IASÍAS 9:6
“Porque un niño nos es nacido,
hijo nos es dado, y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte,
Padre eterno, Príncipe de paz”
La tradición navideña ha
despojado al niño de su divinidad eterna. Detrás de la debilidad del niño
recién nacido se esconde el eterno poder que del Hijo unigénito del Padre
eterno se desprende para salvar a su pueblo de sus pecados. En el comentario de
hoy nos fijaremos en dos palabras que caracterizan al niño nacido en el pesebre
de Belén.
La palabra Admirable significa “algo no común o fuera de los
ordinario. Refleja un acontecimiento que se encuentra más allá de la
explicación humana, que está separado del curso normal de los acontecimientos”.
¿No es algo fuera de lo
ordinario que el Hijo de Dios naciese de una virgen que no había conocido
hombre? ¿No es algo fuera de lo común, de lo ordinario, que María concibiese
del Espíritu Santo? ¿No es verdad que el relato del nacimiento de Jesús es
demasiado maravilloso para nosotros y que no lo podemos comprender y que
solamente lo podemos creer por fe que es regalo de Dios?
Mucho antes de que naciese el niño y que Dios diese al Hijo, Isaías
profetizó que Dios enviaría a su Hijo que sería el Consejero que una
humanidad de corazón quebrantada por el pecado necesitaba. Cuando Jesús vino a
este mundo para salvar a su pueblo de sus pecados porque era Dios con
nosotros manifestó poseer una autoridad infinitamente superior a la de sus
enemigos los sacerdotes y los escribas. Jesús es el Consejero admirable
que los corazones envueltos de tinieblas espirituales necesitan para poder
salir de la oscuridad y andar en la luz.
La situación actual grita a pleno pulmón por un Consejero admirable
que le dé solución a la multitud de problemas que la sociedad actual tiene
planteados y que no sabe en donde encontrarla. Busca por doquier consejeros que
la guíen y lo que reciben de los profesionales del consejo son respuestas
contradictorias que lo sumergen más
profundamente en el abismo de la ignorancia.
La palabras que Jesús pronunciaba eran tan duras de oír para los oídos
de sus oyentes que se decían: “¿Quién las puede oír?” Como quiera que a
través de sus oídos no entraban en sus corazones “muchos de sus
discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él”. Entonces Jesús dijo a
los doce: “Queréis acaso iros también vosotros?” Pedro le responde: “Señor,
a quién iremos?” tu tienes palabras de vida eterna”. Pedro reconoce que
aquel Jesús que había alimentado a multitudes y cuya enseñanza no había llegado
a sus corazones era el Consejero Admirable que su alma afligida por el
pecado necesitaba.
EZEQUIEL 33:31
“Y vendrán a ti como viene el
pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras y no las
pondrán por obra, antes hacen halagos con sus bocas, y su corazón queda en pos
de su avaricia”
El profeta Ezequiel habla a Israel un mensaje de juicio de parte del
Señor:”Y sabrán que yo soy el Señor cuando conviertas la tierra en soledad y
desierto, por todas las abominaciones que han hecho” (v.29). El profeta
escribe desde Babilonia en donde había
sido deportado y anuncia el cataclismo que se cernía sobre Israel debido
al pecado de adorar a otros dioses, de haber abandonado al Señor que los había
sacado con mano fuerte de la esclavitud de Egipto para conducirlos a la Tierra
Prometida y por haber roto el vasallaje que debía al rey de Babilonia. La
desolación que estaba a punto de llegar sería un mensaje que hablaría a los
judíos: “Y sabrán que yo soy el Señor cuando convierta la tierra en soledad
y desierto, por todas las abominaciones que han hecho” (v.29).
En el horizonte aparecen negros nubarrones que presagian la terrible
tormenta que arrasaría Jerusalén, el símbolo de la identidad nacional de los
judíos y el lugar en donde residía la gloria de Israel: no quedaría piedra
sobre piedra del majestuoso templo construido por Salomón.
Encontrándose el pueblo a la espera de la inminente catástrofe
nacional, en vez de arrepentirse de sus pecados como lo hicieron los ninivitas
a la predicación de Jonás, se toman a cachondeo el mensaje de Ezequiel:”Y
tú, hijo de hombre, los hijos de tu pueblo se mofan de ti junto a las paredes y
a las puertas de las casas, y habla en uno con el otro, cada uno con su
hermano, diciendo: Venid ahora, y oíd la palabra que viene del Señor…y he aquí
que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien, y
oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra” (vv.30-32). Los oyentes del mensaje de
Ezequiel se decían el uno al otro: “Este hombre tiene un pico de oro. La
oratoria es excelente. Este es el pastor que necesitamos. Oímos tus palabras.
Nos gustan mucho. Haremos lo que nos plazca”.
“Nuestro tiempo se parece al de Ezequiel: negros nubarrones presagian
el tsunami que nos destruirá. Somos incapaces de leer el mensaje que
transportan. Jugamos a ser religiosos especialmente en esta época navideña. El
nombre de Jesús, el Salvador, está a flor los labios de muchos y al Niño Dios
lo convierten en un espectáculo. A pesar de que Jesús es el Salvador que
necesita la cristiandad prefiere quedarse con los villancicos que despiertan
falsa alegría y construirse belenes que destacan las habilidades artísticas de
sus constructores. Pero el tiempo de la gracia se acerca a su fin y cuando se
haya terminado ya no se dispondrá de tiempo para el arrepentimiento. Cuando
descargue la tormenta los impíos “sabrán que hubo Profeta entre ellos” a
la vez que se ven arrojados al fuego eterno
Octavi Pereña i Cortina
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