SALMO 91:14,15
“Por cuanto en mí ha puesto su
amor, yo también lo libraré, le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi
Nombre. Me invocará y yo le responderé, con él estaré yo en la angustia”
¿Dónde puede el ser humano
encontrar consuelo? Debido al pecado, la tierra se ha convertido en un
territorio hostil. Emergen enemigos por doquier: enfermedades, dificultades
económicas, rupturas familiares, incomprensiones, violencias sexuales…Toda esta
hostilidad que siempre está al acecho para descargar sus garras sobre nosotros
tiene una causa que no debemos ir a buscarla fuera de nosotros, sino que está
en nosotros. Forma parte de nuestra naturaleza individual y colectiva. Se llama
pecado.
Mientras no llegue el mañana cuando Dios creará un cielo nuevo y una
tierra nueva en los que el pecado habrá sido barrido del todo y Satanás ya no
podrá tentarnos a hacer el mal y por lo tanto existirá la justicia sin ninguna
sombra de injusticia, debemos peregrina por este mundo al que Dios ha maldecido
por causa del pecado de Adán de desobedecer la orden de Dios que le prohibía
comer del árbol de la ciencia del bien y del mal.
A pesar de la desobediencia, Dios no deja desamparado al hombre. En su
misericordia sacrifica unos animales y con sus pieles cubre la desnudez de Adán
y Eva. Sin derramamiento de sangre no es posible el perdón de los pecados y
recuperar la comunión con Dios que se había roto. La sangre de Cristo
simbolizada por la sangre de los animales sacrificados por el mismo Dios es el
sello que garantiza que la paz de Dios se ha restablecido y que nada ni nadie
la podrá hacer desaparecer. Pero, la tierra maldecida por Dios sigue
produciendo cardos y espinas y el sudor acompaña a los creyentes en Cristo.
El texto del salmo 91 que comentamos nos recuerda algo muy importante
que debemos tener en cuenta los verdaderos creyentes en Cristo: Durante nuestro
peregrinaje por esta tierra maldecida por Dios debemos tener presente que Dios
no nos abandonará.; “Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo
libraré, le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi Nombre”. Es cierto
que a Dios hoy no le podemos ver. A pesar de que por el Espíritu Santo Dios
mora en nuestros corazones, está fuera de nosotros. Esta intimidad y a la vez
separación es lo que hace que el Espíritu Santo nos enseñe a orar a Dios y a
pedirle lo que es según Su voluntad. En esta situación de haber conocido el
Nombre de Dios, cuando me invocará yo le responderé, con él yo estaré en su
angustia. El Espíritu Santo recuerda al creyente que está inmerso en la
angustia “El Señor es mi Pastor, nada me faltará, en lugares de delicados
pastos me hará descansar, junto a aguas de reposo me pastoreará…Aunque ande en
valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo, tu
vara y tu cayado me infundirán aliento…”
MATEO 16:16,17
“Respondiendo Simón Pedro dijo:
Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús:
Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni
sangre, sino mi Padre que está en los cielos”
Jesús y sus discípulos se encuentran en la región de Cesarea de Filipo.
En aquel tiempo la zona estaba salpicada de templos dedicados a las divinidades
paganas. Los había para todos los gustos. Cada persona podía escoger adorar al
dios que mejor le pareciese. En esta región tan altamente paganizada en donde
Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” Los discípulos responden dando los nombres de
diversos profetas. Habiendo respondido a la pregunta que les hizo Jesús, el
Señor les pide que sean ellos que digan lo que piensan de Él. Pedro llevando,
como siempre, la voz cantante, responde. “Tú eres el Cristo, el Hijo del
Dios viviente”
Si preguntamos hoy a las
personas: ¿quién es Jesús? Nos darán respuestas para todos los gustos.
Difícilmente, pero, se nos dirá que Jesús es Dios. La razón es muy simple: El
hombre natural no puede entender la identidad de Jesús que es Dios y hombre al
mismo tiempo. La persona nacida exclusivamente de mujer está capacitado
únicamente para verle como humano: era una buena persona, que ayudaba a los
necesitados, que fue un verdadero socialista, que lo mataron porque ponía en
peligro los privilegios de los sacerdotes…
¿Por qué Pedro puede decir que Jesús era “el Cristo, el Hijo del
Dios viviente”? Si no fuera por la respuesta que Jesús le dio no lo
sabríamos. Jesús le dice a Pedro: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de
Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los
cielos”. Afirmar con convicción que Jesús es el Cristo, el Ungido de Dios,
el Hijo del Dios viviente, solamente puede hacerse por revelación divina. Nadie
puede repetir convencido la confesión de Pedro
por el mero hecho de haberla leído en la Biblia o por haberla oído en
una predicación. Es preciso que sea el Espíritu Santo quien la vivifique en el
corazón del lector/ oyente para que
pueda hacérsela suya. La salvación es obra exclusiva de Dios . Si el Espíritu
Santo no concede el don de la fe para creer que Jesús es el Hijo del Dios
viviente, el concepto que se tendrá de Jesús, como máximo será el de que es
alguno de los profetas. Los razonamientos humanos no dan para más.
http://octaviperenyacortina22.blogspot.com
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