APRENDER A EDUCAR
Ser un buen educador es una de las áreas más
nobles que existen y una de las más difíciles de realizar
Le educación de los hijos
comienza en los padres que tienen que aprender a gestionar el narcisismo que
llevan dentro. El sicoanalista José
Ramón Ubieto destaca que “un padre perfecto es lo peor que le puede pasar.
Es la garantía de un trastorno mental porque no puede estar nunca a su altura y
esto le provocará problemas de autoestima y dificultades”. El narcisismo
trastorna el concepto correcto que un padre y una madre tienen que tener
de sí mismos. Refiriéndose a los hijos
trasladará en ellos un engreimiento que perturbará las buenas relaciones con
sus compañeros. Ni el padre, ni la madre, perfectos existen. Reconocer esta realidad descabalga el
narcisismo del pedestal y abre los ojos a ver la realidad. Es cierto que Jesús
nos dice: “”Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mateo 5: 48). “Sed” implica que la perfección
todavía no se ha alcanzado, que la buscamos. Se conseguirá en el futuro, cuando la pequeñez en que nos
ha convertido el pecado será transformada en perfección en el momento en que la
victoria que Jesús consiguió sobre Satanás con su muerte en la cruz y
resurrección la habrá totalmente alcanzado
en el día de la resurrección de los muertos cuando Jesús glorioso venga
a buscar a su pueblo. Este reconocimiento nos enseñará a ser humildes. La
humildad es la característica ética que tiene que destacarse en los padres a la
hora de educar a sus hijos porque borra del corazón el concepto “hijo 10”, porque buscar al hijo
perfecto asfixia y, ser el padre o la madre “perfecto” “ocasiona mucho estrés,
decepción y culpa si no se consigue” (Cristina Gutiérrez).
Aprended a educar a los
hijos no lo consigue la lectura de libros que tratan el tema. No es cuestión de
tener la mente saturada de buenos consejos que son impracticables. Esta
dificultad me lleva a recordar las
palabras que se atribuyen al filósofo griego Diógenes que dijo al rey Alejandro
el Grande cuando éste viendo al sabio que
iba por la calle bajo un sol abrasador
con un candil encendido: “¿Por qué vas con el candil encendido? El
ilustrado le respondió: “Busco un hombre”. Por la calle transitaban muchos
hombres. Diógenes no buscaba un hombre cualquiera. Deseaba encontrar un hombre
con una ética a prueba de bombas. ¿Dónde pensaba encontrarle? Es como buscar
una aguja en un pajar. Dada la condición humana padres inmaculados no existen.
Ante el dilema nos preguntamos: Los padres que buscamos, ¿nacen o se hacen? Por
nacimiento natural, todos sin excepción, nacemos siendo hijos del diablo y en
consecuencia inclinados al mal. Debida a tal filiación no debería extrañarnos
que el “síndrome de la familia perfecta sea tan predominante en los padres.
Este síndrome universal es la consecuencia del narcisismo que llevamos dentro.
Los padres perfectos que
quieren que sus hijos sean tan perfectos como ellos los someten a una presión
tan fuerte que es como poner sobre sus espaldas una piedra tan pesada que
cuando llegan a la adolescencia, “no pueden soportarlo, den el futbol o los
estudios, tienen comportamientos disruptivos
hasta que se derrumba el castillo de cartas y este plan tan perfecto que
tenían los padres, no entienden qué pasa” (Cristina Gutiérrez).
El antídoto contra el
narcisismo desgarrador es la humildad. Si por nacimiento natural los padres
quieren ser “el número 1” en todo y esta excelencia se traspasa en los hijos,
el desastre es para ambos. Es indispensable deshacerse del narcisismo
frustrante. El remedio a tal enfermedad es la humildad que se menosprecia por
considerarla degradante por oponerse al “hombre alfa” que consigue todo lo que
se propone al precio de dañar su salud y
amagar el fracaso con el consumo de bebidas vigorizantes, hoy tan de moda,
drogas, alcohol, antiestresantes, antidepresivos y otros estimulantes legales. Como
personas son un desastre. Malviven y hacen malvivir a sus allegados, conyugues,
amigos…
La humildad que se
descarta no es síntoma de debilidad sino de poder. La Persona que ha encarnado
la humildad en su máxima expresión ha sido Jesús y no puede decirse de Él que
fuese un fracasado. Los milagros portentosos que realizó no fueron obra de un
impotente. Incluso estando clavado en la cruz y sus enemigos se mofaban de Él,
diciéndole: “Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios,
desciende de la cruz” (Mateo 27: 40). Sus amigos lo descendieron de la cruz
muerto. Al tercer día resucitó venciendo
a la muerte y dando vida eterna a quienes creen en Él. Su obra que comenzó con
un pequeño grupo de pueblerinos se ha convertido en una bola gigante de nieve
que cubre toda la Tierra. La humildad de Jesús es señal de poder. La humildad
no presume, obra; no hace ruido, pero deja huella.
¿Qué dice Jesús a quienes
se consideran ser “número 1”, que desean que se les reciba como triunfadores? A
estas personas vanidosas que pretenden conquistar el mundo, Jesús les dice.
“venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón, y halaréis descanso para vuestras
almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11: 28-30).
Los padres que se
encuentran en la etapa de tener que educar
a sus hijos y encuentran que esta tarea es difícil y fatigosa, no os
avergoncéis de tener que admitir que necesitáis la humildad que encarna Jesús
porque os dará la fuerza sin necesidad de tener que tirar la toalla. Al mismo
tempo os dará la sabiduría para acercaros a vuestros hijos que marcados por la
rebeldía no admiten corrección. “Venid a mí” os dice Jesús a vosotros padres
que estáis desalentados porque yo estaré siempre a vuestro lado para daros el
aliento que necesitáis en todo momento.
Octavi Pereña Cortina
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