dilluns, 23 de desembre del 2013


IASÍAS 9:6


“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”

La tradición navideña ha despojado al niño de su divinidad eterna. Detrás de la debilidad del niño recién nacido se esconde el eterno poder que del Hijo unigénito del Padre eterno se desprende para salvar a su pueblo de sus pecados. En el comentario de hoy nos fijaremos en dos palabras que caracterizan al niño nacido en el pesebre de Belén.

La palabra Admirable significa “algo no común o fuera de los ordinario. Refleja un acontecimiento que se encuentra más allá de la explicación humana, que está separado del curso normal de los acontecimientos”.

¿No es algo fuera de lo ordinario que el Hijo de Dios naciese de una virgen que no había conocido hombre? ¿No es algo fuera de lo común, de lo ordinario, que María concibiese del Espíritu Santo? ¿No es verdad que el relato del nacimiento de Jesús es demasiado maravilloso para nosotros y que no lo podemos comprender y que solamente lo podemos creer por fe que es regalo de Dios?

Mucho antes de que naciese el niño y que Dios diese al Hijo, Isaías profetizó que Dios enviaría a su Hijo que sería el Consejero que una humanidad de corazón quebrantada por el pecado necesitaba. Cuando Jesús vino a este mundo para salvar a su pueblo de sus pecados porque era Dios con nosotros manifestó poseer una autoridad infinitamente superior a la de sus enemigos los sacerdotes y los escribas. Jesús es el Consejero admirable que los corazones envueltos de tinieblas espirituales necesitan para poder salir de la oscuridad y andar en la luz.

La situación actual grita a pleno pulmón por un Consejero admirable que le dé solución a la multitud de problemas que la sociedad actual tiene planteados y que no sabe en donde encontrarla. Busca por doquier consejeros que la guíen y lo que reciben de los profesionales del consejo son respuestas contradictorias  que lo sumergen más profundamente en el abismo de la ignorancia.

La palabras que Jesús pronunciaba eran tan duras de oír para los oídos de sus oyentes que se decían: “¿Quién las puede oír?” Como quiera que a través de sus oídos no entraban en sus corazones “muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él”. Entonces Jesús dijo a los doce: “Queréis acaso iros también vosotros?” Pedro le responde: “Señor, a quién iremos?” tu tienes palabras de vida eterna”. Pedro reconoce que aquel Jesús que había alimentado a multitudes y cuya enseñanza no había llegado a sus corazones era el Consejero Admirable que su alma afligida por el pecado necesitaba.


EZEQUIEL 33:31


“Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras y no las pondrán por obra, antes hacen halagos con sus bocas, y su corazón queda en pos de su avaricia”

El profeta Ezequiel habla a Israel un mensaje de juicio de parte del Señor:”Y sabrán que yo soy el Señor cuando conviertas la tierra en soledad y desierto, por todas las abominaciones que han hecho” (v.29). El profeta escribe desde Babilonia en donde había  sido deportado y anuncia el cataclismo que se cernía sobre Israel debido al pecado de adorar a otros dioses, de haber abandonado al Señor que los había sacado con mano fuerte de la esclavitud de Egipto para conducirlos a la Tierra Prometida y por haber roto el vasallaje que debía al rey de Babilonia. La desolación que estaba a punto de llegar sería un mensaje que hablaría a los judíos: “Y sabrán que yo soy el Señor cuando convierta la tierra en soledad y desierto, por todas las abominaciones que han hecho” (v.29).

En el horizonte aparecen negros nubarrones que presagian la terrible tormenta que arrasaría Jerusalén, el símbolo de la identidad nacional de los judíos y el lugar en donde residía la gloria de Israel: no quedaría piedra sobre piedra del majestuoso templo construido por Salomón.

Encontrándose el pueblo a la espera de la inminente catástrofe nacional, en vez de arrepentirse de sus pecados como lo hicieron los ninivitas a la predicación de Jonás, se toman a cachondeo el mensaje de Ezequiel:”Y tú, hijo de hombre, los hijos de tu pueblo se mofan de ti junto a las paredes y a las puertas de las casas, y habla en uno con el otro, cada uno con su hermano, diciendo: Venid ahora, y oíd la palabra que viene del Señor…y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien, y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra”  (vv.30-32). Los oyentes del mensaje de Ezequiel se decían el uno al otro: “Este hombre tiene un pico de oro. La oratoria es excelente. Este es el pastor que necesitamos. Oímos tus palabras. Nos gustan mucho. Haremos lo que nos plazca”.

“Nuestro tiempo se parece al de Ezequiel: negros nubarrones presagian el tsunami que nos destruirá. Somos incapaces de leer el mensaje que transportan. Jugamos a ser religiosos especialmente en esta época navideña. El nombre de Jesús, el Salvador, está a flor los labios de muchos y al Niño Dios lo convierten en un espectáculo. A pesar de que Jesús es el Salvador que necesita la cristiandad prefiere quedarse con los villancicos que despiertan falsa alegría y construirse belenes que destacan las habilidades artísticas de sus constructores. Pero el tiempo de la gracia se acerca a su fin y cuando se haya terminado ya no se dispondrá de tiempo para el arrepentimiento. Cuando descargue la tormenta los impíos “sabrán que hubo Profeta entre ellos” a la vez que se ven arrojados al fuego eterno

Octavi Pereña i Cortina

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