MATEO 11: 25
“En aquella ocasión, respondiendo Jesús dijo:
Padre, Señor del cielo y de la Tierra, porque escondiste estas cosas de los
sabios y entendidos, y las revelaste a los niños”
¿Quiénes
son los sabios y entendidos y quiénes son los niños? A mi entender Jesús se
refiere a la condición de las personas. Los sabios y entendidos lo son aquellos
que lo saben todo, que no necesitan aprender nada nuevo. Los verdaderamente
sabios lo son aquellos que reconocen que les queda todavía mucho que aprender.
En concreto a aquello que concierne al espíritu. Si la ignorancia fuese
solamente en aquello que concierne a los conocimientos humanos seria
irrelevante porque la sabiduría humana es temporal. Los sabios y entendidos a
los que se refiere Jesús son aquellas personas sabiondas que no necesitan
aprender nada por lo que hace a la vida eterna. Se conforman con las
tradiciones de los hombres. Ello les basta. Se creen tan listos que creen a
ciegas lo que dice la ciencia como si los científicos fuesen infalibles. Creen
en un Big Bang casual que hizo todo lo existente. Depositan una fe ciega en una
falsa ciencia llamada Evolución que enseña que de una célula aparecida casualmente que se ha ido evolucionando hasta
convertirse en los seres humanos inteligentes que somos hoy. Son tan tercos que
ni con la ayuda de una grúa se les puede sacar de su cabezonada. Se les tiene
que dejar por imposibles.
Los
sabios y entendidos no ven más allá de la nariz. Lo que Dios les esconde lo
revela a los niños antes de malmeterse por la influencia de los adultos.
Siempre se preguntan: ¿“Por qué?” esto. “¿Por qué?” aquello. Los niños a los
que se refiere Jesús son aquellas personas que no paran de hacerse preguntas
sobre cuestiones esenciales: “Quién soy?” ¿A dónde voy? No quedan satisfechos
con las respuestas que la ciencia materialista les da. Jesús da una respuesta
verídica a los niños que se preguntan: “Y
yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad,
y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y todo
el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Lucas 11: 9, 10).A
estos niños Dios les revela su existencia eterna. Les descubre su plan diseñado
desde antes de la creación del mundo
dado a conocer por los profetas y, llegado el cumplimiento del tiempo
por su Hijo Jesús que quien cree en Él ha visto al Padre. La fe salvadora entra
en acción, pues “por la fe en tendemos
haber sido constituido el universo por
la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho por lo que no se veía” (Hebreos
11: 3).
SALMO 19: 1
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el
firmamento anuncia la obra de sus manos”
El
ateísmo es la consecuencia de la ceguera espiritual que impide ver que el
cosmos y el ser humano son creación de Dios. “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra
de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Hebreos
11: 3).
Preste
el lector atención a lo que dice el autor de la carta a los Hebreos. Afirma que
lo que contemplamos con asombro, el
maravilloso cosmos que observamos con los ojos de la cara “fue hecho de lo que no se veía”. Lo que contemplamos no es el
resultado de una primera materia aparecida por azar y de esta materia se ha
desarrollado la magnificencia de todo lo que contemplamos. Dice: “que lo que se ve fue hecho de lo que no se
veía”. Lo que no se veía no puede ser nadie más que el Invisible que ha
existido siempre. Este convencimiento no es el resultado del razonamiento sino
de la fe que es don de Dios.
Sin la
fe es del todo imposible llegar a creer en un Dios que ha existido eternamente
y que con solo hablar a aparecido el asombroso y maravillo cosmos que
contemplamos. No lo podemos razonar
porque nuestra mente es incapaz de bucear en las profundidades de la
eternidad. Por la fe que es don de Dios podemos creer en un Dios que no se
esconde en algún lugar inaccesible sino que se manifiesta como sucedió con
Moisés y con los profetas que se mantuvieron firmes “como viendo al Invisible” (Hebreos 11: 27). A partir de Jesús Dios
nos habla por el Hijo (Hebreos 1: 2).
El
problema del Dios Invisible lo resuelve Jesús cuando dice a sus discípulos: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida,
nadie viene al Padre sino por Mí. Si me conocieseis, también a mi Padre
conoceríais, y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo:
Señor muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que
estoy con vosotros, y no me has conocido Felipe? El que me ha visto a Mí ha
visto al Padre, ¿cómo pues dices tú: Muéstrame al Padre? (Juan 14: 6-9). El
Invisible sigue siendo el Invisible, pero Jesús nos muestra la esencia de Dios
que es AMOR. “De tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3: 16).
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