diumenge, 9 de març del 2025

 

MATEO 7: 21

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”

El Evangelio es para ser anunciado a todas las personas sin discriminación alguna. Algunos de los oyentes se convierten a una de las distintas denominaciones cristianas. El oyente puede convertirse a una d las iglesias cristianas existentes porque cansado de la religión oficial encuentra más razonables las enseñanzas de la nueva. Una cosa es convertirse a Cristo con todas las consecuencias que conlleva y otra muy distinta convertirse a una religión cristina, sea cual sea la escogida.

Pienso que las palabras de Jesús que tienen como base esta meditación tienen que ver con lo que he escrito. Jesús hace un inciso muy claro sobre esta cuestión: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos”. Son muchas las personas que comulgan con la filosofía del Evangelio porque la consideran muy superior a las otras ideologías que se encuentran en el mercado de la Religión. No lo hace como calienta bancos. Sino como creyente comprometido. Incluso puede llegar a ser predicador. Si tiene  labia, no es difícil. Los humanistas aceptan la  predicación de un humanismo cristiano porque gratifica el ego.

Transcribo íntegramente las palabras de Jesús para evitar que se sienta decepcionado en el día que tendrá que presentarse ante Jesús para dar cuenta de sus actos: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu Nombre, y en tu Nombre echamos fuera demonios, y en tu Nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé. No os conozco, apartaos de mí hacedores de maldad” (Mateo 7: 22, 23).

Duras son estas palabras salidas de los labios de Jesús. Se merecen que el lector les preste la debida atención. Reflexione como se merecen y se convierta, no a una religión cristiana, sino a Jesús. Así no tendrá que oír las terribles palabras: “Nunca te conocí, apártate de mí hacedor de maldad”.


 

SALMO 92: 12

“El justo florecerá como una palmera, crecerá como un cedro del Líbano”

Los árboles para crecer sanos y vigorosos, como todos los seres vivos, necesitan cuidados: Tengan el agua justa que necesitan, tratamientos contra las plagas que los enferman, podarlos para que no tengan ramas excesivas. Así llegado el momento de la cosecha se recojan frutos jugosos que sean las delicias de quienes los coman.

El salmista compara al hombre o a la mujer  cuyos pecados hayan sido lavados por la sangre de Jesús, con una palmera que ha crecido hasta convertirse en un árbol magnífico entre cuyas hojas se guarecen las aves del cielo.

Los justos, así como los árboles, para que den fruto y se mantengan sanos y vigorosos necesitan cuidarse. El salmista describe la manera de hacerlo: ”Plantados en la casa del Señor, en los atrios de nuestro Dios, florecerán” (v. 13). El lenguaje es simbólico. Conocí a un hombre que me dijo que iba a la catedral a meditar. No le hacía falta hacerlo. Jesús dijo a la samaritana junto al pozo de Jacob: de ahora en adelante cualquier lugar es válido para encontrarse con el Padre para adorarle es espíritu y verdad porque a tales adoradores busca que le adoren  (Juan 4: 23).

Encontrándose el creyente en Cristo en el lugar que sea, sea la oficina, la fábrica, en el campo, en la barca de pesca, incluso en un lugar tan poco romántico como lo es la taza del wáter, en medio de las ocupaciones de la jornada, puede levantar los ojos al cielo y, con solo mover los labios puede pronunciar una oración inaudible que llegará a los oídos del Padre celestial. Dejando atrás la jornada laboral y regresar a su casa podrá recluirse en su habitación y, cerrada la puerta, orar a su Padre que está en secreto, y su Padre que le ve en lo secreto, le recompensará en público” (Mateo 6: 6). Encerrado/a en la habitación sin la presencia de ninguna otra persona se podrá explayar ante el Padre celestial. El Padre escuchará los susurros más inaudibles. La reclusión acompañada de la lectura de la Biblia y reflexionado sobre el texto leído, saldrá del aposento como el cedro del Líbano plantado junto a aguas que da fruto abundante que da gloria al Padre celestial.

Se dice que los hombres y mujeres que llegan a la vejez son pozos de sabiduría. Algunos pueden conseguir vastos conocimientos que lo serán de este mundo que se quedarán aquí en el día del deceso. El salmista anima al creyente a que prosiga su camino fortaleciéndose en el Señor con la esperanza de que “aun en la vejez fructificará, y estará vigoroso  y verde, para anunciar que el Señor que es su fortaleza es recto, y que en Él no hay injusticia” vv. 14, 15). Lo que el creyente en Cristo haya plantado durante su peregrinaje temporal no se perderá porque: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”  (Apocalipsis 14: 13).

 

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