LUCAS 24: 31
“Entonces
les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron”
El hombre nacido de mujer, por ser
descendiente de Adán “nacemos muertos
en nuestros delitos y pecados”. Al muerto le es
imposible desear la vida, de no ser que Jesús lo levante como lo hizo con los
diversos muertos a los que les devolvió la vida durante su ministerio terrenal.
En el campo espiritual ocurre algo semejante. Es necesario que el poder de Dios
obre en los cadáveres espirituales para que pasen de muerte a vida. Jesús da la vida espiritual a los que están
muertos en sus delitos y pecados (Efesios 2: 1).
El texto que comentamos se refiere a dos
seguidores de Jesús que iban de camino a Emaús. Mientras andaban “hablaban de aquellas cosas que habían
sucedido”. Estaban tristes porque creían que Jesús era el Mesías prometido
y que por el odio que sentían hacia Él los sacerdotes, los fariseos y los
ancianos, le habían crucificado. De repente un forastero se pone a su lado y
les pregunta porque estaban tristes. No reconocieron quien era el Extraño que se había unido a ellos “porque sus ojos estaban velados para que no
le reconocieran” (v. 14). Llegan a
destino y, sentados a la mesa el Desconocido les dice: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas
han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciese estas cosas y entrara en su gloria? Y comenzando desde
Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las
Escrituras lo que de Él decían” (vv. 25-27).
Llegaron a Emaús y los dos discípulos
convidaron al Extraño a cenar. “Entró,
pues a quedarse con ellos. Y aconteció
que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió y les dio. Entonces les
fueron abiertos los ojos, y le reconocieron, mas Él desapareció de su vista” (vv. 29-31). Gracias al poder del Espíritu los
dos discípulos que se dirigían a Emaús tristes por todas aquellas cosas que
habían sucedido en aquellos días, al quedarse solos y habiendo visto que Jesús
vivía, “se dijeron el uno al otro: ¿No
ardía nuestro corazón en nosotros, mientras
nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? (v. 32).
“Y
levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los otros
reunidos, y a los que estaban con ellos,
que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a
Simón. Entonces ellos contaron las cosas que les habían sucedido en el camino,
y como le habían reconocido al partir el pan” (vv. 33, 35).
Quiera el Espíritu Santo abrir los ojos
del lector para que pueda creer que Jesús da vida a los muertos.
“Pero
yo celebraré tu fuerza, y por la mañana celebraré tu misericordia, porque tú
eres mi refugio en el día de mi angustia”
Por la desobediencia de Adán la muerte
entró en el hombre que hasta en aquel
momento no existía. De súbito, de la vida se pasó a la muerte, no sin previo
aviso. Los casos en que la muerte se presente sin avisar son pocos. Incluso en
los pocos, las dolencias que se les iban presentando previamente eran anuncios de que la muerte estaba en la esquina sacando la nariz.
La visita periódica al médico la hacemos
para que nos cure las dolencias que van apareciendo. Y así hasta que el Señor
nos llame a su presencia para rendirle cuentas de lo que hayamos hecho aquí en
la tierra, sea bueno o mal.
Existe un montón de dolencias
sicosomáticas que son la consecuencia de que los trastornos del alma afectan al
cuerpo. El consumo desmesurado de sicofármacos es una evidencia de ello.
Los accionistas de las empresas
farmacéuticas se frotan las manos por
las pingües ganancias que se embolsan y que les permiten vivir a cuerpo de rey.
A las farmacéuticas les podemos hacer la puñeta si les dejamos en sus manos
únicamente los trastornos mentales que son de origen físico.
Jesús el médico experto en los trastornos
síquicos que se originan en el alma, nos receta el tratamiento que nos va a
dejar como nuevos. La ansiedad que nos producen las muchas cosas desagradables
que suceden a nuestro alrededor es la causante del malestar mental que nos
lleva a hacernos adictos de ansiolíticos,
antiestresantes … que alivian pero no curan.
Jesús el médico divino, nos dice: “No
os afanéis, pues diciendo: ¿Qué comeremos o que beberemos, o qué vestiremos?
Porque los gentiles (los incrédulos) buscan todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis
necesidad de estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el
día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán. Basta al día su
propio mal” (Mateo 6: 25-33). El secreto de la salud mental se encuentra en
Jesús porque da la paz que el mundo no puede proporcionar.
Si el lector lo pasa mal al no resolver
el problema estresante de las angustias que le fatigan, tenga presente las
palabras del salmista; “Pero yo celebraré
tu fuerza, y por la mañana celebraré tu misericordia, porque tú eres mi refugio
en el día de mi angustia”
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