dilluns, 30 de desembre del 2013


MATEO 2:11


“Y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”

El relato de los magos que vinieron de Oriente repite dos veces que el propósito de estos personajes misteriosos de hacer un largo viaje hasta Belén fue el deseo de adorar al Rey de los judíos que había nacido.

Los magos, por el hecho de ser hombres sabios, bien seguro que conocían las Escrituras de los judíos y por lo tanto las profecías que anunciaban la venida del Mesías y, en concreto la que pronunció Balaam: “Saldrá estrella de Jacob, y se levantará cetro de Israel” (Números 24:17).

El Rey de los judíos es el Rey de reyes y Señor de señores. Los magos cuando saben que el Niño nacido en Belén es el Rey de los judíos reconocen su señorío absoluto sobre toda la Creación y en concreto sobre el pueblo de Dios. Hoy, los hombres en general rechazan el señorío de Jesús en sus vidas y, así les van las cosas, de mal a peor. Los remedios que ponen a las heridas sociales se agravan más con la aplicación de remedios contaminados de pecado.

Pero vayamos a los magos y al modelo de Navidad que nos muestran. Emprenden el viaje desde Oriente para adorar al Niño nacido, es decir, reconocerle como Dios y como la única persona merecedora de adoración. Del comportamiento de los magos debemos tomar ejemplo. Hoy, los llamados cristianos honran a Dios de labios pero sus corazones están lejos de Él.

Cuando los orientales personajes llegan a Belén y se encuentran ante la casa en donde se encuentra el Niño “lo adoraron”. Al postrarse ante el débil Niño reconocieron que Jesús estaba por encima de ellos. El Niño era el rey y ellos, los magos, siervos de la majestad divina encarnada en el débil Niño. Siguiendo las costumbres de la época  cuando unos embajadores se presentan ante un monarca lesofrecen presentes. Los magos en representación de sí mismos ofrecen dones al Niño. No especularemos sobre el significado del oro, del incienso y de la mirra. Los magos ofrecieron al Niño de aquello que tenían. No se intercambiaron regalos entre ellos. En otras circunstancias es legítimo que las personas se intercambien regalos. Pero cuando se adora a Jesús todo el ser debe ofrecerse a Él. No da lugar al intercambio de regalos entre los adoradores. La costumbre actual de los llamados cristianos de intercambiarse regalos o autoregalárselos pone en evidencia que el nombre de Jesús tan en boca en estos días navideños está muy lejos de ser considerado el Rey de los judíos. Cuando se asiste a una fiesta de aniversario los invitados llevan presentes para obsequiar a quien es el motivo de la celebración, no para intercambiarse presentes los invitados


SALMO 81: 13,14


“¡oh si me hubiese oído mi pueblo, si en mis caminos hubiese andado Israel! En un momento habría yo derribado a sus enemigos, y vuelto mi mano contra sus adversarios”

Dios no se cansa de recordar a su pueblo el cuidado que ha tenido con él durante la travesía del desierto. “Oye pueblo mío, y te amonestaré. Israel, si me oyes, no habrá en ti dios ajeno, no te inclinarás a Dios extraño, yo soy el Señor tu Dios. Que te hice salir de Egipto, abre tu boca y yo la llenaré (vv.8-10).Si la iglesia de hoy escuchase a la voz del Señor no habría en ella dios extraño porque el Señor su Dios la ha redimido. Reconocería que fuera del Señor Jesucristo no hay dios alguno. Si tuviese presente  todo lo que el Señor ha hecho por su iglesia, que ha dado a su Hijo unigénito a morir por ella para limpiarle todos sus pecados y garantizarle la resurrección y la vida eterna, no tendría dioses ajenos ante sus ojos.

Dios se lamenta: “Mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mi” (v.11). La Navidad que la cristiandad celebra para recordar el nacimiento del Salvador, en vez de adorar al Niño como lo hicieron los pastores, los magos, Simón y Ana, sustituye al Niño por el Papá Noel y, en vez de ofrecerle dones como los magos se sienta a la mesa para adorar al dios vientre comiendo con glotonería suculentos manjares y adormecedoras bebidas que la incitan a decir sandeces.

No existe efecto sin causa. El hecho de haber abandonado a Dios también lo tiene: “los dejé, por tanto, a la dureza de su corazón, caminaron en sus propios consejos” (v.12). Mal le va a un pueblo cuando el guía que tiene es ciego y en el rebaño no se encuentra ningún tuerto que reciba algo de luz para avisar de los obstáculos que se presentan en el camino. Un pueblo que camina al dictamen de los consejos de su propio corazón tenebroso por la falta de la luz divina es un pueblo condenado al fracaso porque en él no se encuentra sabiduría. La cristiandad, en líneas generales, se ha convertido en un estercolero  porque los pastores que la guían son ciegos que la conducen a la perdición y a perder su lugar como luz que alumbra en el mundo.

Si la cristiandad no fuese rebelde, “¡Oh, si me hubiese oído mi pueblo, si en mis caminos hubiese andado Israel!” (v.13). La iglesia no sabe como salir de la confusión en que se encuentra porque sus pastores no la guían por los caminos del Señor, aquellos caminos antiguos de los  que debería haber salido nunca. Debido a la infidelidad las iglesias cierran las puertas de sus lugares de culto y los edificios vacíos los ocupan los seguidores de Alá. La historia se repite.


 

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