HECHOS 16: 31
“Cree
en el Señor Jesucristo y serás salvo”
Así de sencillo: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”. Ser salvo no implica
perfección en el tiempo presente. Significa que todos los pecados, sin
descartar ni uno solo, TODOS han sido borrados por la sangre de Jesús (1 Juan
1: 7). El muro de separación entre Dios y el hombre ha sido derribado. Quede
claro que el perdón que Dios concede al creyente en Cristo por la fe en su
Nombre, sigue siendo pecador. Con una diferencia: Antes de la conversión a
Cristo amaga el pecado y se deleitaba en él. Ahora los aborrece y se arrepiente
de ellos. El perdón de Dios no es una licencia para pecar impunemente. El
apóstol Pablo nos dice: “¿Qué pues,
diremos? Perseveraremos en el pecado para que la agracia abunde? En ninguna
manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aun en él? (Romanos
6: 1, 2).
A partir del instante que el pecador se
arrepiente de sus pecados y confiesa que es un pecador merecedor del perdón de
Dios. Automáticamente entra en acción el
Espíritu Santo, poniéndose en marcha el
proceso de santificación, con lo cual el pecador siente aborrecimiento al
pecado y recibe fuerzas para resistírsele. Poco a poco la imagen espiritual de
Cristo que reside en el creyente se va haciendo más nítidamente visible. Este
proceso de santificación finalizará en el día de la resurrección en que
desaparecerá totalmente el más pequeño indicio de pecado.
Durante el proceso de santificación,
Jesús en Espíritu reside en el pecador. Jamás le dejará tirado en la cuneta.
Puede estar tranquilo porque a pesar que sigue siendo pecador ha recibido VIDA
ETERNA, que significa que mantendrá comunión con el Padre celestial por toda la
eternidad.
La vida cristiana es muy sencilla. No se
necesitan hacer peregrinaciones a lugares considerados santos. No se requieren
ceremonias religiosas muy elaboradas que sirven para enaltecer el ego del
asistente, haciéndole creer que su participación en tales celebraciones son
obras meritorias que le sirven para comprar el favor de Dios. A Dios no se le
puede sobornar. Lo único que Dios exige al pecador es: Cree en Jesús y vivirás
eternamente.
LUCAS 24: 5
“¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive’ No está aquí, sino que ha
resucitado”
El primer día de la semana, muy de
mañana, siendo aún oscuro (Juan 20: 1), algunas mujeres se acercaron al
sepulcro donde había sido depositado el cuerpo de Jesús. Traían con ellas las
especies aromáticas para embalsamar el cuerpo de Jesús. Se encontraron con que
la piedra que hacía de puerta del sepulcro había sido removida. “Y entrando no encontraron el cuerpo del
Señor Jesús” (v. 3). Estando ellas perplejas por encontrar la tumba vacía,
se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes que les
dijeron: “¿Por qué buscáis entre los
muertos al que vive?” (vv. 4, 5). Cierto es que Jesús murió en la cruz en
lugar del pueblo de Dios que tenía que ser redimido de su pecado. Sin el
derramamiento de la sangre de Jesús es imposible el perdón de los pecados.
Jesús murió. Es un hecho contrastado. el mensaje que los dos ángeles
transmitieron a la mujeres que fueron a la tumba donde esperaban encontrar para
embalsamar su cuerpo, lo confirma. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que
vive?” tendría que quedar gravado en nuestros corazones y en nuestras mentes para siempre.
Vivimos en un país mayoritariamente
católico. Con una Iglesia socialmente
muy influyente. Da la impresión que el texto que sirve de base a esta reflexión
no se encuentre en los evangelios.
Cierto es que la iglesia Católica enseña la resurrección de Jesús. Lo hace con
poca convicción. A lo largo de siglos de Tradición, la muerte de Jesús ha ido
adquiriendo más relevancia que su resurrección: La Semana Santa es una muestra
de ello. Las procesiones que se celebran en estos días es una prueba de ello.
Ello se nota en los católicos que
muestran una fe débil, apagada, triste.
Parecida a la de aquellos dos discípulos que en el día que Jesús hubo
resucitado se dirigían hacia Emaús. Jesús se puso a su lado y les dijo: “¿Qué platicas son estas que tenéis entre
vosotros mientras camináis, y porqué estáis tristes?” (v. 17). Lo estaban porque no habían comprendido
que Jesús había resucitado y, a pesar del testimonio de las mujeres que
fueron al sepulcro (vv. 22, 23).
A los dos caminantes a los que se les
había juntado Jesús llegan a su destino y obligan a Jesús a cenar con ellos.
Estando sentados en la mesa dispuestos a nutrirse es cuando descubren que Jesús
ha resucitado. Fíjese el lector en ello: “Y
aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo
partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron” (vv.
30,31).
Se levantan de la mesa y, a pesar que ya
había anochecido, salen disparados hacia Jerusalén para
compartir con los otros discípulos la buena noticia de que Jesús había
resucitado (vv. 33-35). Lector, si eres católico ¿sientes el gozo que tuvieron
los dos discípulos cuando descubrieron que Jesús había resucitado?
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