dissabte, 26 d’abril del 2025

 

SALM 142: 1

“Con mi voz clamé al Señor, con mi voz pediré al Señor misericordia”

El salmista no busca mediadores que se  interpongan entre él y el señor. Rechaza del todo la doctrina: a Jesús por María. Con sus propios labios suplicará misericordia al Único que se la puede conceder: Jesús. No sigue el mal ejemplo que dieron Adán y Eva que al darse cuenta de que iban desnudos se cosieron delantales con hojas de higuera para cubrir la desnudez que les avergonzaba. Al oír los pasos del Señor que se aceraba corrieron a esconderse entre los árboles. No pudieron resistir la llamada del Señor y salieron avergonzados de entre los árboles. El Señor cubrió la desnudez de ellos, que no podían tapar  los delantales que  habían confeccionado con hojas de higuera, es de suponer con las pieles de unos corderos, en señal de “haber lavado sus ropas, y haberlas blanqueado en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7: 14).

Habiéndole lavado el Cordero de Dios su pecado, el salmista no se esconde del Señor. Aunque sigue siendo pecador y reconociendo su  condición para Dios su pecado ya no existe porque Jesús el Cordero de Dios, con su sangre derramada en la cruz elimina el pecado del pueblo de Dios de todos los tiempos.

“Delante de Él”, dice el salmista, “expondré mi queja, delante de Él manifestaré mi angustia. Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda” (vv. 2, 3). Ahora que el salmista ha hecho la paz con Dios  ya no se esconde de su presencia. Todo lo contrario, sale a su encuentro sin miedo porque ahora Dios es su amigo: “Tú eres mi esperanza” (v. 3). A pesar de que el salmista es un hombre de Dios y es amigo de Él como lo fue Abraham, su antepasado, sigue siendo un pecador que se encuentra rodeado de pecadores que no le ofrecen refugio y que no se preocupan de él. Entre los hombres se siente abandonado. A pesar de la soledad humana: “dije: tú eres mi esperanza y mi porción en la tierra de los vivientes. Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido”  (vv. 5, 6).

Escribo este comentario en la mañana del llamado Viernes Santo. Durante estos días se vive un extremado fervor religioso. El nombre   Jesús se pronuncia hasta la saciedad. Multitudes se aglomeran para contemplar los pasos que muestran a un Jesús muerto. A estas multitudes que se hacinan para ver las procesiones poco les importa qué signifiquen los pasos que se exhiben. Lo que les importa de verdad es la actuación de los actores que acompañan a las imágenes inamovibles y mudas.

Mucha religiosidad durante las procesiones y mucha soledad permanente. Finalizada la Semana Santa. Las imágenes custodiadas en los almacenes y los comparsas regresados a sus ocupaciones habituales. La vida sigue su curso habitual. La soledad existencial sigue viva. El salmista clama. “Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido. Líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo”  (vv. 6, 7). Las imágenes mudas, sordas y sin vida no pueden escuchar nuestro clamor. La religiosidad aparente no nos libra de la angustia.


ROMANOS 3: 24

“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”

“Dios nos quiere responsables de nuestros actos y de nuestras omisiones culpables. Por esto nos propone que cambiemos, que hagamos penitencia. La Cuaresma dejando que la Iglesia misericordiosa y atenta nos pone ceniza sobre la cabeza, y nos recuerda: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Marcos 1: 15). ¿Nos atreveremos a reconocer que hemos obrado mal e intentaremos cambiar y hacer penitencia?” (Juan Enrique Vives, arzobispo de Urgell).

El título del escrito del prelado del que he extraído el texto citado es. “Hacer penitencia”. ¿Qué significa hacer penitencia? “Es una doble herejía  que después de la expiación hecha por Cristo  nos queda aún a nosotros expiar alguna pena, y que el hombre puede con sus obras satisfacer la justicia divina” (Teófilo Gay).

La penitencia es un invento eclesiástico que pone de manifiesto la maldad humana y que con una contrición de la propia maldad, la confesión auricular a un sacerdote y hacer obras ascéticas, se consigue la paz con Dios. La penitencia eclesiástica pone al pecador en manos  de un sacerdote que supuestamente tiene poder de perdonar pecados. Los fariseos, que pertenecían a la secta religiosa más relevante existente en tiempos de Jesús, acusan al Maestro de blasfemo porque decía que tenía poder de perdonar pecados: “¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios? (Lucas 5: 21). Si Jesús fuese un hombre como todos los demás, la acusación de blasfemo hubiese sido correcta. Los fariseos se equivocaron cuando acusaron a Jesús de blasfemo porque siendo Jesús Dios, sí tiene poder de perdonar pecados. Este texto de Lucas tendría que hacer reflexionar a los curas y a los fieles católicos.

El Señor envió al rey David al profeta Natán para amonestarle  por haber tenido en poco la palabra del Señor “haciendo lo malo delante de sus ojos: A Urías heteo lo mataste con la espada de los hijos de Amón, y tomaste por mujer a su mujer” (2 Samuel 12: 9). El profeta  no receta penitencia al rey para conseguir el perdón de Dios. Se arrepintió de sus pecados y se volvió a Dios pidiéndole perdón. Fruto de esta experiencia liberadora, David escribió el Salmo 51 donde detalla qué es el verdadero arrepentimiento: “Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia…Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado y hecho lo malo delante de tus ojos…He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre…Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo y seré limpio, lávame y seré más blanco que la nieve”. La consecuencia del perdón divino es: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio…Vuélveme el gozo de tu salvación…”

Quienes se aferran a la penitencia como medio para alcanzar el favor de Dios, ¿pueden expresar el gozo intenso que manifiesta David que se acoge al  perdón del Dios misericordioso?

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