1 CRÓNICAS 21: 1
“Y
Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David para que censase Israel”
La voluntad del Señor es impredecible. A
pesar que David tenía el corazón de Dios, el pueblo en general no era fiel a
Dios pues adoraban a los baales y a otros dioses. El Señor piensa castigar a
este pueblo rebelde. Lo hace por medio de instrumentos. “Y Satanás se levantó contra Israel”. Aun cuando pueda parecernos
extraño el Señor utiliza a Satanás como instrumento para impartir justicia a su
pueblo. Satanás comienza su obra maléfica incitando a David a que
censase Israel. Joab, comandante en jefe del ejército le dice al rey que no lo
haga. David erre que erre. Está empeñado en saber el número de soldados de que
puede disponer. El orgullo del monarca prevalecía
por sobre la humildad. Al no resistir al diablo le abrió de par en par la
puerta de su corazón para que entrase. Y mandó a Joab que hiciese el censo que
estaba en contra a la voluntad del Señor. ”Esto
irritó
a Dios, e hirió a Israel” (v. 7). “Entonces David dijo al Señor: He pecado
gravemente al hacer esto, te ruego que quites la iniquidad de tu siervo, porque
he obrado muy locamente” (v. 8). El pecado aun cuando uno se arrepienta,
tiene sus consecuencias: “Así el Señor
envió una peste, y murieron de Israel setenta mil hombres” (v. 14). A
nosotros puede parecernos injusta la respuesta que Dios dio al pecado del
monarca. Nos ayudará a entender la postura de Dios la alegoría del alfarero que
el profeta Jeremías nos transmite. La vasija de barro que el alfarero estaba moldeando en el torno se echa a
perder. El artesano moldea otra a su gusto. La vasija de barro que se echó a
perder representa al pueblo de Israel que abandona a su Dios y se vuelve a los
baales, lo cual exige el castigo de Dios. De la misma manera que el alfarero
hace una vasija nueva, así el Señor tiene que hacer un pueblo nuevo que le sea
fiel.
Del fracaso de David, Dios como el
Alfarero divino que sabe lo que se hace emprende el moldeado de una nueva vasija que dará gloria a Dios: “Y el Ángel del Señor ordenó al (profeta)
Gad que dijese a David que construyese un altar en la era de Ornán jebuseo” (v. 16). En este mismo lugar, Salomón, hijo de
David, construyó el esplendoroso templo que simbolizaba la gloria de Dios que
estaba presente en medio de su pueblo que hacía desaparecer las espesas
tinieblas espirituales que le envolvían. Jesús el Hijo de Dios encarnado, que
es la luz del mundo, es el encargado de alumbrar los corazones haciendo
desaparecer las tinieblas espirituales
que envuelven los corazones de aquellos que permiten que Satanás tome posesión
de sus corazones.
2 CRÓNICAS 9: 6
“Pero
yo no creía lo que me decían hasta que he venido, y mis ojos han visto, y he
aquí ni aun la mitad de la grandeza de tu sabiduría me ha sido dicha, porque tú
superas la fama que yo había oído”
La mítica reina de Saba de Hollywood no
tiene nada que ver con la reina del Sur que visitó a Salomón para ver con sus
propios ojos la aureola de fama que le envolvía. El Antiguo Testamento narra
únicamente el viaje que la famosa reina
hizo a Jerusalén para ver con sus propios ojos las maravillas que se decían de
Salomón. Quedó asombrada al contemplar con sus propios ojos la sabiduría del
monarca y la gloria de su reino. “Y todos
los reyes de la tierra procuraban ver el rostro de Salomón, y para oír de la
sabiduría que Dios le había dado” (v. 23).
Jesús presenta a la gentil reina de Saba
como ejemplo para despertar de la indolencia de los llamados cristianos a la
hora de interesarse por Él: “Y la reina
del Sur se levantará en el juicio con los hombres de esta generación, y los
condenará porque ella vino de los fines de la Tierra para ver la sabiduría de
Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar” (Lucas 11: 31). Jesús es
más que un hombre. Es el Hijo del Padre celestial que se hizo hombre en la
Persona de Jesús. Como Dios, Jesús se
merece que se le ame sobre todas las cosas. A menudo los cristianos nos
comportamos como aquellos convidados a la boda que cuando llegó el día de la
celebración pusieron excusas para no asistir al banquete. El rey mandó a sus
siervos que saliesen por los caminos para que invitasen a la boda a cuantos
encontrasen. La coletilla final de la parábola es estremecedora: “Y entró el rey para ver a los convidados,
y vio allí a un hombre que no estaba
vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste sin ir vestido de boda? Mas
él enmudeció, Entonces el rey dijo a los que le servían: atadle de pies y
manos, y echadle en las tinieblas de fuera, y allí será el lloro y el crujir de
dientes. Porque muchos son llamados, y pocos los escogidos” (Mateo 22:
1-14).
La pregunta que todos tenemos que
hacernos y que requiere respuesta inmediata:
¿Qué vestido es el que acredita que somos invitados a la boda y que nos
permite acceder al salón nupcial? La
credencial es: “Han lavado sus ropas y
las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7: 14). Para
rematar el clavo: “Gocémonos y
alegrémonos, y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su
esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido fino que se vista de lino fino, porque el lino es
las acciones justas de los santos” (Apocalipsis 19: 7, 8). La asistencia a
la iglesia no es suficiente para ser invitado a la boda del Cordero. Si no se
cubre con el vestido de lino fino que cubre la desnudez del pecado cuando
llegue el día de la boda no tendrá acceso a la sala del banquete. Podrá golpear
a la puerta que le cierra el paso tanto como quiera. Entonces será el eterno “llorar
y crujir de dientes”.
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