HECHOS 8: 3
“Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa
por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel”
El
nombre de Saulo aparece por primera vez en las páginas de las Sagradas
Escrituras cristianas cuando Esteban, hombre lleno del Espíritu Santo “fue sacado fuera de la ciudad, le
apedrearon, y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba
Saulo de Tarso” (Hechos 7: 58). Saulo fue un extremista religioso que
odiaba a muerte a los seguidores de Jesús porque los consideraba herejes que pretendían destruir el templo en
Jerusalén y al judaísmo. ¡Cuidado con los extremistas religiosos porque pueden
hacer más daño que un fuerte pedrisquero. Los asesinos religiosos son más peligrosos que los comunes porque sus
crímenes los hacen en Nombre de Dios.
“Saulo, respirando aun amenazas y muerte
contra los discípulos del Señor” (Hechos 9: 1), pidió al sumo sacerdote
autorización para perseguir a los cristianos más allá de os muros de Jerusalén.
Movido por el odio emprende camino hacia Damasco para hacer prisioneros a los
cristianos en Damasco. Al acercarse a la ciudad ocurrió algo asombroso: “Aconteció que al llegar cerca de Damasco,
repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo, y cayendo en tierra,
oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Saulo dijo:
¿Quién eres Señor? y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues, dura cosa es
dar coces contra el aguijón” (vv. 3-5).
El resultado de este encuentro sobrenatural de Saulo con Jesús fue la
conversión del perseguidor de cristianos y el comienzo de un ministerio
apostólico que sirve de bendición para los cristianos de todas las épocas.
A raíz
del resplandor Saulo se quedó ciego. El Señor envió a Ananías a Saulo para que
le tocase los ojos y recuperase la visión. El cristiano se queja: “He oído de muchos acerca de este hombre,
cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén” (v. 13). El Señor le dice
a Ananías que Saulo le es un instrumento escogido para anunciar el Evangelio a
los gentiles (no judíos) (v. 15).
El caso
de Saulo es uno muy destacado que nos muestra el gran amor que Dios siente por
el pecador, sin tener en cuenta la gravedad de los pecados cometidos. Creo que
no hay pecado más grande que perseguir a Dios cuando se maltrata a sus hijos: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues, dura
cosa es dar coces contra el aguijón”. Saulo que más tarde se convierte en
Pablo que es el nombre en latín, escribió estas palabras tan alentadoras para
los grandes criminales que a nuestros ojos no tienen perdón de Dios: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a
los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1: 1). A pesar
del perdón absoluto que el Padre concede a quienes creen en Jesús como Señor y
Salvador, nos recuerda que de alguna manera los pecados cometidos tienen que ser castigados: “Porque le mostraré cuánto le es necesario
padecer por mi Nombre” (Hechos 9 11).
HECHOS 12: 5
“Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel, pero la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él”
Viendo
el rey Herodes que los ataques que emprendía contra los cristianos “había agradado a los judíos, procedió a
prender también a Pedro” (v. 3). Esta es la razón por la que Pedro se
encuentra encarcelado y en vigilia de ser asesinado. (v. 4). Para que no los
cogiese desprevenidos Jesús alertó a sus discípulos: “Acordaos de la palabra que yo
os he dicho: El sirvo no es mayor que su Señor. Si a mí me han perseguido,
también a vosotros perseguirán…Mas todo esto harán por causa de mi Nombre,
porque no conocen al que me envió” (Juan 15: 20, 21).
Los
cristianos que a partir de
Constantino se hermanaron con el poder político se convirtieron en un pueblo que
de oídas habían oído de Dios pero que su
corazón se había alejado de Él. Ello hizo que de perseguidos por los paganos se
convirtieran en perseguidores de los verdaderos cristianos. La historia está atiborrada de ejemplos de cómo la Iglesia
casada con el Estado, con el apoyo político persigue a muerte a los fieles en
Cristo.
Vayamos
a Pedro y a la iglesia de sus días. El rey Herodes perseguidor de cristianos
para complacer a las autoridades religiosas judías puso al apóstol Pedro en la
cárcel para poderlo asesinar pasada la festividad: “Le puso en la cárcel, entregándolo a cuatro grupos de soldados para
que lo custodiaran” (v. 4). El texto nos dice que “la iglesia hacía sin cesar oración a Dios” (v. 5). Bien seguro que
le pedían al Señor que liberara a Pedro de la cárcel. Pero no se podían
imaginar la manera como iba a hacerlo. El apóstol se encuentra en una cela
encadenado a dos soldados. Le era totalmente imposible poder huir. La puerta de
la celda cerrada y dos soldados delante de ella haciendo guardia. A pesar de
tantas medidas de seguridad tomadas para impedir que Pedro abandonase la celda,
un ángel del Señor entra en ella. Los soldados que mantienen a Pedro encadenado
duermen inconscientes de que el ángel del Señor libera a Pedro de las cadenas.
Salen de la celda estando la puerta cerrada. Al llegar a la puerta de la ciudad
esta se les abre milagrosamente. Al llegar fuera de la ciudad el ángel abandona
a Pedro que “volviendo en sí, se dijo:
Ahora entiendo verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel, y me ha
liberado de la mano de Herodes, y de todo lo que el pueblo de los judíos
esperaba” (v. 11).
La
oración que los hermanos hacían al Señor para que liberara al apóstol tenía que
ser una oración que no limitase el poder de Dios. Cuando la doncella informó
que Pedro se encontraba a la puerta golpeándola, no se la creyeron. Creían que
veía una visión. Pero sí, Pedro estaba a la puerta. El Señor obra milagros de
maneras que somos incapaces de entenderlo. Pero ahí están.
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