diumenge, 1 de setembre del 2024

 

MARCOS 5: 25-28

“Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía…cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si toco tan solo su manto, seré salvada”

Son de difícil digerir las enfermedades de larga duración. El texto que comentamos nos muestra a una mujer que durante doce años había sufrido un flujo de sangre que ningún remedio pudo detenerlo. Gastó todo su patrimonio sin encontrar remedio a su enfermedad. Pero el problema de la mujer no era solamente físico. También tenía que cargar con las consecuencias emocionales que acompañaban al flujo de sangre. He aquí lo que dice la Ley de Moisés al respecto: “Cuando la mujer tenga flujo de sangre, y su flujo fuese en su cuerpo, siete días estará apartada, y cualquiera que la toque estará inmunda hasta la noche” (Levítico 15: 19-33). Doce años ceremonialmente impura son muchos años de dolor inimaginable.

Hoy, muchas dolencias que hace unos pocos años eran incurables, gracias a la misericordia de Dios que ha dado sabiduría a los investigadores clínicos hoy son curables. Así y todo todavía quedan enfermedades que se resisten a que se encuentre remedio. A ellas se les tiene que añadir las de nuevo cuño y los accidentes que dejan parapléjicos a quienes los sufren por el resto de sus vidas. Si estas personas no gozan de un buen ánimo el resto de sus vidas es un infierno. Por su interior circulan partículas de arena que corroen las entrañas.

La mujer del texto que comentamos “oyó hablar de Jesús” y con ello de los milagros que hacía. Creyendo en el poder sanador de Jesús “vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto” (v. 27). Y “enseguida la fuente de su sangre se secó, y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote” (v. 29). Sabiendo Jesús que poder había salido de Él, preguntó: ¿Quién me ha tocado? (v. 31). La mujer se acerca a Jesús y le confiesa su responsabilidad. Éste le dice: “Hija tu fe te ha hecho salva, vete en paz y queda sana de tu azote” (v. 34).

Creer que Jesús tiene poder para curar todas las dolencias no significa que siempre quiera hacerlo. Sus razones tendrá. Su voluntad aunque a veces nos cueste creerlo siempre es justa. El Padrenuestro nos enseña a pedir a Dios: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6: 10). Si se acepta su voluntad, sea cual sea ésta, representa tocar el manto de Jesús lo cual produce la curación de la dolencia mental que es más dolorosa que la incapacidad física. La paz que da Jesús es muy distinta de la que el mundo da (Juan 14: 27). Con la curación del alma la curación física incurable  deja de ser granos de arena que corroen el alma. Se goza de la paz de Dios que excede a la comprensión humana. ¡Ello es un gran milagro!


 

 SALMO 5: 3

“Oh Señor, de mañana oirás mi voz, de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré”

Si alguien dice que no merece la pena orar porque Dios no escucha, el tal lea atentamente el siguiente texto y entenderá por qué Dios hace oídos sordos a algunas oraciones: “He aquí que no se ha acortado la mano del Señor para salvar, ni se ha agravado su oído para  no oír, pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, vuestros pecados  han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír. Porque vuestras manos están contaminadas de sangre, y vuestros dedos de iniquidad, vuestros labios pronuncian mentira, y habla maldad vuestra lengua” (Isaías 59: 1-3). Aparentemente el profeta presenta un panorama muy desolador. Las palabras del apóstol Pablo lo confirman: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3: 23). ¿No existe ninguna manera  de hacer las paces con Dios?

El llamamiento de Mateo es un texto clave para descubrir como los pecadores que son enemigos de Dios puedan convertirse en sus amigos: “Pasando Jesús por allí, vio a un hombre llamado Mateo sentado en el banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió” (Mateo 9: 9). Junto con Jesús Mateo invitó a cobradores de impuestos y a otros pecadores a comer en su casa. Que Jesús se sentase a comer con cobradores de impuestos y otros pecadores, ¡qué herejía! Los fariseos acérrimos enemigos de Jesús se quejaron a los discípulos del mal ejemplo que daba su Maestro: “¿Por qué come vuestro Maestro con cobradores de impuestos y pecadores?” (v. 11). Los fariseos se consideraban ser personas impolutas porque creían que eran estrictos cumplidores de la Ley de Dios. Su bondad extrema no les permitía compartir mesa con los cobradores de impuestos y otros pecadores. Se alejaban de ellos como si de leprosos se tratase. La actitud de los fariseos de alejarse de los pecadores como si de apestados se tratase, hace que Jesús se dirija a ellos sin tapujos diciéndoles: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (v. 12). Entonces Jesús se dirige a aquellos fariseos hipócritas,  de corazón duro como la piedra, que no podían compartir con el populacho indigno: “Id, y aprended lo que significa: Misericordia y no sacrificio Porque no he venido a llamar a justos, sino pecadores al arrepentimiento” (vv. 12, 13)

Quien cree en Jesús, su sangre derramada en el Calvario “lo limpia de todo pecado”  (1 Juan 1: 7). Habiendo creído en Cristo como Señor y Salvador nos podemos unir al salmista y con él exclamar: “Oh Señor, de mañana oirás mi voz, de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré” La pregunta planteada previamente: ¿No existe ninguna manera  de hacer las paces con Dios?, ha recibido la respuesta.

 

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