diumenge, 23 de març del 2025

 

OSEAS 8: 5

“Tu becerro, oh Samaria, te hizo alejarte, se encendió mi enojo contra ellos, hasta que no pudieron encontrar purificación”

La Iglesia Católica afirma ser monoteísta en su dogma de fe. En realidad, en la práctica, es politeísta igual que el antiguo Israel. La unidad del pueblo de Israel se rompió  cuando reinando Roboam hijo de Salomón, el reino se dividió en dos: Judá el reino del sur e Israel el del norte. Jeroboam el primer rey del recién constituido el nuevo Israel se separó religiosamente del reino de Judá cuya religiosidad estaba centrada en el templo de Jerusalén. Roboam hizo esculpir dos becerros de oro, diciendo: “estos son tus dioses”. La idolatría no es inocua. A pesar que los idólatras pretenden defender su comportamiento diciendo que no adoran a la imagen sino a quien la escultura representa. De hecho, el idólatra se aparta del único Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. El texto que comentamos no puede ser más claro con respecto a las consecuencias de la idolatría. “Tu becerro, oh Samaria, te hizo alejarte”, ¿de quién? No puede ser de nadie más sino del Dios que los había sacado con brazo fuerte de la esclavitud de Egipto.

Como no habían visto el rostro del Dios Todopoderoso no lo podían convertir en semejanza de leones de oro. Con toda claridad el texto culpa al becerro (el ídolo) de que el reino de Israel se apartase de Dios. La consecuencia de ello fue que “se incendió mi enojo contra ellos”. Dios no acepta las excusas de mal pagador. “Porque de Israel es también éste, y artesano lo hizo, pero no es Dios, por lo que será deshecho en pedazos el becerro de Samaria”  (v. 6). Sí, la cosa no hubiese terminado con la destrucción, del becerro de oro, sin ninguna consecuencia para el rey que ordenó su fabricación, ni para el artesano que lo esculpió, ni para el pueblo que lo adoraba, entonces sería manifestación de que Dios no existe. Entonces sigamos con nuestra adoración de los ídolos que nos hemos fabricado. No tienen ninguna consecuencia punitiva para nadie.

No se confunda el lector. La idolatría tiene  sus consecuencias,  tanto para el idólatra individualmente, como para la nación como colectividad. Hoy hemos convertido la idolatría en una práctica civilizada, ya no adoramos ni a becerros ni a ningún otro animal.  La hemos convertido en imágenes de personas de rostros dulces, revestidas de oro y plata, que no dejan de ser ídolos. El profeta Oseas expone las consecuencias de rendirse a los  falsos dioses: “Porque sembraron viento y torbellino recogerán, no tendrán mies, ni espiga hará harina, y si la hiciese, extraños la comerán” (v. 7).

En la misa católica cuando se lee un texto bíblico le acompaña la coletilla: “Palabra de Dios”. Si un texto bíblico se le considera “Palabra de Dios” es para ser obedecido no para suplantarlo con doctrinas que son enseñanzas de demonios, como lo es la idolatría.


 

PROVERBIOS 24: 10

“Si flaqueas en el día de la angustia significa que tu fuerza es poca”

Las reacciones que manifiestan muchas personas ante los imprevistos de las menudencias que nos asaltan y que no coinciden con los conceptos que nos hemos imaginado cómo tienen que ser las cosas, nos fastidian, nos irritan, son como granos de arena en nuestro corazón. Nos hacen infelices, desgraciados.

De entrada tengo que advertir al lector que el azar no existe. No cae una hoja de un árbol sin que lo permita. No movemos un dedo sin que Dios lo autorice. Las decisiones que toman los políticos, sean para bien o para mal de los ciudadanos, no las toman sin que Dios lo consienta. De momento no entendemos porque Dios permite que ocurran los desastres que menudean. Tenemos que entender que nuestro conocimiento es muy limitado. Que Dios es eterno y que conoce el futuro al dedillo. Todo lo que permite, a pesar que nos pueda parecer desagradable, es para hacernos un bien a pesar que parezca no serlo. Sea hecha la voluntad de Dios nos enseña el Padrenuestro.

La presciencia de Dios ataca directamente a nuestro orgullo que nos hace creer que somos algo y que podemos valernos por nosotros mismos. El texto que comentamos toca la parte más sensible de nuestro ser: flaqueamos en el día de la angustia. Podemos patalear todo lo que queramos. Podemos levantar el puño en alto y blasfemar el Nombre de Dios. Se le puede acusar de canalla, de injusto, de dictador, de intolerante. Podemos desfogarnos a gusto contra lo que  consideramos injusticias de Dios. Él, que es el Inmutable, nos observa  desde el cielo y piensa de nosotros lo desgraciados que somos.

Los días de angustia que el  Señor permite que nos bofeteen tienen una finalidad educadora. Persiguen que nos demos cuenta de lo frágiles que somos sin Él. Mientras persistamos en oponernos a su voluntad no adquiriremos la fortaleza necesaria para salir victoriosos en los días de angustia que tanto nos hastían.

¿Qué es lo que hace que le demos la espalda a Dios y no queramos saber nada d Él? El pecado es el causante de la hostilidad que sentimos hacia Él. A pesar  de que el odio que sentimos hacia Él sea tan intenso, de tal manera nos ama, que el Espíritu Santo inspiró al apóstol Juan a escribir: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda mas tenga vida eterna” (Juan 3: 16). Hecha la paz con Dios por la fe en su Hijo, el muro infranqueable que nos separaba del Padre celestial ha sido derribado. La incipiente relación amorosa con Dios hace que tengan sentido las palabras de Jesús. “Venid a mí todos los que estáis cargados y trabajados, y yo os haré des cansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí , que soy manso y humilde de corazón, y halaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera la carga” (Mateo 11: 28-30). 

 

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