MARCOS 5: 25-28
“Pero una mujer que desde hacía doce años
padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y había
gastado todo lo que tenía…cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la
multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si toco tan solo su manto, seré
salvada”
Son de
difícil digerir las enfermedades de larga duración. El texto que comentamos nos
muestra a una mujer que durante doce años había sufrido un flujo de sangre que
ningún remedio pudo detenerlo. Gastó
todo su patrimonio sin encontrar remedio a su enfermedad. Pero el problema de
la mujer no era solamente físico. También tenía que cargar con las
consecuencias emocionales que acompañaban al flujo de sangre. He aquí lo que
dice la Ley de Moisés al respecto: “Cuando
la mujer tenga flujo de sangre, y su flujo fuese en su cuerpo, siete días
estará apartada, y cualquiera que la toque estará inmunda hasta la noche”
(Levítico 15: 19-33). Doce años ceremonialmente impura son muchos años de dolor
inimaginable.
Hoy,
muchas dolencias que hace unos pocos años eran incurables, gracias a la
misericordia de Dios que ha dado sabiduría a los investigadores clínicos hoy
son curables. Así y todo todavía quedan enfermedades que se resisten a que se
encuentre remedio. A ellas se les tiene que añadir las de nuevo cuño y los
accidentes que dejan parapléjicos a quienes los sufren por el resto de sus
vidas. Si estas personas no gozan de un buen ánimo el resto de sus vidas es un
infierno. Por su interior circulan partículas de arena que corroen las
entrañas.
La
mujer del texto que comentamos “oyó
hablar de Jesús” y con ello de los milagros que hacía. Creyendo en el poder
sanador de Jesús “vino por detrás entre
la multitud, y tocó su manto” (v. 27). Y “enseguida la fuente de su sangre se secó, y sintió en el cuerpo que
estaba sana de aquel azote” (v. 29). Sabiendo
Jesús que poder había salido de Él, preguntó: ¿Quién me ha tocado? (v. 31). La mujer se acerca a Jesús y le
confiesa su responsabilidad. Éste le dice: “Hija
tu fe te ha hecho salva, vete en paz y queda sana de tu azote” (v. 34).
Creer
que Jesús tiene poder para curar todas las dolencias no significa que siempre
quiera hacerlo. Sus razones tendrá. Su voluntad aunque a veces nos cueste
creerlo siempre es justa. El Padrenuestro nos enseña a pedir a Dios: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así
también en la tierra” (Mateo 6: 10). Si se acepta su voluntad, sea cual sea
ésta, representa tocar el manto de Jesús lo cual produce la curación de la
dolencia mental que es más dolorosa que la incapacidad física. La paz que da
Jesús es muy distinta de la que el mundo da (Juan 14: 27). Con la curación del
alma la curación física incurable deja
de ser granos de arena que corroen el alma. Se goza de la paz de Dios que
excede a la comprensión humana. ¡Ello es un gran milagro!
SALMO 5: 3
“Oh Señor, de mañana oirás mi voz, de mañana
me presentaré delante de ti, y esperaré”
Si
alguien dice que no merece la pena orar porque Dios no escucha, el tal lea
atentamente el siguiente texto y entenderá por qué Dios hace oídos sordos a
algunas oraciones: “He aquí que no se ha
acortado la mano del Señor para salvar, ni se ha agravado su oído para no oír,
pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios,
vuestros pecados han hecho ocultar de
vosotros su rostro para no oír. Porque vuestras manos están contaminadas de
sangre, y vuestros dedos de iniquidad, vuestros labios pronuncian mentira, y
habla maldad vuestra lengua” (Isaías 59: 1-3). Aparentemente el profeta
presenta un panorama muy desolador. Las palabras del apóstol Pablo lo
confirman: “Por cuanto todos pecaron, y
están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3: 23). ¿No existe ninguna
manera de hacer las paces con Dios?
El
llamamiento de Mateo es un texto clave para descubrir como los pecadores que
son enemigos de Dios puedan convertirse en sus amigos: “Pasando Jesús por allí, vio a un hombre llamado Mateo sentado en el
banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió”
(Mateo 9: 9). Junto con Jesús Mateo invitó a cobradores de impuestos y a otros
pecadores a comer en su casa. Que Jesús se sentase a comer con cobradores de
impuestos y otros pecadores, ¡qué herejía! Los fariseos acérrimos enemigos de
Jesús se quejaron a los discípulos del mal ejemplo que daba su Maestro: “¿Por qué come vuestro Maestro con
cobradores de impuestos y pecadores?” (v. 11). Los fariseos se consideraban
ser personas impolutas porque creían que eran estrictos cumplidores de la Ley
de Dios. Su bondad extrema no les permitía compartir mesa con los cobradores de
impuestos y otros pecadores. Se alejaban de ellos como si de leprosos se
tratase. La actitud de los fariseos de alejarse de los pecadores como si de
apestados se tratase, hace que Jesús se dirija a ellos sin tapujos diciéndoles:
“Los sanos no tienen necesidad de médico,
sino los enfermos” (v. 12). Entonces Jesús se dirige a aquellos fariseos
hipócritas, de corazón duro como la
piedra, que no podían compartir con el populacho indigno: “Id, y aprended lo que significa: Misericordia y no sacrificio Porque
no he venido a llamar a justos, sino pecadores al arrepentimiento” (vv. 12,
13)
Quien
cree en Jesús, su sangre derramada en el Calvario “lo limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7). Habiendo creído en Cristo como
Señor y Salvador nos podemos unir al salmista y con él exclamar: “Oh Señor, de mañana oirás mi voz, de mañana
me presentaré delante de ti, y esperaré” La pregunta planteada previamente:
¿No existe ninguna manera de hacer las
paces con Dios?, ha recibido la respuesta.
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