dissabte, 7 de setembre del 2024

 

JEREMÍAS 4: 4

“Circuncidaos al Señor, y quitad el prepucio de vuestro corazón varones de Judá y moradores de Jerusalén, no sea que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras”

La circuncisión es la señal externa de pertenecer al Israel nacional, así  como el bautismo por inmersión es el signo de que se pertenece a una iglesia visible. Los símbolos si no van precedidos por el milagro de haber sido el bautizado engendrado en hijo de Dios por haber sido sellado por el Espíritu Santo, pueden hacer creer que uno es lo que no realmente no es. Pero sí crean una responsabilidad de la que tendrán que rendir cuentas cuando comparezcan delante del tribunal de Cristo.

El texto que comentamos dice: Circuncidaos al Señor, y quitad el prepucio de vuestro corazón varones de Judá. Si el Espíritu Santo no ha dejado gravado su sello en el corazón del bautizado, el bautismo no es el pasaporte que autoriza a entrar en el Reino de Dios.

Juan el Bautista, a las personas que acudían a él a bautizarse les dice claramente que tenían que hacer antes de sumergirse en el agua bautismal: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3: 2). Jesús al inicio de su ministerio público  dice a sus oyentes: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4: 17).

Juan el Bautista dotado con la percepción de leer lo que hay en el interior del alma. “al ver que muchos de los fariseos  y de los saduceos que venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento”  (Mateo 3: 7). ¡Cuántos bautizados creen que por el hecho de haber sido rociados con el agua bendecida o sumergidos en el agua, se han creído el engaño que ya son salvos! Cuando llegue el día que tendrán que comparecer ante el tribunal de Cristo y se justificarán presentado la señal del bautismo, escucharán la voz del Juez que les dirá: “Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad”  (Mateo 7: 23).

La segunda pare del texto del profeta Jeremías que comentamos, dice: “no sea que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de vuestras obras”. Si la sangre de Jesús no nos ha limpiado de todos nuestros pecados (1 Juan 1: 7), la señal del bautismo si no va precedida “de las buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2: 10), Cristo no nos reconocerá y nos echará sin contemplaciones al fuego eterno.


 

FILIPENSES 2: 3

“Nada hagáis por contienda o por vanagloria, antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”

Ya en antigüedad, al inicio del tiempo, aparecieron “los varones de renombre” (Génesis 6. 4), que fueron los caudillos que empezaron a sobresalir de entre sus semejantes y con ellos la creación de incipientes imperios. La característica de “los varones de renombre” era el orgullo que los llevaba a creerse superiores al resto de los mortales. El texto que comentamos enaltece precisamente lo que es opuesto al orgullo: la humildad, la capacidad de ver a los demás como superiores a uno mismo.

Jesús quiere enseñarnos qué es humildad cuando dice. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11: 29). La multitud de libros que enseñan sobre el mejoramiento personal y que pretenden enseñarnos a ser humildes chocan con el muro infranqueable del orgullo que ha echado raíces  en el corazón.

La enseñanza básica del texto de Mateo  citado es que tiene que haber una íntima comunión del creyente con Jesús. La fe viva en Jesús abre la puerta a que el Espíritu Santo convierta al creyente en Jesús en hijo de Dios por adopción. Ello hace que Cristo por el Espíritu more en el creyente y, por la obediencia a la Palabra de Dios el carácter de Jesús se refleje en él. Gálatas 5: 22 no cita la palabra humildad pero expones unas características que en su conjunto forman la humildad. Nos dice con toda claridad que la humildad no es producto de la voluntad humana. Afirma con toda luminosidad: “Mas el fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, paciencia,  benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”. El Espíritu Santo hace ver al creyente en Jesús que de su personalidad carnal no queda ni rastro. Esta visión mueve al creyente en Cristo al arrepentimiento por no haber alcanzado el nivel de santidad que se le pide por ser hijo de Dios. Pedir perdón por el pecado cometido y la solicitud de fuerzas para andar santamente. El reconocimiento de que no se ha alcanzado la  excelencia no permite que el creyente en Cristo se complazca en la ociosidad En palabras del apóstol Pablo: “No que lo haya alcanzado ya, ni que sea perfecto, sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado, pero una cosa hago, olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que queda delante, prosigo la meta, al premio del  supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3: 12-14).

 

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