2 CORINTIOS 8:9
“Porque ya conocéis la gracia de
nuestro Señor Jesucristo, que por a amor de vosotros se hizo pobre, siendo
rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”
En esta época navideña en que tanto se habla de Jesús sería muy conveniente
una reflexión. El apóstol Juan nos invita a hacerlo de manera profunda porque
hoy la cristiandad se lo toma a la ligera el hecho de la encarnación del Hijo
de Dios: “Amados no os creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si
son de Dios: muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto conoced el
Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en la
carne, es de Dios, y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en
la carne, no es de Dios, y este es el espíritu del Anticristo, el cual vosotros
habéis oído que viene, y ahora ya está en el mundo” (1 Juan 4:1-3).
El apóstol Pablo afirma que el Señor Jesucristo por amor de nosotros se
hizo pobre para enriquecernos. Con esta declaración nos está diciendo que el
Hijo de Dios se hizo hombre, se desprendió de su gloria divina y se humilló
para enriquecernos. ¿A quién enriquece el Señor en su pobreza? A quien cree en Él. A quienes se reconocen
pobres y acuden a Él para que perdone sus pecados.
Hagamos una mirada al pasado y regresemos al paraíso en donde
encontramos a Adán y a Eva gozando del jardín que Dios havia provisto para
ellos, pero desobedecieron el mandato divino de no comer “del árbol de la
ciencia del bien y del mal”. La desobediencia les acarreó una gran pérdida.
Perdieron el privilegio de pasear con Dios entre los árboles del jardín “al
aire del día”. Eran ricos porque poseían a Dios, la perla de gran precio,
el tesoro escondido en el campo. El pecado cambió el orden de los valores. Dios
dejó de ser lo más importante y substituyó el Tesoro precioso por el oropel de
loa bienes materiales que se destruyen y se pierden. De ser rico el pecado
condujo al hombre a la pobreza.
Pero el eterno Hijo de Dios se hizo hombre para enriquecer a los
pobres. No todos los hombres son pobres. Satanás, de la misma manera que engañó
a Eva sigue engañando a los hombres haciéndoles creer que el Hijo de Dios no se
ha hacho hombre, que el hombre Jesús no es el hijo de Dios. Tal incredulidad
los hunde en la pobreza porque insisten en perseguir bienes materiales que en
realidad cuando los poseen se empobrecen. Viven un tiempo y cuando llega la
muerte ¿qué? Lo recogido para beneficio de los que se quedan.
Amado lector: párate en pensar el verdadero significado de la navidad.
El Hijo de Dios se ha hecho hombre en la persona de Jesús para deshacer la obra
del diablo para que creyendo en Él recuperes el privilegio de participar en el
banquete que el Rey ha preparado para los suyos. Los exquisitos manjares que se
ingieren en estos días no sirven para apagar la sed que tienen de Dios. Todo lo
contrario los bienes materiales son como el agua salada que intensifica la sed
y no la apaga.
SALMO 32:1,2
“Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y
cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no culpa de
iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño”
Feliz es aquella persona cuya
trasgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado. Para que una persona sea
bienaventurada debe tener la cereza de que en verdad su transgresión ha sido
perdonada. En nuestra cultura católica las personas van a buscar el perdón de
sus pecados en un sacerdote de quien se cree ha recibido poder de personar
pecados. Psicológicamente puede producir un cierto relax compartir problemas
que afectan, pero, ¿perdonar los pecados? En el fondo las personas que confían
en que un hombre les puede perdonar los pecados no son bienaventurados.
El salmista sigue diciendo: bienaventurado aquel cuyo pecado ha sido
cubierto. Esto nos recuerda el velo con el que Dios cubre al pecador para no
ver su pecado. Dios no ve las transgresiones del pecador. “Bienaventurado el
hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad”. No es el hombre quien
perdona los pecados. Es Dios quien no culpa de iniquidad al transgresor de su
Ley. Pero Dios es justo y no puede dar por inocente al culpable. ¿Cómo puede
Dios no culpar de iniquidad cuando el mismo afirma que no hay un solo justo,
que todos hemos delinquido?
Adán y Eva pretendieron cubrir su desnudez, consecuencia de haber
desobedecido el mandamiento de no comer del árbol de la ciencia del bien y
del mal con unos delantales hechos de hojas de higuera. Este subterfugio no
funcionó porque siguieron escondiéndose de la presencia de Dios. Porque eran
conscientes que su pecado no había sido
perdonado. La consecuencia de su trasgresión no les permitía ser
bienaventurados. Dios no podía exculpar a Adán y a Eva de iniquidad a pesar de
haberse hecho unos delantales de hojas de higuera porque en ellos había engaño. Pretendían esconder el mal que
habían hecho.
Los discípulos en cierta ocasión le preguntaron a Jesús: ”¿Quién,
pues, podrá ser salvo?” La respuesta que da es: “Para los hombres esto
es imposible, pero para Dios todo es posible” (Mateo 19:25,26). Adán y Eva
no pudieron salvarse a sí mismos a pesar del empeño que pusieron en
conseguirlo. Pero Dios sí que pudo hacerlo. Cubrió sus cuerpos desnudos con
unas pieles de animales que taparon su desnudez, su pecado. Sin derramamiento
de sangre no puede haber perdón de los pecados. Fuera de la sangre de Jesús no
existe ningún velo que impida a Dios ver los pecados de los transgresores. El
primer sacrificio ritual que simbólicamente perdona los pecados lo hizo Dios.
El único sacrificio que sí limpia los pecados lo efectuó el Hijo de Dios
sacrificándose por los pecados de su pueblo. Las personas en cuyo espíritu no
hay engaño porque no esconden sus pecados sino que lo confiesan a Dios y
permitan que la sangre de Cristo los cubra, el Señor no los culpa de pecado.
Son bienaventurados
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada