dissabte, 14 d’octubre del 2023

 

ISAÍAS 48: 18

“¡Oh si hubieses atendido mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un rio, y tu justicia como las ondas del mar”

Una súplica empapada de sudoroso amor es la que el Padre celestial le hace llegar a su pueblo rebelde por medio del profeta Isaías.  Escuchas a los falsos profetas que yo no he enviado y que te anuncian una paz que yo no les he ordenado que anuncien. Si la paz de los falsos pastores no llega significa que su mensaje ha sido concebido por Satanás el padre de la mentira. Un mundo saturado de mentiras significa que las personas que las transmiten son guiadas por Satanás.

Judá, si prestases atención al mensaje que te hago llevar por medio de mi siervo Isaías “fuera entonces tu paz como un rio, y tu justicia como las ondas del mar”. En nuestros días muchos profetas religiosos o seculares –políticos- anuncian a bombo y platillo la paz. Pero el mundo en que nos encontramos está en llamas. Guerras y rumores de guerras entre las naciones. En el ámbito privado, conflictos matrimoniales que no encuentran solución. Las relaciones pacíficas entre padres e hijos no se encuentran. Se incrementan los suicidios y los intentos por no encajar en este mundo tan conflictivo. En el ámbito internacional los cabecillas económicos y políticos se reúnen para encontrar solución a los graves problemas económicos que asfixian a las personas, para llegar a tomar acuerdos de mínimos que no resuelven el drama. Los medidores se desplazan en las zonas en tensión para evitar que se activen nuevas guerras y las que ya existen, ¿cómo detenerlas? En muchas regiones las guerras se han hecho crónicas.

Paz, paz, se anuncia por doquiera, pero la paz no llega. El motivo: los corazones están saturados de enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, envidias, homicidios y cosas parecidas a estas.  La naturaleza humana pecadora  impide que la paz prevalezca. “No hay paz para los malos, dice el Señor” (Isaías 48: 22).

A pesar de que los humanos como hijos rebeldes que somos no queremos saber nada del Padre celestial, Éste, por medio de su Hijo nos ofrece la reconciliación que permitirá que nuestro corazón en vez de engendrar odio produzca el amor divino que derriba todos los muros de separación: ”Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso  para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11: 28-30).

Jesús antes de abandonar la Tierra para ascender al cielo ordenó a sus seguidores que su mensaje de paz fuese  proclamado por toda la Tierra. La razón por la que todos quienes lo escuchan no lo crean se debe a lo que Jesús dice en oración a su Padre: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la Tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó” (Mateo 11: 25, 26). El engreimiento es la causa que el mensaje de la paz de Dios penetre y se quede en el corazón.

SALMO 116: 15

“Preciosa es en los ojos del Señor la muerte de sus santos”

La muerte de los santos es preciosa a los ojos de Dios porque por ellos el Hijo de Dios dio su vida para salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1: 21). A pesar que los creyentes en Cristo tengan que morir a no ser que antes vega Jesús en su gloria a buscar a su pueblo. Jesús que es la resurrección y la vida, “el que cree en Él, aunque esté muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Él, no morirá eternamente” (Juan 11: 25, 26). Valga la redundancia: la muerte de los santos es preciosa a los ojos del Padre celestial porque tuvo que pagar un alto precio para que sus hijos vivan eternamente.

El salmista inicia el salmo 49 con estas palabras: “Oíd esto, pueblos todos, escuchad habitantes todos del mundo” (v. 1). “Mi boca hablará sabiduría y el pensamiento de mi corazón hablará sabiduría” (v. 3). Dejemos a los santos protegidos en el seno del Padre celestial y aprendamos qué tiene que decir de aquellos que no son sus hijos. Los incrédulos, los que “su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas…dan sus nombres a sus tierras. Mas el hombre no permanecerá en honra, es semejante a las bestias que perecen” (vv, 11, 12). A pesar de que los funerales de los impíos puedan ser muy elaborados y costosos, de hecho no se diferencian de la muerte de los animales que en muchos casos son pasto de las aves rapaces. “Como rebaños que son conducidos al sepulcro, y la muerte los pastoreará” (v. 14). A pesar que el entierro se haga al amparo de la religión, si no se cree en Cristo que es la resurrección y la vida, la capa de la religiosidad no engaña a Dios.

Los santos, a pesar que gozan de la vida eterna, mientras esperan la venida de Jesús para gozar plenamente de la vida eterna, son frágiles y débiles. El Señor les avisa que no se dejen seducir por las riquezas de los potentados, el tren de vida que llevan, por las mansiones lujosas que poseen, por los entierros ostentosos con que abandonan este mundo. No te dejes seducir cuando alguien “se enriquece, cuando aumenta la gloria de su casa, porque cuando muera no llevará nada, ni descenderá con él su gloria. Aunque mientras viva, llame dichosa a su alma, y sea loado cuando prospere, entrará en la generación de sus padres, y nunca más verá la luz. El hombre que está en honra y no entiende, semejante es a las bestias que perecen” (vv. 16-20).

¿Qué le ocurrirá al rico opulento que banqueteaba a diario y al miserable Lázaro que “ansiaba saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico”? El mendigo, no por ser mendigo, sino por la fe en Jesús “fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán”. El rico, no por ser rico, sino por su incredulidad  “fue sepultado y en el hades alzó sus ojos estando en tormentos” (Lucas 16: 19-31). El refrán dice: “Quien ríe último ríe mejor”  

 

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