GÉNESIS 50: 19
No
tengáis miedo, ¿es que estoy en el lugar de Dios?
José, hijo de Jacob fue vendido como
esclavo a unos mercaderes medianitas que a su vez lo revendieron a un
funcionario del Faraón. José que había recibido de Dios el don de interpretar sueños,
interpreta los sueños del faraón que significaban que vendrían siete años de
gran abundancia seguidos de otros siete de extrema hambruna. El Faraón vio en
José el hombre que necesitaría para afrontar la grave crisis que se avecinaba.
En un santiamén, de la prisión a ser visir en la corte del Faraón. Del
anonimato al reconocimiento público.
Transcurre el tiempo y, en plena crisis
alimentaria José hace venir a su padre
de Canaán a Egipto. Al cabo de unos años Jacob, el padre de José muere.
Finalizado el tiempo que requería el embalsamiento del cuerpo del difunto y
enterrado el cuerpo del fallecido, sus hermanos temerosos se dijeron: “Quizás nos aborrecerá José, y nos dará el
pago de todo el mal que le hicimos” (Génesis 50: 15). Temblando se
presentan ante José y le dicen: “Henos
aquí por siervos tuyos” (v. 18). Esta
escena tiene dos lecturas. La primera es el miedo que sienten los hermanos que,
viviendo el padre se había adormecido que se despertó cunado Jacob murió.
Creían que José se vengaría de ellos por el mal que le habían hecho.
La segunda lectura del texto es la
inesperada respuesta que José da a sus hermanos: “No temáis, ¿Acaso estoy yo en el lugar de Dios? Vosotros pensasteis
mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien…Ahora, pues, no tengáis miedo…Así
los consoló, y les habló al corazón” (vv. 19-21).
José fue un verdadero hombre de Dios. En
la adolescencia estaba orgulloso del don que había recibido de Dios. Miraba con
pedantería, no solo a sus hermanos, asimismo a su padre. La esclavitud le sirvió
para convertir la pedantería en humildad. El dolor en las manos de Dios es el
arma que esgrime para pulir el carácter de sus hijos para asemejarlo al de su
Hijo Jesús “que es manso y humilde de
corazón”. La perversidad de los hermanos de José Dios la utilizó para
preservar la vida de su familia cuando la dura hambruna hizo acto de presencia.
No existen casualidades. Todos los acontecimientos buenos o malos los control Dios para conseguir su
propósitos. La recuperación de la salud mental requiere que los enfermos
confíen en el Padre celestial y que reconozcan su autoridad aceptando que haga
las cosas conforme a su voluntad.
ÉXODO 3: 7
“Dijo
luego el Señor: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y
he oído su clamor a causa de sus opresores, pues he conocido sus angustias”
La historia de Moisés comienza cuando su
madre lo concibió durante la máxima opresión que los egipcios ejercieron sobre
los hebreos: “Dio a luz un hijo, y
viéndole que era hermoso, le tuvo escondido tres meses” (Éxodo 2: 2). No
pudiendo ocultar el niño por más tiempo, lo colocó en una arquilla d juncos que
calafateó con asfalto y brea y la puso en un carrizal a la orilla del rio.
¡Ironía de los planes humanos! La hija del faraón que se bañaba junto al rio
encontró al niño y lo adopto como hijo suyo y le puso el nombre Moisés “porque de las aguas lo saqué”. La hija
del Faraón salvó la vida de Moisés ignorando que eran el instrumento en las
manos de Dios para sacar a los hebreos de la esclavitud en Egipto.
Pasan los años. Moisés crece y se
convierte en hombre. Un día, al ver Moisés que un egipcio maltrataba a uno de
sus hermanos, mató al maltratador. Huyó a la tierra de Madián donde se casó con Sefora. Convirtiéndose en pastor
de las ovejas de su suegro.
Pasan los días y el tiempo nos lleva al texto que encabeza
este comentario. Dios no cuenta el tiempo de la misma manera que lo hacemos
nosotros: “Mas, oh amados, no ignoréis
esto, que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa,
según algunos tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no
queriendo que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2
Pedro 3. 8, 9). Teniendo en cuenta del cómputo del tiempo según Dios, no debe
extrañarnos su tardanza en hacer las cosas. A Abraham, el padre del pueblo
hebreo Dios le anunció: “Ten por cierto
que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será
oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán,
juzgaré yo, y después de esto saldrán con gran fuerza” (Génesis 15: 13,
14). Por medio de la zarza que ardía y no se consumía Dios le habla a Moisés: “El clamor, pues, de los hijos de Jacob ha
venido delante de mí, y también he visto la opresión clon que los egipcios los
oprimen” (v. 9). Los causantes de tanto dolor que nuestros ojos contemplan
les hacen creer que para ellos no tienen ninguna consecuencia. Lo que Dios dijo
a Abraham que el pueblo hebreo sería oprimido en Egipto durante cuatrocientos
años, tenemos que destacar: “A la nación
a la cual servirán , juzgaré yo”, Dejemos que sea Dios quien haga las cosas
como mejor le parezca. No pataleemos en señal de protesta ante lo que a
nuestros ojos es indiferencia de Dios ante tanta maldad que contemplan nuestros
ojos. En el momento que Él considere oportuno todos tendremos que comparecer
ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de nuestras obras sean buenas o
malas. El Juez justo no puede considera inocente al culpable.
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