dilluns, 15 d’abril del 2013


SALMO 51:17


“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado, al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”

Cuanto más carnal es una iglesia, es decir, cuanto más alejada se encuentra de Dios, más barroca se convierte. La ornamentación se caracteriza por el abuso de los adornos dorados con el predominio de las líneas curvas. Cuando entras en una iglesia de estilo barroco los sentidos se excitan pero el alma permanece insensible porque todo aquel fausto nada le dice.

La majestuosidad del culto israelita con el ropaje tejido en oro de los sacerdotes y el sacrificio de animales tenían un sentido espiritual. Pero cuando Israel se aleja de Dios todo aquel fausto litúrgico no impulsaba a los fieles a la adoración a Dios, los llenaba de orgullo, pero Dios permanecía lejos de ellos.

La investidura de Francisco I como nuevo papa ha sido difundida hasta la saciedad por los medios de comunicación. Las imágenes que se pasaban por las pantallas de los televisores dejaban ver el esplendor vaticano y lo barroco de las procesiones  perfectamente estudiadas de los cardenales con sus vestiduras pontificales. Los teleespectadores quedaban boquiabiertos ante tanta exhibición religiosa. Finalizado el espectáculo de la investidura papal, ¿qué queda? Unos comentarios más o menos interesantes, pero nada más. No ha servido para despertar la fe en los incrédulos o para hacerla más madura

Cuando David escribe el salmo 51 todavía estaba en quienes dicen poseerla. Vigente el culto levítico, con el sumo sacerdote revestido de todos los ornamentos y los sacrificios en el altar. Pero David no pone en un primer plano las cuestiones litúrgicas. Se dirige a Dios humildemente pidiéndole perdón por el adulterio con Betsabé que consideraba pecado cometido contra Dios: “Contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos…He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre…Purifícame con hisopo, y seré limpio, lávame, y renueva un espíritu recto dentro de mí”

“Gracias a la intervención del profeta Natán, Dios le hace ver a David el pecado cometido contra Él con su adulterio. Al tener conocimiento de su monstruosidad de su pecado no hace como el fariseo que presumía ante Dios de su extrema bondad. Le dice: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia…Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado”.

Siendo David consciente del perdón recibido de Dios es cuando su participación en el culto público adquiere la dimensión apropiada. Antes de recibir el perdón de los pecados los hombres se extasían en la belleza de la liturgia, pero David habiendo experimentado el perdón de sus pecados por la sangre de Jesús pone en el debido lugar la liturgia: “Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto de ofrenda del todo quemada, entonces ofrecerán becerros sobre tu altar”


DANIEL 6: 12


“Respondió el rey diciendo: Verdad es conforme a la ley de Media y Persia, la cual no puede ser abrogada”

Al rey Darío, el medo le pareció bien poner al profeta Daniel como cabeza de los sátrapas que gobernaban todo el reino, porque era superior a ellos “porque había en él un espíritu superior”. Darío era inteligente y no quiso poner al frente de un cargo de tanta responsabilidad a una persona mediocre. La personalidad de Daniel era de aquellas que está dispuesta a no salir a la foto porque era persona desde principios firmes que le otorgaba su fidelidad a Dios.

En política como en todas las áreas de la sociedad la ambición es un monstruo que incita a hacer las más siniestras maldades con nocturnidad y alevosía. A espaldas de Daniel los sátrapas afectados por la decisión real acuden a Darío. Como no podían presentar contra él ninguna acusación fundamentada “porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él”. Entonces aquellos viles y siniestros personajes presentan a Darío una acusación relacionada con la ley del Dios de Daniel explicada en estos términos: “Todos los gobernadores del reino, magistrados, príncipes y capitanes han acordado por consejo que promulgues un edicto y lo confirmes, que cualquiera que en el espacio de treinta días demande petición de cualquier dios u hombre fuera de ti, sea echado en el foso de los leones. Ahora, oh rey, confirma el edicto y fírmalo, para que no pueda ser revocado, conforme a la ley de  Persia y Media, la cual no puede ser abrogada”.

Al descubrir la trampa que le han tendido , Darío hace los imposibles para salvar a Daniel de morir devorado por los leones. Pero la ley de Media y de Persia que no puede ser abrogada tiene atado de pies y de manos al monarca. Dejando a un lado la intervención divina que milagrosamente salva a Daniel de morir despedazado por los hambrientos leones, fijémonos en los prejuicios de mantener leyes que no pueden ser revocadas. Considerar que una ley humana no puede modificarse y mantenerse en sus trece puede ser una fuente de injusticias que hace más daño que bien a la nación y a sus ciudadanos que considera inmutable a su Constitución. Sólo existe una ley inviolable: la de Dios. Todas las leyes y constituciones humanas deben estar sujetas a modificación a medida que la luz que irradia la Palabra de Dios  pone al descubierto conceptos que deben ser modificados para bien de la justicia. Desgraciadamente los intereses políticos aconsejan no modificar leyes que son perjuicios sociales.

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