dissabte, 4 de gener del 2025

 

LUCAS 24: 31

“Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron”

El hombre nacido de mujer, por ser descendiente de Adán “nacemos  muertos  en  nuestros  delitos y pecados”. Al muerto le es imposible desear la vida, de no ser que Jesús lo levante como lo hizo con los diversos muertos a los que les devolvió la vida durante su ministerio terrenal. En el campo espiritual ocurre algo semejante. Es necesario que el poder de Dios obre en los cadáveres espirituales para que pasen de muerte a vida.  Jesús da la vida espiritual a los que están muertos en sus delitos y pecados (Efesios 2: 1).

El texto que comentamos se refiere a dos seguidores de Jesús que iban de camino a Emaús. Mientras andaban “hablaban de aquellas cosas que habían sucedido”. Estaban tristes porque creían que Jesús era el Mesías prometido y que por el odio que sentían hacia Él los sacerdotes, los fariseos y los ancianos, le habían crucificado. De repente un forastero se pone a su lado y les pregunta porque estaban tristes. No reconocieron quien era  el Extraño que se había unido a ellos “porque sus ojos estaban velados para que no le reconocieran”  (v. 14). Llegan a destino y, sentados a la mesa el Desconocido les dice: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciese estas cosas y entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de Él decían” (vv. 25-27).

Llegaron a Emaús y los dos discípulos convidaron al Extraño a cenar. “Entró, pues a quedarse con ellos. Y aconteció  que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo  bendijo, lo partió y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron, mas Él desapareció de su vista”  (vv. 29-31). Gracias al poder del Espíritu los dos discípulos que se dirigían a Emaús tristes por todas aquellas cosas que habían sucedido en aquellos días, al quedarse solos y habiendo visto que Jesús vivía, “se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras  nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?  (v. 32).

“Y levantándose en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los otros reunidos, y a los que estaban con ellos,  que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón. Entonces ellos contaron las cosas que les habían sucedido en el camino, y como le habían reconocido al partir el pan” (vv. 33, 35).

Quiera el Espíritu Santo abrir los ojos del lector para que pueda creer que Jesús da vida a los muertos.


 

“Pero yo celebraré tu fuerza, y por la mañana celebraré tu misericordia, porque tú eres mi refugio en el día de mi angustia”

Por la desobediencia de Adán la muerte entró en el hombre  que hasta en aquel momento no existía. De súbito, de la vida se pasó a la muerte, no sin previo aviso. Los casos en que la muerte se presente sin avisar son pocos. Incluso en los pocos, las dolencias que se les iban presentando previamente  eran anuncios de que la muerte estaba  en la esquina sacando la nariz.

La visita periódica al médico la hacemos para que nos cure las dolencias que van apareciendo. Y así hasta que el Señor nos llame a su presencia para rendirle cuentas de lo que hayamos hecho aquí en la tierra, sea bueno o mal.

Existe un montón de dolencias sicosomáticas que son la consecuencia de que los trastornos del alma afectan al cuerpo. El consumo desmesurado de sicofármacos es una evidencia de ello. Los  accionistas de las empresas farmacéuticas  se frotan las manos por las pingües ganancias que se embolsan y que les permiten vivir a cuerpo de rey. A las farmacéuticas les podemos hacer la puñeta si les dejamos en sus manos únicamente los trastornos mentales que son de origen físico.

Jesús el médico experto en los trastornos síquicos que se originan en el alma, nos receta el tratamiento que nos va a dejar como nuevos. La ansiedad que nos producen las muchas cosas desagradables que suceden a nuestro alrededor es la causante del malestar mental que nos lleva a hacernos adictos  de ansiolíticos, antiestresantes … que alivian pero no curan.  Jesús el médico divino, nos dice: “No os afanéis, pues diciendo: ¿Qué comeremos o que beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles (los incrédulos) buscan todas estas cosas, pero  vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán. Basta al día su propio mal” (Mateo 6: 25-33). El secreto de la salud mental se encuentra en Jesús porque da la paz que el mundo no puede proporcionar.

Si el lector lo pasa mal al no resolver el problema estresante de las angustias que le fatigan, tenga presente las palabras del salmista; “Pero yo celebraré tu fuerza, y por la mañana celebraré tu misericordia, porque tú eres mi refugio en el día de mi angustia”

 

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