diumenge, 26 de gener del 2025

 

SALMO 32: 3

“Mientras callé se envejecieron mis huesos, en mi gemir todo el día”

El salmista comienza su poema con estas esperanzadoras palabras: “Bienaventurado aquel cuyo pecado ha sido perdonado, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño” (vv. 1,         2). Estos versículos son más que suficientes para saber que es Dios quien tiene poder de perdonar pecados. Los hombres que se oponen a la autoridad divina desechan dicha autoridad y se convierten en mediadores entre el hombre y Dios. El Concilio de Trento dice tres cosas al respecto. (1) La confesión es una institución sacramental de Cristo. (2) Los sacerdotes reciben de Dios la facultad de perdonar pecados. (3) La confesión al oído del sacerdote es necesaria para el perdón divino-

Los fariseos que aborrecían a muerte a Jesús porque lo veían únicamente como hombre. Lo consideraban blasfemo porque se atribuía ser Hijo de Dios lo que equivalía ser Dios. Cuando Jesús dijo al paralítico tendido en la litera: “Ten ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados”. Quienes escucharon  estas palabras, se dijeron: “Éste blasfema” (Mateo 9: 3). Jesús dice a sus acusadores: “Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la Tierra para perdonar pecados, le dice al paralítico: levántate, coge la litera, y vete a tu casa” (v. 6). Los sacerdotes que no pueden acreditar que han recibido de Dios el poder de perdonar pecados, jamás se atreven a decir a un paralítico: “levántate, coge la litera, y vete a tu casa” para demostrar que han recibido de Dios poder de personar pecados. Si a Jesús  le llamaron  blasfemo, ¿qué les dirían a estos sacerdotes embaucadores?

El libro de Hechos nos ayuda a entender como los siervos del Señor Jesucristo siendo hombres mortales pueden convertirse en mediadores entre Dios y los hombres para perdonar pecados. Preste el lector mucha atención para que no se confunda: “Sepa, pues, ciertamente toda la casa de Israel, que este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el Nombre de Jesucristo, recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2: 36-38). La predicación que se ajuste a la Verdad de la Palabra de Dios es el medio que el Señor utiliza para perdonar los pecados de quienes creen que la sangre de Jesús les limpia todos sus pecados (1 Juan 1: 7).


 

SALMO 42: 9

“Diré a Dios, Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado, por la opresión del enemigo?

Es un error hacerse cristiano con la esperanza de que los achaques que padecemos van a desaparecer de inmediato. Es cierto que la salud y la enfermedad están  en las manos de Dios. Sin pasarse de la raya las concede con justa equidad a las personas. La enfermedad que tanto nos preocupa es en las manos de Dios un medio para que la persona que la padece abandone la jactancia, el orgullo, creerse que es alguien importante. Es la manera de hacernos  bajar del pedestal en el que nos hemos subido y reconoce lo que realmente somos: un don nadie.

Nos olvidamos que por el pecado de Adán la tierra ha sido maldecida por Dios y que la consecuencia del pecado es la enfermedad que agazapada en la esquina aguarda esperando la hora de darnos el zarpazo mortal.

Durante las fiestas navideñas andamos como locos buscando el número que nos hará ricos. Cuando llegue la hora de la muerte, de la que nadie se escapa de ella, ¿qué será de los euros que no nos podemos llevar en nuestra estancia en la eternidad? El Gordo que necesitamos  que nos toque no depende del azar. Depende  de una decisión nuestra. El texto que comentamos nos muestra al salmista  que en medio de las adversidades por las que pasa, en vez de maldecir a Dios por qué lo permites, las preguntas que le mueven a hacer muestran la fe en Él. Le impulsan a escribir: “¿Por qué te abates, oh alma mía? y ¿por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aun he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (v.11).

El tiempo que estaremos aquí en la tierra navegando por aguas tranquilas unas veces y otras embravecidas, no lo sabemos. Pero es motivo de esperanza “estar persuadidos de esto, que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1: 6). Lo que nos viene a decir el apóstol es que nada ni nadie nos separarán del amor de Dios que es en Jesucristo. ¡Qué consuelo es saber que en las tribulaciones el Señor Jesús nos consuela y nos fortalece!   

 

 

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