SALMO 51:17
“Los sacrificios de Dios son el
espíritu quebrantado, al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh
Dios”
Cuanto más carnal es una
iglesia, es decir, cuanto más alejada se encuentra de Dios, más barroca se
convierte. La ornamentación se caracteriza por el abuso de los adornos dorados
con el predominio de las líneas curvas. Cuando entras en una iglesia de estilo
barroco los sentidos se excitan pero el alma permanece insensible porque todo
aquel fausto nada le dice.
La majestuosidad del culto
israelita con el ropaje tejido en oro de los sacerdotes y el sacrificio de
animales tenían un sentido espiritual. Pero cuando Israel se aleja de Dios todo
aquel fausto litúrgico no impulsaba a los fieles a la adoración a Dios, los
llenaba de orgullo, pero Dios permanecía lejos de ellos.
La investidura de Francisco I
como nuevo papa ha sido difundida hasta la saciedad por los medios de
comunicación. Las imágenes que se pasaban por las pantallas de los televisores
dejaban ver el esplendor vaticano y lo barroco de las procesiones perfectamente estudiadas de los cardenales
con sus vestiduras pontificales. Los teleespectadores quedaban boquiabiertos
ante tanta exhibición religiosa. Finalizado el espectáculo de la investidura
papal, ¿qué queda? Unos comentarios más o menos interesantes, pero nada más. No
ha servido para despertar la fe en los incrédulos o para hacerla más madura
Cuando David escribe el salmo 51
todavía estaba en quienes dicen poseerla. Vigente el culto levítico, con el
sumo sacerdote revestido de todos los ornamentos y los sacrificios en el altar.
Pero David no pone en un primer plano las cuestiones litúrgicas. Se dirige a
Dios humildemente pidiéndole perdón por el adulterio con Betsabé que
consideraba pecado cometido contra Dios: “Contra ti sólo he pecado, y he
hecho lo malo delante de tus ojos…He aquí en maldad he sido formado, y en
pecado me concibió mi madre…Purifícame con hisopo, y seré limpio, lávame, y
renueva un espíritu recto dentro de mí”
“Gracias a la intervención del
profeta Natán, Dios le hace ver a David el pecado cometido contra Él con su
adulterio. Al tener conocimiento de su monstruosidad de su pecado no hace como
el fariseo que presumía ante Dios de su extrema bondad. Le dice: “Ten piedad
de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia…Lávame más y más de mi maldad, y
límpiame de mi pecado”.
Siendo David consciente del
perdón recibido de Dios es cuando su participación en el culto público adquiere
la dimensión apropiada. Antes de recibir el perdón de los pecados los hombres
se extasían en la belleza de la liturgia, pero David habiendo experimentado el
perdón de sus pecados por la sangre de Jesús pone en el debido lugar la
liturgia: “Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto
de ofrenda del todo quemada, entonces ofrecerán becerros sobre tu altar”
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