LOS IMPERIOS CAEN
<b>Cuando
se silencia la Ley de Dios las naciones se preparan para la guerra</b>
La
periodista <b>Anna Buj</b> en su escrito “El Papa enaltece a la
Gran Rusia”, publicado en La Vanguardia (30/08/2023) cita las palabras que el
Papa Francisco dirigió a los jóvenes católicos rusos reunidos en San Petersburgo: “No os olvidéis
de la herencia. Sois herederos de la Gran Rusia: La Rusia de los santos, de los
reyes, la Gran Rusia de Pedro el Grande, de Caterina II, aquel gran imperio
ruso, de tanta cultura, de tanta humanidad – sostuvo el Papa argentino -. No
renunciéis a esta herencia. Vosotros sois los herederos de la Gran Madre Rusia,
seguid adelante. Gracias. Gracias por vuestra manera de ser rusos”.
Las
palabras del papa elogiando “tanta humanidad” de la Gran Rusia han hecho que el
Kremlin se mostrase altamente satisfecho. Su portavoz <b>Dmitri
Peskov</b> agradece al Papa con estas palabras: “El Pontífice conoce la
historia rusa y esto es muy bueno. Tiene raíces profundas y nuestra herencia no
se limita a Pedro el Grande o a Caterina, es mucho más antigua. Lo que el
Estado ruso, los grandes activistas, las escuelas y profesores universitarios
están haciendo es llevar esta herencia a nuestros jóvenes. Y que el Pontífice
esté al unísono con estos esfuerzos es muy gratificante”.
Unas
palabras de Jesús son como el anillo al dedo los elogios de <b>Dmitri
Peskov</b> dirige al Papa. “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres
hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”
(Lucas 6: 26). Cuando el papa Francisco enaltece desmesuradamente las virtudes
de la Gran Rusia manifiesta una ignorancia supina de las enseñanzas bíblicas
sobre los grandes y pequeños imperios. Uno detrás de otro es borrado del mapa.
La causa: La injusticia que llevaba a la grandeza efímera. Los profetas
anunciaban que todos los ciudadanos de los imperios, empezando por los reyes,
los caudillos hasta el último mono tenían que arrepentirse, dejar de dar la
espalda al Padre de nuestro Señor Jesucristo y abandonar la injusticia que es
el oprobio de los pueblos y pasen a practicar la justicia que enaltece a las naciones. La respuesta era siempre la
misma: NO ESCUCHAREMOS. La Biblia muestra el caso de NÍNIVE como ejemplo de lo
que les ocurre a todos los imperios. Dios llama al profeta Jonás y le dice:
“Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en ella el mensaje
que yo te diré” (Jonás 3: 2). ¿Cuál era el mensaje que Jonás tenía que
compartir con los ninivitas? “De aquí a
cuarenta días Nínive será destruida” (v.
4). Los ninivitas creyeron el mensaje “y
proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor al menor de ellos”
(v. 5). Los cuarenta años se convirtieron en unos cuatrocientos cuando fue
tomada por los medos.
El profeta
Daniel anuncia que a partir de Nabucodonosor, rey de Babilonia, se levantarán y
desaparecerán imperios: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo
levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro
pueblo, desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para
siempre” (Daniel 2: 44). “Castigaré al rey de Babilonia y su tierra, como castigué al rey de Asiria”
(Nínive) (Jeremías 50: 18).
¿Cómo
comienzan los imperios que en nombre de
la civilización, de la evangelización y de
cualquier otra justificación que no tiene justificación? Un imperio nace
en un territorio deshabitado, en un espacio ocupado por un número reducido de
personas que según la Biblia son carnales. Es decir, individuos en quienes no
habita en ellos el Espíritu Santo. Las características de las personas carnales
la Biblia las detalla: “Adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas,
disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas
semejantes a estas” (Gálatas 5: 19- 21). Este número reducido de personas
carnales engendran hijos de entre los cuales emergen “los poderosos, los
hombres de fama de la antigüedad” (Génesis 6: 4), que dominan sobre el resto de
la población. Ya tenemos el embrión de un imperio que bajo el caudillaje de un
poderoso, de un hombre de fama que con sus hazañas bélicas hace que se escriba
la historia. El poderoso, el hombre de fama para conservar el liderazgo sobre
la población tiene que conseguir que su causa privada sea la de todos. De ahí
nacen los mitos: Patria, bandera, lengua, raza, religión. Con ello se consigue
que el pueblo se entregue incondicionalmente al caudillo de turno sin
reflexionar si lo que ordena es justo o no. Se convierten en zombis que siguen
al caudillo como ovejas conducidas al matadero. Todo iría a la perfección de no
ser que por encima de los caudillos, hombres de fama, existe el Creador, el
Legislador que ha promulgado la Ley que regula el comportamiento humano. El
orgullo impide que acaten la Ley de Dios legislada para bien de los hombres.
Con altivez responden: NO ESCUCHAREMOS. Dios no es un rey débil que pueda ser
manipulado. Es el Todopoderoso que aplicará a los imperios de todas las épocas
la sentencia que la historia confirma aplicó a Moab: “Hemos oído de la altivez
de Moab, que es muy soberbio, arrogante, orgulloso, altivo y altanero de
corazón…Y Moab será destruido hasta dejar de ser pueblo, porque se engrandeció
contra el Señor” (Jeremías 48: 29, 42). El adagio popular es muy sabio: “Cuando
las barbas de tu vecino veas pelar, echa las tuyas a remojar”.
Octavi Pereña i Cortina
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