diumenge, 27 d’agost del 2023

 

JOB 1: 22

“En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno”

“Quién es el culpable del dolor que afligió a Job y que éste no culpabilizó a Dios de ser el causante?  En cuestión de minutos Job pierde todos sus bienes y la muerte de sus hijos. No creo que calamidad tan grande se haya vuelto a producir. Job fue: “hombre perfecto, recto, temeroso de Dios y apartado del mal” (v. 1). Job desconocía que detrás de su calamidad se encontraba Satanás que con la autorización de Dios pudo dañarlo sin conseguir su muerte.

Alexander Solzhenitsyn que pasó largos años en un infernal gulag siberiano, escribió. “Fue cuando yacía sobre la paja podrida de la celda que noté dentro de mí las primeras impresiones del bien. Poco a poco se me rebeló  que la línea que separa el bien del mal estaba grabada en todo corazón humano. Así que bendita cárcel por haber entrado en mi vida”.

Los amigos de Job que fueron a visitarle para consolarle le acusaron de haber cometido un tremendo pecado porque no podían entender que una buena persona pudiese padecer tan terribles dolores. El dolor causado por el pecado de Adán que hemos heredado siempre estará presente en nosotros de manera más o menos virulento. Dios nos libre de acusar a alguien que sufre de haber cometido un grave pecado. La mujer cogida en flagrante adulterio que sus acusadores querían lapidarla, cuando los acusadores abandonaron el escenario avergonzados y quedaron la mujer y Jesús solos, Jesús le dijo: “Ni yo te condeno, vete y no peques más” (Juan 8: 11). Jesús pudo hablar así a la mujer porque conocía con certeza lo que había en su corazón. Excepto Jesús nadie está capacitado para leer el corazón de las personas. Antes de condenar a alguien tenemos que guardar silencio no sea que nuestros labios proclamen sandeces.

El dolor físico se puede suavizar con fármacos. El dolor del alma que es más doloroso que el físico no se elimina con parches de morfina. El secreto de la resistencia triunfante al dolor se encuentra en la capacidad de ver más allá del foco del dolor para poner la mirada en la eternidad. “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, por el cual por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz, y menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12: 2). Solamente quienes son hijos de Dios por adopción por la fe en el Nombre de Jesús tiene sentido: “La exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por Él, porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo aquel que recibe por hijo” (vv. 5, 6). El dolor adaptado a la capacidad de resistirlo quien lo sufre es la disciplina que el Padre celestial aplica para que sus hijos alcancen su perfección. Es cierto que la perfección no se alcanzará en el tiempo, es el proceso que alcanza su zenit en el día de la resurrección cuando el cuerpo glorificado esté libre de pecado y de muerte.


 

JOB 19: 25

“Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo”

En los capítulos 16-19 expresa a sus consoladores (?) el intenso dolor que sufre debido a que Dios ha permitido que Satanás le infligiese una dolorosísima enfermedad. La experiencia de Job registrada en las páginas de la Biblia sirve para consolación nuestra. Afronta a la enfermedad rascándose la piel con un pedazo de cerámica. A las difamadoras palabras de su mujer: ¿Aun sostienes tu integridad? Maldice a Dios y muérete” (2: 9). Job responde: “¿Qué? ¿Recibiremos de  Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (2: 10). Aun cuando se queja a Dios de su dolor, en su debilidad su fe permanece firme, intacta. Llegando a su clímax cuando dice: “Yo sé que mi Redentor vive, y después se levantará sobre el polvo” (19: 25). Pienso que es la declaración más clara de la resurrección de los muertos que se encuentra en el Antiguo Testamento.

El deseo de Job de que sus palabras quedasen registradas en un libro para nuestra instrucción, el escritor sagrado inspirado por el Espíritu Santo cumple el deseo del patriarca dejándolas escritas en la Biblia: “¡Quién diese ahora que mis palabras fuesen escritas! ¡Quién diese que fuesen escritas en un libro! ¡Que con cincel de hierro y con plomo fuesen esculpidas en piedra para siempre! Yo sé que mi Redentor vive, y después se levantará  sobre el polvo, y    de desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios, el cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí” (19:23-27).

Aun cuando Job “era un hombre perfecto, temeroso de Dios y apartado el mal” (1: 1), Dios permite que sufra lo indecible. Por la gracia de Dios tiene la fuerza suficiente para no darse por vencido. Job como David en la adversidad se “fortaleció en el Señor”. Es darse cabezazos contra la pared luchar contra los designios secretos de Dios. Al apóstol Pablo le fue concedido ver la grandeza de las revelaciones de Dios. Para que no se enalteciese desmedidamente, dice: “Me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás para que me abofetee, para que no enaltezca sobremanera, respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor para que me lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en  la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12: 7-9). Sin abandonar la asistencia médica cuando el caso lo requiera, el verdadero remedio contra el dolor del alma es la fe en Cristo.

 

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