JEREMÍAS 4: 4
“Circuncidaos al Señor, y quitad el prepucio
de vuestro corazón varones de Judá y moradores de Jerusalén, no sea que mi ira
salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la maldad de
vuestras obras”
La
circuncisión es la señal externa de pertenecer al Israel nacional, así como el bautismo por inmersión es el signo de
que se pertenece a una iglesia visible. Los símbolos si no van precedidos por
el milagro de haber sido el bautizado engendrado en hijo de Dios por haber sido
sellado por el Espíritu Santo, pueden hacer creer que uno es lo que no
realmente no es. Pero sí crean una responsabilidad de la que tendrán que rendir
cuentas cuando comparezcan delante del tribunal de Cristo.
El
texto que comentamos dice: Circuncidaos
al Señor, y quitad el prepucio de vuestro corazón varones de Judá. Si el
Espíritu Santo no ha dejado gravado su sello en el corazón del bautizado, el
bautismo no es el pasaporte que autoriza a entrar en el Reino de Dios.
Juan el
Bautista, a las personas que acudían a él a bautizarse les dice claramente que
tenían que hacer antes de sumergirse en el agua bautismal: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo
3: 2). Jesús al inicio de su ministerio público
dice a sus oyentes: “Arrepentíos
porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4: 17).
Juan el Bautista dotado con la percepción de
leer lo que hay en el interior del alma. “al
ver que muchos de los fariseos y de los
saduceos que venían a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os
enseñó a huir de la ira venidera? haced, pues, frutos dignos de
arrepentimiento” (Mateo 3: 7).
¡Cuántos bautizados creen que por el hecho de haber sido rociados con el agua
bendecida o sumergidos en el agua, se han creído el engaño que ya son salvos!
Cuando llegue el día que tendrán que comparecer ante el tribunal de Cristo y se
justificarán presentado la señal del bautismo, escucharán la voz del Juez que
les dirá: “Nunca os conocí, apartaos de
mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:
23).
La segunda pare del texto del profeta
Jeremías que comentamos, dice: “no sea
que mi ira salga como fuego, y se encienda y no haya quien la apague, por la
maldad de vuestras obras”. Si la sangre de Jesús no nos ha limpiado de
todos nuestros pecados (1 Juan 1: 7), la señal del bautismo si no va precedida “de las buenas obras, las cuales Dios
preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2: 10), Cristo
no nos reconocerá y nos echará sin contemplaciones al fuego eterno.
FILIPENSES 2: 3
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria,
antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él
mismo”
Ya en
antigüedad, al inicio del tiempo, aparecieron “los varones de renombre” (Génesis 6. 4), que fueron los caudillos
que empezaron a sobresalir de entre sus semejantes y con ellos la creación de
incipientes imperios. La característica de “los
varones de renombre” era el orgullo que los llevaba a creerse superiores al
resto de los mortales. El texto que comentamos enaltece precisamente lo que es
opuesto al orgullo: la humildad, la capacidad de ver a los demás como
superiores a uno mismo.
Jesús
quiere enseñarnos qué es humildad cuando dice. “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:
29). La multitud de libros que enseñan sobre el mejoramiento personal y que
pretenden enseñarnos a ser humildes chocan con el muro infranqueable del
orgullo que ha echado raíces en el corazón.
La
enseñanza básica del texto de Mateo
citado es que tiene que haber una íntima comunión del creyente con
Jesús. La fe viva en Jesús abre la puerta a que el Espíritu Santo convierta al
creyente en Jesús en hijo de Dios por adopción. Ello hace que Cristo por el
Espíritu more en el creyente y, por la obediencia a la Palabra de Dios el
carácter de Jesús se refleje en él. Gálatas 5: 22 no cita la palabra humildad
pero expones unas características que en su conjunto forman la humildad. Nos
dice con toda claridad que la humildad no es producto de la voluntad humana.
Afirma con toda luminosidad: “Mas el
fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza”. El Espíritu Santo hace ver al creyente en Jesús que de su
personalidad carnal no queda ni rastro. Esta visión mueve al creyente en Cristo
al arrepentimiento por no haber alcanzado el nivel de santidad que se le pide
por ser hijo de Dios. Pedir perdón por el pecado cometido y la solicitud de
fuerzas para andar santamente. El reconocimiento de que no se ha alcanzado
la excelencia no permite que el creyente
en Cristo se complazca en la ociosidad En palabras del apóstol Pablo: “No que lo haya alcanzado ya, ni que sea
perfecto, sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui
también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo
alcanzado, pero una cosa hago, olvidando ciertamente lo que queda atrás, y
extendiéndome a lo que queda delante, prosigo la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses
3: 12-14).
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