diumenge, 20 d’abril del 2025

 

GÉNESIS 50: 19

No tengáis miedo, ¿es que estoy en el lugar de Dios?

José, hijo de Jacob fue vendido como esclavo a unos mercaderes medianitas que a su vez lo revendieron a un funcionario del Faraón. José que había recibido de Dios el don de interpretar sueños, interpreta los sueños del faraón que significaban que vendrían siete años de gran abundancia seguidos de otros siete de extrema hambruna. El Faraón vio en José el hombre que necesitaría para afrontar la grave crisis que se avecinaba. En un santiamén, de la prisión a ser visir en la corte del Faraón. Del anonimato al reconocimiento público.

Transcurre el tiempo y, en plena crisis alimentaria José hace venir  a su padre de Canaán a Egipto. Al cabo de unos años Jacob, el padre de José muere. Finalizado el tiempo que requería el embalsamiento del cuerpo del difunto y enterrado el cuerpo del fallecido, sus hermanos temerosos se dijeron: “Quizás nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos” (Génesis 50: 15). Temblando se presentan ante José y le dicen: “Henos aquí por siervos tuyos” (v. 18). Esta escena tiene dos lecturas. La primera es el miedo que sienten los hermanos que, viviendo el padre se había adormecido que se despertó cunado Jacob murió. Creían que José se vengaría de ellos por el mal que le habían hecho.

La segunda lectura del texto es la inesperada respuesta que José da a sus hermanos: “No temáis, ¿Acaso estoy yo en el lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien…Ahora, pues, no tengáis miedo…Así los consoló, y les habló al corazón” (vv. 19-21).

José fue un verdadero hombre de Dios. En la adolescencia estaba orgulloso del don que había recibido de Dios. Miraba con pedantería, no solo a sus hermanos, asimismo a su padre. La esclavitud le sirvió para convertir la pedantería en humildad. El dolor en las manos de Dios es el arma que esgrime para pulir el carácter de sus hijos para asemejarlo al de su Hijo Jesús “que es manso y humilde de corazón”. La perversidad de los hermanos de José Dios la utilizó para preservar la vida de su familia cuando la dura hambruna hizo acto de presencia. No existen casualidades. Todos los acontecimientos buenos o malos los control Dios para conseguir su propósitos. La recuperación de la salud mental requiere que los enfermos confíen en el Padre celestial y que reconozcan su autoridad aceptando que haga las cosas conforme a su voluntad.


 

ÉXODO 3: 7

“Dijo luego el Señor: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores, pues he conocido sus angustias”

La historia de Moisés comienza cuando su madre lo concibió durante la máxima opresión que los egipcios ejercieron sobre los hebreos: “Dio a luz un hijo, y viéndole que era hermoso, le tuvo escondido tres meses” (Éxodo 2: 2). No pudiendo ocultar el niño por más tiempo, lo colocó en una arquilla d juncos que calafateó con asfalto y brea y la puso en un carrizal a la orilla del rio. ¡Ironía de los planes humanos! La hija del faraón que se bañaba junto al rio encontró al niño y lo adopto como hijo suyo y le puso el nombre Moisés “porque de las aguas lo saqué”. La hija del Faraón salvó la vida de Moisés ignorando que eran el instrumento en las manos de Dios para sacar a los hebreos de la esclavitud en Egipto.

Pasan los años. Moisés crece y se convierte en hombre. Un día, al ver Moisés que un egipcio maltrataba a uno de sus hermanos, mató al maltratador. Huyó a la tierra de Madián donde  se casó con Sefora. Convirtiéndose en pastor de las ovejas de su suegro.

Pasan los días y el tiempo nos lleva al texto que encabeza este comentario. Dios no cuenta el tiempo de la misma manera que lo hacemos nosotros: “Mas, oh amados, no ignoréis esto, que para el Señor un día es como mil años, y mil años  como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3. 8, 9). Teniendo en cuenta del cómputo del tiempo según Dios, no debe extrañarnos su tardanza en hacer las cosas. A Abraham, el padre del pueblo hebreo Dios le anunció: “Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo, y después de esto saldrán con gran fuerza” (Génesis 15: 13, 14). Por medio de la zarza que ardía y no se consumía Dios le habla a Moisés: “El clamor, pues, de los hijos de Jacob ha venido delante de mí, y también he visto la opresión clon que los egipcios los oprimen” (v. 9). Los causantes de tanto dolor que nuestros ojos contemplan les hacen creer que para ellos no tienen ninguna consecuencia. Lo que Dios dijo a Abraham que el pueblo hebreo sería oprimido en Egipto durante cuatrocientos años, tenemos que destacar: “A la nación a la cual servirán , juzgaré yo”, Dejemos que sea Dios quien haga las cosas como mejor le parezca. No pataleemos en señal de protesta ante lo que a nuestros ojos es indiferencia de Dios ante tanta maldad que contemplan nuestros ojos. En el momento que Él considere oportuno todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo para dar cuenta de nuestras obras sean buenas o malas. El Juez justo no puede considera inocente al culpable.

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