diumenge, 10 de setembre del 2023

 

SALMO 34: 4

“Busqué al Señor, y Él me oyó, y me libró de todos mis temores”

El salmista encabeza su poema con el reconocimiento de Dios como Alguien superior suyo, al escribir: “Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará de continuo en mi boca” (v. 1). Quien desee recibir las bendiciones de Dios es necesario que previamente crea en Él. Si no se posee una fe firme en Él se podrá ser muy religioso, pero adorará al Señor con un corazón que está muy lejos de Él.

“Busqué al Señor”, escribe el salmista. Está indicando que lo busca con la intensidad con que el minero busca oro. Si por el oro que perece se está dispuesto a dar la vida ¿cómo no buscará el salmista a Dios que es más valioso que el oro que perece? El poeta que conoce a Dios no de oídas, sino personalmente, para nuestro bien puede escribir: “Él me oyó y me libró de todos mis temores”.  La vida es como el ruido ensordecedor en un campo de batalla. Por todos lados estallan bombas y silban balas. No debe extrañarnos pues que el hombre sin Dios tenga miedo. ¿Dónde encontrar cobijo de los males que nos acechan? Sin Dios que es el castillo fuerte del salmista no existe lugar en donde refugiarse. No debe extrañarnos que nuestro país que es uno en los que se practica en exceso el folclore religioso sea uno en que más se consuman  ansiolíticos y otras “pastillas de la felicidad”. Se busca en ellos protección y no se encuentra. Todo lo contrario, el estrés, la ansiedad y los múltiples síntomas de malestar emocional  se incrementen hasta el punto de convertir la vida en un infierno. No debe sorprendernos que los suicidios y los intentos sean tan numerosos.

Desde que Satanás se convirtió en príncipe de este mundo que con astucia engañó a Eva y ésta lloriqueó para que Adán compartiera con ella el fruto del árbol prohibido, espesas tinieblas espirituales llenan la Tierra. Los seres humanos están aterrorizados porque las tinieblas espirituales que les envuelven no les dejan encontrar el camino que lleva al Señor  y a la Vida eterna. “Los que miraron a Él”, fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados” (v. 5).

Jesús, a quienes andan a tientas tropezando aquí y acullá porque las tinieblas espirituales les impiden ver los obstáculos que se presentan en el camino, les dice: “Yo, la luz que ha venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí, no permanezca en tinieblas” (Juan 12: 46). “Yo soy la luz del mundo”, dice Jesús, “el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8: 12).

Tenemos la experiencia de la oscuridad física. Cuando nos encontramos en una habitación a oscuras, a pesar que nos sea familiar, nos movemos a tientas para no tropezar. En el campo espiritual nos sucede algo parecido. En la oscuridad clamemos a Jesús que es la Luz del mundo y Él nos abrirá los ojos para que caminemos sin miedo.


 

SALMO 9: 20

“Pon, oh Señor, temor en ellos, conozcan los hombres que no son sino hombres”

Las naciones, por su magnitud se consideran ser todopoderosas porque disponen de medios financieros considerables. Porque disponen de armamento de última generación. Porque disponen de múltiples consejeros que cobran gravosos honorarios,  por cierto, en múltiples ocasiones sus consejos son desastrosos. Contemplamos con estupor como a pesar de todo lo disponible para bien gobernar las naciones van de mal a peor. En el horizonte no se vislumbra un rayo de luz que pueda infundir esperanza para salir del pozo en que se van hundiendo.

El salmista hace diana al escribir: “Pon, oh Señor, temor en ellos, conozcan los hombres que no son sino hombres”. El pecado lo echa todo a perder pues nos hace creer que somos “hombres de renombre” y que lo que consideramos ser como individuos lo traspasamos multiplicado al colectivo. Se diviniza la nación. Se izan banderas, se las jura fidelidad. Se le da un honor a un trapo que es el símbolo nacional. El concepto nación es una entelequia que los “hombres de renombre” se han forjado a lo largo de los siglos para dominar a los ciudadanos del territorio que han convertido en nación.

Divinizar lo que no es Dios es pecado. Idolatrar a las instituciones y no excluyo a la Iglesia es pecado. También es pecado divinizar a la Patria que al amparo de la bandera que la representa se han cometido muchísimos crímenes, en muchos casos empleando vanamente el nombre de Cristo.

El texto que comentamos pone a la Nación en el lugar que le corresponde. Es ni más ni menos que un conjunto de personas, empezando por los altos dignatarios y acabando por el más humilde de los ciudadanos. Todos sin excepción son carne que se corrompe con mucha facilidad. Todos los ciudadanos son pecadores que transmiten a la Nación lo que son individualmente. Si en verdad se quiere engrandecer a la Nación que se pertenece se necesita reconocer la condición de pecador que necesita arrepentirse de sus pecados y andar en santidad. Entonces Dios bendecirá  a los ciudadanos y el resultado será que la Nación prosperará. No existe otra manera de salir del pozo en que nos encontramos. La Nación como ente impersonal no puede arrepentirse. Las personas de la que forman parte, sí. Si por la fe en el Nombre de Jesús los ciudadanos se arrepienten de sus pecados y los dejan en el estercolero, entonces “la justicia engrandecerá a la Nación” (Proverbios 14: 34).

 

 

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