dilluns, 29 d’abril del 2013


JOB 38:4


“¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber si tienes inteligencia”

En cierta ocasión Willard S. Boyle, Premio Nobel de física y coinventor del ojo electrónico que se usa en las cámaras digitales y en el telescopio Huble, fue a una tienda a comprar una cámara. El vendedor intentaba explicarle la complejidad del objeto. Boyle hace callar al dependiente y con convencimiento de causa le dice al empleado: “No necesito que me lo expliques, lo he inventado yo”. De manera parecida el hombre intenta explicar la complejidad de toda la creación, del macrocosmos al microcosmos, sin llegar a entenderla. Las explicaciones que los científicos dan de lo que examinan minuciosamente no satisfacen plenamente porque como el vendedor que no comprendía la complejidad de la cámara, los científicos no entienden la complejidad de la creación.

Dios intenta convencer a Job que las maravillas que contemplan sus ojos, desde la complejidad del mundo sideral hasta la belleza de una pequeña flor silvestre, de la grandiosidad de un elefante a la pequeñez de un gorrión, todo es obra suya. Él lo ha diseñado y Él les ha dado la vida.

“¿Dónde estabas tú (le dice a Job) cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber si tienes inteligencia”. La misma pregunta nos hace Dios a nosotros hoy que con orgullosa apariencia de sabiduría pretendemos explicar con pelos y señales como se ha hecho el cosmos. ¿Dónde estábamos en el momento en que se produjo el supuesto Big-Bang? ¿Contemplamos con nuestros ojos la aparición de Adán y Eva en la tierra? ¿Cómo se puede afirmar con tanta certeza que la creación fue tal como decimos que fue y no de otra manera?

La lógica nos impone decir que la creación no es fruto del azar, pero nuestro orgullo nos hace creer que con nuestros razonamientos podemos describir al detalle lo que no hemos visto ni decir que sea cierto  lo que se supone ocurrió hace millones de años .

La especulación es muy engañosa. Los verdaderos cristianos nos limitamos a creer que lo que dice la Biblia es verdad, que Dios es el Autor de la creación aunque no comprendemos como lo hizo. Pero podemos adorar al Dios que con una sola palabra hizo aparecer de la nada la maravillosa creación que contemplamos con nuestros torpes ojos”

 


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JOSUÉ 23:6,7


“Esforzaos, pues, mucho en guardar y hacer todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés, sin apartaros de ello ni a diestra ni a siniestra, para que no os mezcléis con estas naciones que han quedado con vosotros, ni hagáis mención ni juréis por el nombre de sus dioses, ni los sirváis, ni os inclinéis a ellos”

Josué “siendo viejo y avanzado en años”, a punto de abandonar este mundo para irse a la presencia de su Dios, reúne al pueblo y lo exhorta a permanecer fiel al Señor. “Esforzaos”, les dice, “pues, mucho en guardar y hacer todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés, sin apartaos de ello ni a diestra ni a siniestra”.

Israel, igual que nosotros, se veía obligado a convivir con personas que adoraban a otros dioses. Dejarse guiar por la ley de Moisés sería el muro que los separaría de los adoradores de falsos dioses. Esforzarse en guardar la ley de Moisés les impediría mezclarse con las naciones que habían quedado entre ellos, convirtiéndose en faros que iluminarían las tinieblas que envolvían a los idólatras. Los israelitas tenían que ser luces a todas las gentes. No mezclarse con ellas no significaba que tenían que encerrarse en guetos para no contaminarse con el contacto con los paganos. Debían relacionarse con los idólatras sin dejarse atrapar por sus creencias impías. ¿Cómo podrían ser la luz del mundo si no brillaban en medio de las tinieblas?

Una situación parecida se presenta en el Nuevo Testamento. Encontrándose el apóstol Pablo en Mileto hace llamar a los ancianos de  la iglesia de Efeso para despedirse de ellos y encargarles la custodia de las ovejas del Señor, en estos términos: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en el que el Espíritu Santo os ha puesto por pastores, para apacentar la iglesia del Señor, el cual Él ganó con su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán el rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para arrebatar tras sí a los discípulos: Por tanto, velad…” (Hechos 20:28-31).

“Velad” es el encargo que Pablo da a  los pastores de la iglesia de Efeso. La vigilancia se hace extensiva a toda la iglesia. ¿Cómo pueden descubrir las ovejas a los lobos rapaces que se infiltran en la iglesia y que asumen cargos de responsabilidad, llegando incluso a usurpar el púlpito? El apóstol Pablo pone a disposición nuestra el detector de lobos rapaces cuando le escribe a su discípulo Timoteo: “Toda la escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16,17).

Toda la Escritura, no partes de ella elegidas a conveniencia para hacerle decir lo que se quiere que diga, es el detector de lobos rapaces que no perdonan el rebaño del Señor lo que necesita la iglesia hoy.

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