán y Eva. Sin derramamiento de sangre no es posible el perdón de los pecados y recuperar la comunión con Dios que se había roto. La sangre de Cristo simbolizada por la sangre de los animales sacrificados por el mismo Dios es el sello que garantiza que la paz de Dios se ha restablecido y que nada ni nadie la podrá hacer desaparecer. Pero, la tierra maldecida por Dios sigue produciendo cardos y espinas y el sudor acompaña a los creyentes en Cristo.

El texto del salmo 91 que comentamos nos recuerda algo muy importante que debemos tener en cuenta los verdaderos creyentes en Cristo: Durante nuestro peregrinaje por esta tierra maldecida por Dios debemos tener presente que Dios no nos abandonará.; “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré, le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi Nombre”. Es cierto que a Dios hoy no le podemos ver. A pesar de que por el Espíritu Santo Dios mora en nuestros corazones, está fuera de nosotros. Esta intimidad y a la vez separación es lo que hace que el Espíritu Santo nos enseñe a orar a Dios y a pedirle lo que es según Su voluntad. En esta situación de haber conocido el Nombre de Dios, cuando me invocará yo le responderé, con él yo estaré en su angustia. El Espíritu Santo recuerda al creyente que está inmerso en la angustia “El Señor es mi Pastor, nada me faltará, en lugares de delicados pastos me hará descansar, junto a aguas de reposo me pastoreará…Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo, tu vara y tu cayado me infundirán aliento…”


MATEO 16:16,17


“Respondiendo Simón Pedro dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”

Jesús y sus discípulos se encuentran en la región de Cesarea de Filipo. En aquel tiempo la zona estaba salpicada de templos dedicados a las divinidades paganas. Los había para todos los gustos. Cada persona podía escoger adorar al dios que mejor le pareciese. En esta región tan altamente paganizada en donde Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres  que es el Hijo del Hombre?”  Los discípulos responden dando los nombres de diversos profetas. Habiendo respondido a la pregunta que les hizo Jesús, el Señor les pide que sean ellos que digan lo que piensan de Él. Pedro llevando, como siempre, la voz cantante, responde. “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”

Si preguntamos hoy a las personas: ¿quién es Jesús? Nos darán respuestas para todos los gustos. Difícilmente, pero, se nos dirá que Jesús es Dios. La razón es muy simple: El hombre natural no puede entender la identidad de Jesús que es Dios y hombre al mismo tiempo. La persona nacida exclusivamente de mujer está capacitado únicamente para verle como humano: era una buena persona, que ayudaba a los necesitados, que fue un verdadero socialista, que lo mataron porque ponía en peligro los privilegios de los sacerdotes…

¿Por qué Pedro puede decir que Jesús era “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”? Si no fuera por la respuesta que Jesús le dio no lo sabríamos. Jesús le dice a Pedro: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Afirmar con convicción que Jesús es el Cristo, el Ungido de Dios, el Hijo del Dios viviente, solamente puede hacerse por revelación divina. Nadie puede repetir convencido la confesión de Pedro  por el mero hecho de haberla leído en la Biblia o por haberla oído en una predicación. Es preciso que sea el Espíritu Santo quien la vivifique en el corazón del lector/ oyente  para que pueda hacérsela suya. La salvación es obra exclusiva de Dios . Si el Espíritu Santo no concede el don de la fe para creer que Jesús es el Hijo del Dios viviente, el concepto que se tendrá de Jesús, como máximo será el de que es alguno de los profetas. Los razonamientos humanos no dan para más.

 

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