MARCOS 10: 47
“Y oyendo que era Jesús nazareno
comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!
Jesús sale de Jericó acompañado de sus discípulos. Una gran multitud
le seguía. Junto al camino el ciego Bartimeo estaba sentado mendigando. Siempre
que se reúne una gran multitud es inevitable que se produzca vocerío. Bartimeo
no ve, pero oye. Lo lógico es que preguntase: ¿Qué pasa? Le dicen: Es Jesús
nazareno. Bien seguro que Bartimeo había oído hablar de Jesús y de sus milagros. A pesar que Jesús decía a quienes curaba que no
dijesen nada, proclamaban por doquiera las maravillas que hacía. ”Oyendo (Bartimeo), “que era Jesús nazareno, empezó a dar voces y a decir: ¡Jesús, hijo de
David, ten misericordia de mí” (v. 48).
Existen dos clases de ciegos: los que como Bartimeo no pueden ver el
entorno en que se encuentran. Estos son minoría. Y los ciegos espirituales que
lo somos todos por haber sido engendrados
siendo pecadores. Hemos nacido
siendo ciegos espirituales que nos impide ver a Dios y a sus ángeles que por ser espíritu, son invisibles a los
ojos la cara. La ceguera espiritual tampoco nos impide ver a Satanás y a sus
demonios a los que el apóstol Pablo identifica como “principados, potestades, gobernadores de las tinieblas de este siglo,
huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6: 12).
Jesús manda que le acerquen al ciego al que le pregunta. “¿Qué quieres que te haga?” El invidente le dice: “Maestro que recobre la vista”. El Señor le dice: “Vete, tu fe te ha salvado. Y enseguida recobró la vista, y seguía a Jesús
en el camino” (vv. 51, 52).
Jesús que como hombre era Hijo de David. Satanás intenta matarlo
cuando tenía dos años por la espada de Herodes. Al inicio de su ministerio público
los nazarenos intentaron despeñarle. A lo largo de su ministerio público
intentaron matarle, sin éxito. Llegando el cumplimiento del tiempo Jesús murió en la cruz para salvar al pueblo
de Dios de sus pecados. Pero resucitó al tercer día en cumplimiento de las
Escrituras. Hoy Jesús sigue recorriendo
el mundo por medio de sus hermanos en quienes mora por el Espíritu Santo que
han recibido. Jesús sigue dando vista espiritual a todos aquellos que como el
ciego Bartimeo dan voces: “¡Jesús, Hijo
de David, ten misericordia de mí! ¿Es consciente el lector que es un ciego
espiritual? Los servidores de Satanás que te rodean te dirán: “No seas bobo,
Jesús es un cuento de hadas como Blancanieves. No les hagas caso: grita con
fuerza: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia
de mí!
1 REYES 2: 1
“Y Acab dijo a Elías: ¿Me has encontrado
enemigo mío?”
Muchos
días previos a cuando el Señor quiere anunciar el fin de la larga sequía que
devasta Israel llama al profeta Elías para que se presente ante el rey
Acab. Cuando están el uno enfrente del
otro, el monarca le dice al siervo del Señor: “¿Eres tú el que perturbas a Israel? (1 Reyes 18: 17). El profeta
le dice al malvado rey: “Yo no he turbado
a Israel, sino tú y la casa de tu padre, dejando los mandamientos del Señor, y
siguiendo a los baales” (v. 18).
Se
podría resumir el carácter moral de Acab
con estas palabras: “A la verdad nadie
fue como Acab, que se vendió para hacer lo malo ante los ojos del Señor, porque
Jezabel su mujer lo incitaba. Él fue en gran manera abominable, andando en pos
de los ídolos, conforme a todo lo que hicieron los amorreos, a los cuales lanzó
el Señor de delante de los ojos de Israel” (1 Reyes 21: 25, 26).
La
misericordia del Señor es mucha incluso con personas como Acab. Al oír el
monarca las palabras del profeta se arrepintió de su pecado (v. 27). El Señor
al ver el arrepentimiento del monarca le dice al profeta Elías:” ¿No has visto como Acab se ha humillado
delante de mí? Pues, por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal
en sus días, en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa” (v. 29).
El castigo de Acab se retrasó en su hijo
Ocozias, el cual, por cierto murió en sus propios pecados. Los hijos no pagan
por los pecados de los padres, ni los padres por los de los hijos. Cada cual es
castigado por sus propios pecados.
Nos
preguntamos: ¿Por qué se retrasa Dios en castigar a los miserables criminales,
a los políticos corruptos que viven holgadamente y muchos de ellos en el
sosiego de la cama? A tal pregunta sólo hay una respuesta. “El Señor no retarda su promesa, según algunos tienen por tardanza,
sino que es paciente con nosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que
todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3: 9). Hoy es el día de la
salvación para el lector que no sea salvo, mañana quizás no tendrá lugar para
el arrepentimiento.
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