diumenge, 16 de març del 2025

 

HECHOS 16: 31

“Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”

Así de sencillo: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”. Ser salvo no implica perfección en el tiempo presente. Significa que todos los pecados, sin descartar ni uno solo, TODOS han sido borrados por la sangre de Jesús (1 Juan 1: 7). El muro de separación entre Dios y el hombre ha sido derribado. Quede claro que el perdón que Dios concede al creyente en Cristo por la fe en su Nombre, sigue siendo pecador. Con una diferencia: Antes de la conversión a Cristo amaga el pecado y se deleitaba en él. Ahora los aborrece y se arrepiente de ellos. El perdón de Dios no es una licencia para pecar impunemente. El apóstol Pablo nos dice: “¿Qué pues, diremos? Perseveraremos en el pecado para que la agracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aun en él? (Romanos 6: 1, 2).

A partir del instante que el pecador se arrepiente de sus pecados y confiesa que es un pecador merecedor del perdón de Dios. Automáticamente entra  en acción el Espíritu Santo, poniéndose   en marcha el proceso de santificación, con lo cual el pecador siente aborrecimiento al pecado y recibe fuerzas para resistírsele. Poco a poco la imagen espiritual de Cristo que reside en el creyente se va haciendo más nítidamente visible. Este proceso de santificación finalizará en el día de la resurrección en que desaparecerá totalmente el más pequeño indicio de pecado.

Durante el proceso de santificación, Jesús en Espíritu reside en el pecador. Jamás le dejará tirado en la cuneta. Puede estar tranquilo porque a pesar que sigue siendo pecador ha recibido VIDA ETERNA, que significa que mantendrá comunión con el Padre celestial por toda la eternidad.

La vida cristiana es muy sencilla. No se necesitan hacer peregrinaciones a lugares considerados santos. No se requieren ceremonias religiosas muy elaboradas que sirven para enaltecer el ego del asistente, haciéndole creer que su participación en tales celebraciones son obras meritorias que le sirven para comprar el favor de Dios. A Dios no se le puede sobornar. Lo único que Dios exige al pecador es: Cree en Jesús y vivirás eternamente.


 

LUCAS 24: 5

“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive’ No está aquí, sino que ha resucitado”

El primer día de la semana, muy de mañana, siendo aún oscuro (Juan 20: 1), algunas mujeres se acercaron al sepulcro donde había sido depositado el cuerpo de Jesús. Traían con ellas las especies aromáticas para embalsamar el cuerpo de Jesús. Se encontraron con que la piedra que hacía de puerta del sepulcro había sido removida. “Y entrando no encontraron el cuerpo del Señor Jesús” (v. 3). Estando ellas perplejas por encontrar la tumba vacía, se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes que les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (vv. 4, 5). Cierto es que Jesús murió en la cruz en lugar del pueblo de Dios que tenía que ser redimido de su pecado. Sin el derramamiento de la sangre de Jesús es imposible el perdón de los pecados. Jesús murió. Es un hecho contrastado. el mensaje que los dos ángeles transmitieron a la mujeres que fueron a la tumba donde esperaban encontrar para embalsamar  su cuerpo, lo confirma. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” tendría que quedar gravado en nuestros corazones  y en nuestras mentes para siempre.

Vivimos en un país mayoritariamente católico. Con una Iglesia  socialmente muy influyente. Da la impresión que el texto que sirve de base a esta reflexión no se encuentre en los  evangelios. Cierto es que la iglesia Católica enseña la resurrección de Jesús. Lo hace con poca convicción. A lo largo de siglos de Tradición, la muerte de Jesús ha ido adquiriendo más relevancia que su resurrección: La Semana Santa es una muestra de ello. Las procesiones que se celebran en estos días es una prueba de ello. Ello se nota en los católicos  que muestran una fe débil, apagada,  triste. Parecida a la de aquellos dos discípulos que en el día que Jesús hubo resucitado se dirigían hacia Emaús. Jesús se puso a su lado y les dijo: “¿Qué platicas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y porqué estáis tristes?” (v. 17). Lo estaban porque no habían comprendido que Jesús había resucitado y, a pesar del testimonio de las mujeres que fueron  al sepulcro (vv. 22, 23).

A los dos caminantes a los que se les había juntado Jesús llegan a su destino y obligan a Jesús a cenar con ellos. Estando sentados en la mesa dispuestos a nutrirse es cuando descubren que Jesús ha resucitado. Fíjese el lector en ello: “Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron” (vv. 30,31).

Se levantan de la mesa y, a pesar que ya había anochecido,  salen disparados hacia Jerusalén para compartir con los otros discípulos la buena noticia de que Jesús había resucitado (vv. 33-35). Lector, si eres católico ¿sientes el gozo que tuvieron los dos discípulos cuando descubrieron que Jesús había resucitado?

 

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