UN SEGUNDO, DESPUÉS…¡CRASH!
<b>Las
lágrimas pueden ser el telescopio que nos permita ver el cielo</b>
Nadie
puede prever lo que va a pasar en un segundo. Es un día festivo y se circula
tranquilamente por la carretera. Por una distracción del conductor el coche
choca contra un árbol, el conductor parapléjico. La esposa y el hijo muertos en
el acto. El accidente es una imaginación pero bien podría coincidir con uno de
los muchos accidentes que se producen
diario, El parapléjico se puede preguntar: ¿Por qué a mí?
Un día
de verano de 1967 que tendría que haber sido un día inolvidable para
<b>Joni Erachson Tada</b>, de 16 años y sus hermana fueron al río a
bañarse. <b>Joni</b> se lanza al agua pero el fondo no es tan hondo
como se pensaba y se dio un golpe en la cabeza que la dejó parapléjica. Oró
para que se produjera un milagro, pero el milagro no llegó, lo cual produjo que
la fe se fortaleciese. Dejó escrito: “A veces Dios permite aquello que odia
para alcanzar lo que ama. Por medio de las enfermedades puede hacer mucho bien.
No entenderemos a Dios y su manera de proceder mientras no nos encontremos en
el cielo, pero nos da muchas pistas para comprender que podemos confiar en Él,
y que si Él permite algún a cosa que odia
tiene que ser para conseguir algo maravilloso. El Padre quiere que
Cristo esté contigo y sea tu esperanza de gloria”.
Cada
vez más en esta nuestra sociedad se encuentra menos tolerancia al dolor porque
se recrea en la superficialidad de las redes y del hedonismo de la publicidad que
prometen un confort inmediato que no pueden conceder. Cada desierto de prueba
Dios lo puede convertir en un oasis de felicidad si se cree en Él. “Pero sin fe
es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios
crea que exista, y que es galardonador
de los que le que le buscan” (Hebreos 11. 6). Se necesita poseer una
buena teología porque no todas las existentes son de recibo. Como muy bien dice
el siquiatra <b>Christophe André</b>: “Como médico, mi objetivo
siempre había sido curar, arreglar las cosas, no había entendido la importancia
que tenía el consuelo cuando se da una cosa que no puede solucionarse…El
consuelo no es la solución a un problema, pero es una ayuda indispensable para
enfrentarse al problema”. Una enfermedad crónica, un accidente, una situación
familiar complicada se convierten en problemas insolubles cuando “no se ha
aprendido que no se tiene que coger nada con fuerza porque cuando lo hacemos
nos hacemos daño cuando el Padre nos abre los dedos y nos lo quita” (<b>Corrie
Ten Boom</b>, activista cristiana neerlandesa que protegió a perseguidos
por los nazis). Nos ayudará a no desear coger nada con fuerza porque no
queremos perderlo si nos hacemos a la idea de que el azar no existe, que el
Creador lo regula todo y que nada ocurre sin su consentimiento. El antídoto al
sufrimiento causado por la pérdida de algo que queremos conservar es la fe en
el Padre celestial que nos conforta en las tribulaciones. Si nos rebelamos a la
adversidad nos oponemos a la voluntad de Dios y con ello dejamos de recibir el
consuelo divino.
El
consuelo filosófico o el religioso es un consuelo egoísta que se desvincula del
sufrimiento del otro. Sólo interesa el bienestar propio. El consuelo que otorga
el Padre de nuestro Señor Jesucristo es un consuelo que tiene en cuenta el
sufrimiento ajeno. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda
las nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los
que están en cualquier tribulación por medio de la consolación con que nosotros
somos consolaos por Dios” (2 Corintios 1: 3, 4). Aquí se descubre un misterio
que la mente más preclara es incapaz de desvelar: “Porque de la manera que
abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda por el mismo Cristo
nuestra consolación. Porque si somos atribulados, es para vuestra consolación y
salvación, o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la
cual opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos.
Y nuestra esperanza respecto a vosotros es firme, que sabemos que así como sois
compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación” (vv. 5,
7).Con mucha brevedad lo que el apóstol Pablo nos dice es que el creyente en
Cristo por el Espíritu Santo que habita en él es divinamente consolado. Está
claro que de la misma manera que alguien puede rechazar el Evangelio de la
salvación por la fe en el Nombre de Jesús, puede rechazar la consolación que
Dios en Cristo comparte con el sufriente mediante sus hijos que comparten las
consolaciones con que son consolados
por el Padre de nuestro Señor Jesucristo. La consolación de Cristo es la que
verdaderamente consuela.
Octavi Pereña i Cortina
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