ISAÍAS 48: 18
“¡Oh si hubieses atendido mis mandamientos!
Fuera entonces tu paz como un rio, y tu justicia como las ondas del mar”
Una
súplica empapada de sudoroso amor es la que el Padre celestial le hace llegar a
su pueblo rebelde por medio del profeta Isaías. Escuchas a los falsos
profetas que yo no he enviado y que te anuncian una paz que yo no les he
ordenado que anuncien. Si la paz de los falsos pastores no llega significa que
su mensaje ha sido concebido por Satanás el padre de la mentira. Un mundo
saturado de mentiras significa que las personas que las transmiten son guiadas
por Satanás.
Judá,
si prestases atención al mensaje que te hago llevar por medio de mi siervo
Isaías “fuera entonces tu paz como un
rio, y tu justicia como las ondas del mar”. En nuestros días muchos
profetas religiosos o seculares –políticos- anuncian a bombo y platillo la paz.
Pero el mundo en que nos encontramos está en llamas. Guerras y rumores de
guerras entre las naciones. En el ámbito privado, conflictos matrimoniales que
no encuentran solución. Las relaciones pacíficas entre padres e hijos no se
encuentran. Se incrementan los suicidios y los intentos por no encajar en este
mundo tan conflictivo. En el ámbito internacional los cabecillas económicos y
políticos se reúnen para encontrar solución a los graves problemas económicos
que asfixian a las personas, para llegar a tomar acuerdos de mínimos que no resuelven
el drama. Los medidores se desplazan en las zonas en tensión para evitar que se
activen nuevas guerras y las que ya existen, ¿cómo detenerlas? En muchas
regiones las guerras se han hecho crónicas.
Paz,
paz, se anuncia por doquiera, pero la paz no llega. El motivo: los corazones
están saturados de enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones,
envidias, homicidios y cosas parecidas a estas.
La naturaleza humana pecadora
impide que la paz prevalezca. “No
hay paz para los malos, dice el Señor” (Isaías 48: 22).
A pesar
de que los humanos como hijos rebeldes que somos no queremos saber nada del
Padre celestial, Éste, por medio de su Hijo nos ofrece la reconciliación que
permitirá que nuestro corazón en vez de engendrar odio produzca el amor divino
que derriba todos los muros de separación: ”Venid
a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de
corazón, y hallaréis descanso para
vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:
28-30).
Jesús
antes de abandonar la Tierra para ascender al cielo ordenó a sus seguidores que
su mensaje de paz fuese proclamado por
toda la Tierra. La razón por la que todos quienes lo escuchan no lo crean se
debe a lo que Jesús dice en oración a su Padre: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la Tierra, porque escondiste
estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí,
Padre, porque así te agradó” (Mateo 11: 25, 26). El engreimiento es la
causa que el mensaje de la paz de Dios penetre y se quede en el corazón.
SALMO 116: 15
“Preciosa es en los ojos del Señor la muerte
de sus santos”
La
muerte de los santos es preciosa a los ojos de Dios porque por ellos el Hijo de
Dios dio su vida para salvar a su pueblo de sus pecados (Mateo 1: 21). A pesar
que los creyentes en Cristo tengan que morir a no ser que antes vega Jesús en
su gloria a buscar a su pueblo. Jesús que es la resurrección y la vida, “el que cree en Él, aunque esté muerto
vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Él, no morirá eternamente” (Juan
11: 25, 26). Valga la redundancia: la muerte de los santos es preciosa a los
ojos del Padre celestial porque tuvo que pagar un alto precio para que sus
hijos vivan eternamente.
El
salmista inicia el salmo 49 con estas palabras: “Oíd esto, pueblos todos, escuchad habitantes todos del mundo” (v.
1). “Mi boca hablará sabiduría y el
pensamiento de mi corazón hablará sabiduría” (v. 3). Dejemos a los santos
protegidos en el seno del Padre celestial y aprendamos qué tiene que decir de
aquellos que no son sus hijos. Los incrédulos, los que “su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas…dan sus nombres a
sus tierras. Mas el hombre no permanecerá en honra, es semejante a las bestias
que perecen” (vv, 11, 12). A pesar de que los funerales de los impíos
puedan ser muy elaborados y costosos, de hecho no se diferencian de la muerte
de los animales que en muchos casos son pasto de las aves rapaces. “Como rebaños que son conducidos al
sepulcro, y la muerte los pastoreará” (v. 14). A pesar que el entierro se
haga al amparo de la religión, si no se cree en Cristo que es la resurrección y
la vida, la capa de la religiosidad no engaña a Dios.
Los
santos, a pesar que gozan de la vida eterna, mientras esperan la venida de
Jesús para gozar plenamente de la vida eterna, son frágiles y débiles. El Señor
les avisa que no se dejen seducir por las riquezas de los potentados, el tren
de vida que llevan, por las mansiones lujosas que poseen, por los entierros
ostentosos con que abandonan este mundo. No te dejes seducir cuando alguien “se enriquece, cuando aumenta la gloria de
su casa, porque cuando muera no llevará nada, ni descenderá con él su gloria.
Aunque mientras viva, llame dichosa a su alma, y sea loado cuando prospere,
entrará en la generación de sus padres, y nunca más verá la luz. El hombre que
está en honra y no entiende, semejante es a las bestias que perecen” (vv.
16-20).
¿Qué le
ocurrirá al rico opulento que banqueteaba a diario y al miserable Lázaro que “ansiaba saciarse con las migajas que caían
de la mesa del rico”? El mendigo, no por ser mendigo, sino por la fe en
Jesús “fue llevado por los ángeles al
seno de Abrahán”. El rico, no por ser rico, sino por su incredulidad “fue sepultado y en el hades alzó sus ojos
estando en tormentos” (Lucas 16: 19-31). El refrán dice: “Quien ríe último
ríe mejor”
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